El asesino del pullover rojo: una niña apuñalada y el horror de su hermano que se transformó en un monstruo
El hecho ocurrió en Francia en 1974, con el secuestro y muerte de la pequeña Marie-Dolores Rambla. El acusado fue condenado a la guillotina e inspiró tres películas y no menos de quince libros. Jean-Baptiste, hermano de la niña y único testigo del secuestro, se convirtió en un brutal homicida
El hombre se dirige a Jean-Baptiste, le pide si puede ir a mirar si el animal no está detrás del edificio, hacia la derecha. Jean-Baptiste hace caso y va. Cuando vuelve, minutos después, ya no está el señor que busca un perro. Ni el auto gris. Ni su hermana. A los hermanos Rambla les acaban de secuestrar la infancia. Ya nunca nada volverá a su cauce. No habrá una vida normal.
Jean-Baptiste corre a su departamento. Relata a sus padres lo ocurrido. Que Marie-Dolores ha desaparecido con el señor del auto gris que buscaba a su perro. El pequeño asustado dice que el auto podría ser un Simca 1100. Aunque de autos, no entiende nada. Ocurre lo clásico con estos casos: la denuncia en la Policía y una búsqueda contrarreloj que termina mal.
Dos días después, a 20 kilómetros de donde jugaban los niños, en un bosque y cerca de un lugar de cultivos de champiñones, aparece el cuerpo apuñalado de Marie-Dolores. Está tirado sobre las flores salvajes amarillas que crecen en el lugar y a su lado hay piedras con restos de sangre. Los peritajes aseguran que no hay abuso sexual.
La felicidad de los Rambla acaba de concluir.
Un brutal asesino atascado en el barro
El mismo día del secuestro, cerca del lugar donde luego se halló el cadáver, ocurre otro incidente llamativo cerca del mediodía. Un hombre que maneja un Peugeot 304 gris no se detiene en el cruce de dos calles y choca con otro vehículo. El culpable del accidente aprieta el acelerador y se da a la fuga.
Un poco más adelante, toma un camino secundario y se introduce con el auto en una granja donde cultivan champiñones. Termina en una especie de túnel, encajado en el barro. El que maneja es un joven que se llama Christian Ranucci y trabaja como viajante de comercio. Se baja y va a pedir ayuda a una casa cercana. Con los vecinos, empujan el coche y logran sacarlo. A los lugareños les resulta raro Ranucci que se haya quedado atascado en ese lugar.
Cuando 48 horas después aparece el cuerpo de la pequeña, estos vecinos recuerdan al joven y reportan el hecho a las autoridades.
Además, La policía toma testimonio a un matrimonio, Aline y Alain Aubert. La pareja relata haber llegado minutos después a aquel cruce de calles donde sucedió el accidente. Cuentan que el conductor damnificado, Vincent Martinez, les pidió que intentaran alcanzar al otro auto que estaba huyendo con el objetivo de tomarle la patente. Los Aubert aceptaron el desafío y fueron en busca del Peugeot 304. Unos centenares de metros más adelante lo vieron detenido en un camino. A la distancia vieron cuando el sujeto está bajando con una niña con quien se introduce en el bosque. Alain Aubert se bajó del auto y se acercó. Le gritó al hombre escondido en el bosque: “No ha pasado nada grave, solo es un accidente material, vuelva”. No hubo respuesta. Tomó los datos de la placa, 1369 SG 06, y volvió para dárselos a Martínez. Se acababa de perder la última posibilidad de salvar a la pequeña.
En ese mismo sitio de densa vegetación es donde luego será encontrado el cuerpo de Marie-Dolores.
La Policía une cabos rápidamente y deduce que el hombre del accidente y del automóvil encajado en el barro podría ser el mismo que secuestró y mató a Marie-Dolores Rambla y que había acudido al lugar para deshacerse del cadáver. En el túnel los detectives de homicidios encuentran, además, un suéter rojo.
Ranucci es detenido y sometido a largos interrogatorios. Termina confesando. Lo más importante: indica dónde ha dejado el arma asesina. La policía encuentra el cuchillo donde él refirió: en el túnel y semienterrado. Está lleno de sangre. Todo cierra.
Pero lo cierto es que los Aubert no pueden reconocer a Ranucci. Lo han visto desde muy lejos. De todas formas, Ranucci sigue preso y confesará dos veces más. Incluso a los psiquiatras que lo entrevistan.
Por otro lado, aparecen varios testimonios que dicen haber visto en la ciudad de Marsella, en los días previos al crimen, a un hombre que conducía un Simca 1100 gris acosando a niños. También aseveran que el sujeto buscaba un gran perro negro. Un mecánico del barrio, asegura que el auto era un Simca 1100 gris y que el que manejaba llevaba puesto un pullover rojo.
Trasciende además que, si bien el tipo de sangre encontrada en los pantalones de Ranucci en el baúl del auto coincide con la sangre de la víctima, ambos tanto ella como su victimario Ranucci comparten el mismo tipo de sangre.
