Joaquín, al cielo con ella

El Betis conquista su tercera Copa del Rey al imponerse en la tanda de penaltis. Yunus Musah falló el cuarto del Valencia y Miranda anotó el definitivo.


Conrado Valle
As
El Betis ganó su Tercera. La logró como conquistó su primera, en la tanda de penaltis. Miranda escribió su nombre en la leyenda verdiblanca, como lo está el de Esnaola por pararle el último de la tanda a Iribar en la final de 1977 y el de Dani por su gol en la prórroga en el 2005. “Sí, sí, sí la Copa ya está aquí” cantó más de la mitad de La Cartuja y la noche en Sevilla solo hacía que comenzar. Joaquín, quién si no, alzó al cielo el trofeo, al mismo cielo donde mandó Yunus Musah el cuarto penalti del Valencia, que lo mereció tanto como el Betis pero que se queda sin su Novena y también sin el billete a Europa que le hubiera otorgado. En esos dos penaltis se resolvió la fiesta del fútbol español, con dos aficiones mayúsculas en la victoria y en la derrota.

El Betis pegó primero y pronto. Bellerín le ganó la espalda a Gayà y Borja Iglesias, el cuerpo entero a Paulista. El Panda remató de manera tan cómoda como potente. Mamasdashvili solo pudo agitar las manos cual molino de viento. Corría el minuto 10 y Pellegrini tenía la final como novia en el altar. Por si fuera poco, desde bien temprano, Paulista tenía amarilla, lo que le iba a condicionar a la hora de atar en corto a Juanmi y Borja, y las imprecisiones en los pases, Guillamón no tuvo su mejor día en la circulación, generaban desasosiego en la moral blanquinegra. Pero ni Fekir ni Canales aparecían con regularidad, y por ahí el Valencia respiró. Los de Bordalás sufrían en las bandas y el Betis casi calca su gol. Esta vez por su izquierda, con centro de Álex Moreno y remate, de nuevo sin marca, de Juanmi. Pero lo envió fuera.

Pero quien pensara que todas las cartas de la final iban a estar al descubierto por aquello de que los estilos estaban definidos se quedó algo desconcertado desde que se anunciara el once del Valencia. No estaba Bryan Gil ni Thierry Correia y sí Hugo Duro e Ilaix Moriba. Y precisamente fueron ellos los que ejecutaron el contragolpe que devolvía el empate a la final. Perfecta asistencia de Ilaix y deliciosa la ejecución de Duro, que picó el balón a la salida de Bravo y con ello subió los decibelios de la grada donde la afición blanquinegra se hizo de notar aún estando en minoría. El reloj marcaba el minuto 30 y en ese toma y daca de cánticos, alé por allí, Amunt por allá, encontraba también su reflejo en el marcador.

Al descanso se llegó 1-1, aunque bien pudo llevarse la primera parte cualquiera de los dos en el minuto 42. Hugo Duro desaprovechó con un mal pase un contragolpe que aventuraba tanto peligro como tras la recuperación bética tuvo un disparo de Canales que repelió el palo. Ahí Betis y Valencia firmaron una tregua hasta el parón. La única en toda la noche. De Hernández Hernández solo se sabía cumplida la primera parte por las protestas de los valencianistas por alguna que otra mano suelta que dejaron Juanmi y Borja Iglesias, aunque sin más influencia en el juego, y solo durante los quince minutos de retiro se escuchó el silencio en La Cartuja.

La final ganó en todo con el paso por los vestuarios. Hasta cumplirse el minuto 90 Betis y Valencia tuvieron cada cual sus momentos. De salida los de Bordalás entraron mejor. El balón circuló más por los pies de Carlos Soler y cuando ello sucede es más fácil que pasen cosas buenas para sus intereses. Fue ahí cuando Hugo Duro pudo coronarse con un segundo gol, pero incomprensiblemente envió el balón por arriba de la portería disparando desde casi dentro del área pequeña. Pero el Betis despertó y la figura de Mamasdashvili se hizo gigante.

El Betis se hizo dueño de lo que tanto le gusta a Pelligrini y las ocasiones fueron cayendo como la lluvia durante todo el día en Sevilla. La tuvo Borja Iglesias, Juanmi, por dos veces, una de ellas al palo, Canales, Fekir y de nuevo Borja. Pero ninguno pudo con el georgiano, que se iría de La Cartuja con su nombre en la agenda de varios clubes. Bordalás entendió que tenía que mover ficha si no quería que se esfumara el sueño de conquistar su primer título y más cuando Hernández Hernández miró para otro lado en una falta de Guillamón que pudo costarle la segunda amarilla. La entrada de Thierry, Bryan Gil y Racic equilibraron las fuerzas, le dieron otra velocidad al ataque che, y el Valencia volvió a mirar a los ojos a Bravo. Así, la última oportunidad que hubo de no llegar a la prórroga la truncó el chileno tras remate de Soler.

La final cambió de día y creció en emoción. En la grada se dejaban la voz, el alma y la pasión, en el césped las fuerzas, el aliento y el honor. Pellegrini fue introduciendo los cambios que no había hecho hasta la prórroga, ya que solo Joaquín había entrado antes del 90, teniendo así a sus 40 años el protagonismo en la final que su carrera merecía. El partido estaba roto, pero se pasaba de un campo a otro con más corazón de cabeza. Los últimos pases nunca fueron buenos y así ninguno encontró el gol que le hiciera campeón, llegándose a una tanda de penaltis que ya es historia del fútbol español.

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