ATLÉTICO 1 - SEVILLA 1 / Tarde de Champions y adioses

El Sevilla logró la clasificación matemática con un gol de En Nesyri en el 85' que igualaba el de Giménez. Despedidas en casa para Suárez y Herrera.

Patricia Cazón
As
U-ru-gua-yo. El Sevilla trató de abalanzarse sobre el Atleti nada más comenzar el partido en el Metropolitano. Todo en juego aún, la plaza Champions sin dueño, un punto necesitaban, uno al menos. Los rojiblancos ya la tenían: jugaban por el tercer puesto. Y los homenajes. Ese u-ru-gua-yo que por última vez vestía la rojiblanca ante su gente. Suárez. Uno de los héroes de LaLiga pasada se despedía en casa. Y lo hacía titular, bajo aplausos atronadores cada vez que rozaba un balón. Ese grito, u-ru-gua-yo, que podría coserse al oso y al madroño en el escudo, subió el volumen en el 5’. De Paul le cedió una pelota y el charrúa la remató fuera, demasiado cruzada. Lopetegui comenzó a respirar pólvora a su alrededor, además de dudas. El inicio de su equipo había sido solo eso. Una intención. Pura espuma.

U-ru-gua-yo. A la grada le llenaba la boca. Aunque sonara triste, a algo se muere en el alma, Suárez se va. Pero ese u-ru-gua-yo también daba gracias. Por haber elegido al Atleti cuando Bartomeu le cerró la puerta del Barça. El Sevilla no encontraba líneas de pase. La presión rojiblanca le embotaba. Y los nervios. Las piernas de flan. Kondogbia en modo pulpo, el Atleti muy móvil, como un carrusel dando vueltas a su alrededor que mareaba, que quitaba la respiración. Fue después de que la radio contara que el Betis había marcado que los de Lopetegui se serenaron. Y se subieron a la espalda de Delaney. Arre. Cogió el tiralíneas y comenzó a lanzar balones a la espalda de Savic, Giménez y Reinildo. Uno escapó a la jaula. Pero En-Nesyri lo estropeó mientras Carrasco se intercambiaba de banda con De Paul antes de que su roce con Montiel pasara de las chispas al fuego.

U-ru-gua-yo. Ahora vuelve a sonar alto, altísimo. Pero no por Suárez. Es por Giménez, su Comandante. Que se alzó como coloso a cabecear solo un córner: los defensas del Sevilla se marcaron entre ellos. 1-0. Simeone señalaba con el dedo al cielo. O quizá era al tercer anfiteatro. Con esa sonrisa alegre pero triste prendida de la boca. Justo después llegó la pausa de hidratación. Eso que irá para siempre de la mano del nombre de Suárez, el Atleti y LaLiga de Valladolid. El hombre llorando como un niño rodeado de un océano de asientos morados vacíos. Ese mismo que se lanzaba en plancha a cabecear una pelota como si fuera la última en la tierra. Pero es que lo era: sus últimas aquí, en el Metropolitano. Griezmann seguía arrastrando su tapón y Llorente, Carrasco y De Paul se molestaban en la misma banda. Nada más regresar el belga a la izquierda, Montiel vio la amarilla. El Sevilla se había vuelto a embotar. Sin mordiente ni ocasiones. Como si Ocampos, Rakitic y Acuña hubieran perdido las piernas. Lopetegui, el rumbo.

Un punto de Champions a cinco minutos del final

U-ru-gua-yo. La grada seguía a lo suyo mientras otro Sevilla brotaba de la caseta. Dentro Navas, Tecatito y un cambio de sistema: ese 5-3-2 al que Lopetegui acude en casos de emergencia, con Gudelj en el centro de la zaga. Sobre el Sevilla todo eran alarmas. Si Tecatito entró alborotando, Suárez era de nuevo el hombre que buscaban todos los balones al área rojiblancos. “Gracias Lucho por hacernos campeones”, ondeó en el fondo sur después de que su enésimo cabezazo a un centro de De Paul se marchara fuera. Once minutos le duró al Sevilla el 3-5-2: la frontal convertida en un queso gruyere para el Atleti, todo espacios. Lopetegui volvía al 4-4-2 con Mir y Óliver. El u-ru-gua-yo paró el reloj en el 64’. Entraba Cunha, se iba Suárez. Entre ese grito. Para volver a llorar como un niño, ahora en el banquillo de su casa estos dos años, cubriéndose el rostro, con hipar de hombros. Su nombre queda por siempre en el museo, ojalá que lo hiciera también en el Paseo de Leyendas (82 partidos).

El Sevilla continuaba sin piernas, sin dientes, pero al menos sí portero: Bono sacaría con la uña una pelota de De Paul que gritaba gol. Sería en la portería de Oblak donde se escucharía, sin embargo. El goool. Y muy alto. Muy desde adentro. En-Nesyri abalanzándose sobre ese balón de Óliver para olvidar los nervios, las piernas de flan, la pelota en el palo cinco minutos antes. El Sevilla se abrazaba fuerte a la Champions para ya no soltarse. Con ese punto. La exhalación que brotó del banquillo de Lopetegui sonó casi tan alta como ese grito que esta tarde se oía infinito. U-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo...

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