Enterado de ésto y de la versión del pedófilo con suéter rojo y auto gris que circulaba aquel día del secuestro, Ranucci se retracta. Dice que no recuerda nada de esas horas, asegura que la Policía lo abrumó con pruebas y que todo eso lo llevó a pensar que solo él podía ser el culpable. Niega que el suéter rojo sea suyo. Lo cierto es que le queda enorme.
Además, un testigo clave no logra reconocerlo en la rueda de presos: el pequeño Jean-Baptiste Rambla.
Un mismo día, un homicidio, un choque, dos autos grises, dos hombres con extraña actitud y… un suéter rojo.
¿Podría ser que las autoridades estuvieran confundidas de hombre? Pero, ¿por qué Ranucci confesaría algo tan tremendo? ¿Cómo fue exactamente la confesión? Si no era culpable, ¿cómo es que indicó donde estaba el arma? El cuchillo es la clave para que Ranucci siga preso y no le otorguen el beneficio de ninguna duda.
Rueda una cabeza
La familia Rambla llegó a Marsella con la ola de inmigración española de los años sesenta. Se instalaron a vivir en un barrio obrero. En la primavera de 1966 nació su hija Marie-Dolores y, en 1967, llegó Jean-Baptiste. Un par de años después nacieron los gemelos Karine y Noël. La madre, que era empleada doméstica, renunció a su empleo para poder ocuparse de la familia. Pierre, el padre, entró a trabajar como maitre en una compañía de coches-cama.
No bien ocurrió el crimen, la madre no podía hacer otra cosa que llorar y Pierre entró en pánico. Los gemelos de 3 años estaban perdidos en la agitación familiar. Pierre comenzó a reprocharle a Jean-Baptiste el haber abandonado a su hermana durante esos segundos en los que fue secuestrada. Luego, vino el siguiente reproche: el pequeño no pudo reconocer al asesino confeso.
El juicio a Christian Ranucci se celebra entre el 9 y el 10 de marzo de 1976. Los ánimos están espesos y la sociedad sumamente atemorizada.
Ranucci, con su actitud desafiante y vestido como un sacerdote por consejo de su madre, no le cae bien a nadie. Es declarado culpable y lo condenan a morir bajo la guillotina. El presidente francés, Valéry Giscard d’Estaing, rechaza la posibilidad de un indulto.
El 28 de julio de 1976 a las 4 horas y 13 minutos de la mañana Ranucci dice sus últimas palabras: “Rehabilítenme”. Acto seguido, el verdugo aprieta un botón y la guillotina cae filosa, helada. La cabeza de Christian Ranucci rebota en el suelo. El asesino ha sido decapitado en la prisión des Baumettes en Marsella.
La historia del ejecutado y los hechos
Christian Jean Gilbert Ranucci nació el 6 de abril de 1954, en Avignon, Francia. Su padre Jean era un veterano de la guerra en Indochina y su madre, Héloïse Mathon, era una mujer que se dedicaba al cuidado de personas. Cuando tenía cuatro años, reveló Christian Ranucci, fue testigo de una violenta pelea de sus padres donde Jean le cortó a Héloïse la cara con un cuchillo. Curiosamente con uno muy parecido al que habría usado Ranucci hijo, años después, para cometer su crimen. La pareja se divorció y Héloïse Mathon crió a su hijo bajo el temor que su padre los buscaría para asesinarlos.
Sin embargo, Jean Ranucci testificó en el juicio que su hijo no había sido realmente testigo del ataque. Sostuvo que Christian mentía, que su ex exageraba y que él jamás los había buscado. En el colegio, Christian Ranucci era recordado como violento por sus compañeros. Al terminar el secundario, trabajó un tiempo en el bar de su madre. Más tarde se enlistó en el ejército. Dejó el servicio en abril de 1974. Según sus camaradas su conducta era atípica y solía tener reacciones desproporcionadas. De hecho, en el juicio circularon rumores -no probados- sobre el secuestro y abuso de dos niños en Niza durante sus años como militar.
En mayo de 1974 comenzó a trabajar como vendedor de aires acondicionados puerta a puerta. El 2 de junio viajó de Niza dónde vivía hasta Marsella para pasear. La mañana del 3 junio, a las 10.30, mientras buscaba circulando con su auto la casa de un viejo compañero militar, se topó con un grupo de chicos. Eran cuatro: los hermanos Rambla y otros dos vecinos de la misma edad que jugaban en el estacionamiento. Se quedó observando.
Cuando a las 11.10 los hermanos Rambla quedaron solos, él se acercó con el auto. Les dijo que había perdido a su enorme perro negro y les pidió ayuda. Mandó al más pequeño a mirar detrás del edificio. Se quedó con Marie-Dolores a quien convenció de subir a su Peugeot 304 gris. Ella primero se negó. Tuvo que insistir. Le prometió que estarían de regreso enseguida, para la hora del almuerzo. Salió con el auto y su presa. Una hora después llegó al cruce donde, al no detenerse ante la señal de Pare, chocó con el otro coche. Sin dudarlo, pegó la vuelta y escapó con rumbo a Marsella.
