Riquelme, el único héroe y su rol en este lío

Román es Dios para el hincha de Boca, palabra santa, y no vale reprocharle nada. Pero parece haber llegado la hora de que asuma en la Libertadores.

Olé

Riquelme es Dios. Va su equipo a Colombia y hay un hincha del Deportivo Cali que también es de Boca, tiene tatuado el Topo Gigio y a su hijo le puso Juan Román. En Brasil se multiplicaron en las décadas pasadas, por lo que hizo en las canchas de ese país, los chicos llamados directamente Riquelme. En Boca y varios rincones más de este planeta en forma de pelota de fútbol su nombre es palabra santa. Por haber sido un jugador con un talento único, inigualable, mágico, esotérico.


A ese Riquelme alabaron los socios de Boca en las elecciones, como contracara de Daniel Angelici y con la fe ciega en que todo lo que les había dado dentro del campo de juego podría repetirlo desde el búnker que armó en Ezeiza y desde su palco en la Bombonera. No ligas profesionales, tampoco copas argentinas. La dirigencia anterior las ganó y no alcanzó para satisfacer al pueblo, porque tuvo que dejar el gobierno en helicóptero.

El ídolo sabe de ese cariño sin límites y no se cansa de remarcarlo en los medios, como sorprendido e incrédulo, pero bien consciente de lo que tiene en sus manos. Así como en su momento el hincha de Boca lo eligió en su pelea con Maradona, ahora él no tiene dudas en que le volverían a responder en unas hipotética competencia con Tevez en las próximas elecciones. Lo sabe, lo siente. Por eso es capaz de seguir diciendo que le ganaron los dos partidos al Atlético Mineiro en la Libertadores y no volverse meme, pese a que la consecuencia real de esa eliminación terminó con el ciclo de Russo y dejó varios heridos... Y tal es el súper poder que le otorgan los hinchas que se vuelve inmunidad.

El riesgo de esa devoción es que lleve a sus fieles a conformarse con menos. Menos plantel, menos refuerzos de categoría, menos ventas de jugadores, menos recursos económicos, ¿menos obsesión por la Copa Libertadores?

"Si sos bueno ganás la Libertadores", es el eslogan que Riquelme no negocia, porque él la conquistó tres veces y sabe que esos títulos fueron todo. Le dieron todo. Le permitieron entrar en la historia y ser lo que es hoy. Ídolo máximo. Vicepresidente con poderes especiales. Dios. Por eso la pregunta: ¿tiene algo más importante que hacer que acompañar a su plantel en los partidos de visitante? No a Varela, Sarandí, Avellaneda, Córdoba o Santiago del Estero. Al menos en la Libertadores. Para liderar, para comandar. Para frenar episodios como el que se dio contra el Mineiro con sus jugadores y tambien con sus hombres del Consejo.

El hincha de Deportivo Cali que lleva tatuado al Topo Gigio y llamó a su hijo Juan Román esperó por él en la puerta del hotel en Colombia, creyendo que su ídolo que es ahora es vicepresidente estaría por lógica junto al equipo. Pero no sabía que Román no va de visitante salvo en los partidos por la Copa Argentina.

En la Bombonera se siente en casa. El patio de su casa. Mira desde el palco, pone la TV en mute, analiza, comenta poco con quienes están a su lado, hay veces que se queda un buen rato allí tras los partidos. Sólo en situaciones de extrema calentura bajó al vestuario, como después de aquella derrota con Gimnasia que hizo descender a los jugadores del micro.

Los viajes a Román no le gustan. Sabe que sería el centro de atención. También sería demasiado tiempo lejos de Don Torcuato. Por eso manda a sus laderos Bermúdez, Cascini y Delgado, aunque estos dos últimos ya no pueden hacerlo en la Libertadores por dos años, luego de las sanciones recibidas por los incidentes ante el Mineiro. Y si bien es cierto que no está mal delegar, es complicado querer hacerlo cuando en Boca todos saben quién manda (uno) y quiénes no (el resto).

En Cali sólo estuvo el Patrón de parte del Consejo de Fútbol, más el secretario general Ricardo Rosica y la flamante vicepresidenta 3ra. Adriana Bravo. Pero, por lo que significa para Boca, sus jugadores y sus hinchas, está haciendo falta un Riquelme en la Libertadores. Porque no llevarlo es como saber que el Dios del fútbol es azul y oro y no rezarle un Padre Nuestro antes del desafío más importante. La obsesión.


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