Un poco más adelante se salió del camino. Se bajó del auto con Marie Dolores y la obligó a trepar entre los matorrales. Él la tenía agarrada con fuerza del brazo izquierdo y ella lloraba y gritaba. Había perdido su zapato derecho y tenía que caminar descalza sobre la superficie pinchuda. En un momento Ranucci perdió la paciencia. La tomó del cuello y la tiró contra el piso. Tomó unas piedras del lugar y la golpeó en la cabeza repetidamente. La pequeña intentó resistirse y se cubrió con su mano derecha. Ranucci sacó su navaja y la clavó en su mano. La apuñaló 15 veces en la garganta. Con el cuello cortado ya no hubo resistencia. Ranucci cubrió el cuerpo con unas ramas y volvió a su auto.
Manejó un poco más y se metió en un lugar dónde cultivaban hongos. Cambió una rueda pinchada, se sacó la ropa manchada de sangre, escondió el cuchillo y se limpió las manos como pudo. Cuando quiso irse, se dio cuenta de que estaba encajado. No podía mover el auto, las ruedas hundidas giraban en falso sobre el barro.
Eran las cinco de la tarde. No tenía más remedio que buscar ayuda. El granjero, Henri Guazzone y un ayudante, acudieron a su pedido. Levantaron el vehículo para que pudiera salir del lodo. Los dueños de la granja le ofrecieron al asesino una taza de té. Ranucci aceptó agradecido y se marchó. Dos días más tarde fue arrestado. El cuerpo había aparecido y él había sido identificado por el número de su placa que habían brindado los Aubert, aquellos testigos ocasionales del choque en el cruce. Acorralado, confesó.
Algunas dudas y repercusión
Las dudas que quedaron flotando alrededor del caso alimentaban la idea de algunos de que se podría haber ejecutado a un inocente. Jean-Baptiste, con 10 años, era la figura clave para aquellos que estaban en contra de la pena de muerte que le habían aplicado a Ranucci. Si el principal testigo no lo había podido reconocer, sostenían, ¿cuál era la certeza de que hubiera sido él? Un psiquiatra explicó que Jean-Baptiste Rambla “estaba preso de un estado de culpabilidad permanente por haber dejado a su hermana y por no haber reconocido a Ranucci”.
En 1981, cuando François Mitterrand llegó al poder, suprimió la pena de muerte en Francia. Christian Ranucci había sido el antepenúltimo ejecutado.
El caso inspiró tres películas y no menos de quince libros. Pierre Rambla intentó impedir que ganaran dinero con lo ocurrido a su hija. Llamaba personalmente a los cines de Marsella para que no diesen la película: “Si dan ese filme les pongo una bomba”, amenazaba. O iba a las librerías y volteaba la pilas de libros. Estaba furioso, sobre todo con el titulado El pullover rojo, donde se remarcaba la posible equivocación sobre la identidad del asesino. A nadie le importó demasiado y este libro se editó en formato pocket y siguió vendiendo de a miles.
Los psiquiatras que escucharon a Ranucci lo diagnosticaron como un joven inmaduro, con una sexualidad indefinida. Para ellos no era un pedófilo sino más bien alguien que quería compañía. Por ello, no había existido abuso sexual.
El motivo del secuestro no quedó nunca establecido con claridad, pero en su confesión Ranucci dijo que no había tenido intención de lastimar a la pequeña y que solo quería dar un paseo con ella. Aseguró que el crimen había sido producto del pánico por el accidente de auto y por los gritos de Marie Dolores.
De víctima a victimario
Esta terrible historia marcó a fuego al testigo de la desaparición de Marie-Dolores: Jean-Baptiste Rambla. Las secuelas serían terribles. En los primeros años tras la tragedia acompaña a su padre a todos los reclamos. Su vida se ha transformado en una batalla permanente.
Una vez, ya en el secundario, el profesor de francés le da a leer para un ejercicio de gramática el libro El pullover rojo. El adolescente estalla de furia. Tira el libro al piso, le arranca las hojas y las pisotea. Lo suspenden por diez días. Sus padres lo mandan al psicólogo quien dice no detectar nada malo en él.
En otra oportunidad, su padre Pierre le rompe una guitarra en la cabeza. Está enojadísimo porque Jean-Baptiste se gastó los fondos para sus clases particulares de varios meses en ese instrumento. Pierre obsesionado con conseguir justicia se violenta con la realidad. Termina yéndose de su casa.
A los 18 años Jean-Baptiste le toca hacer el servicio militar. Todos le hablan siempre del caso de su hermana. Está harto. Cuando regresa decide meterse de lleno en el caso y encuentra decenas de errores en el libro El pullover rojo que se apoya en sus dichos para poner en duda la culpabilidad de Ranucci. En 1990 Jean-Baptiste conoce a Patricia, una joven que tiene una hija de 3 años. Se enamoran y se van a vivir juntos. Poco tiempo después nace Thomas.
Jean-Baptiste hace de todo: trabaja en una sociedad inmobiliaria, vende alimentación para animales y barreras automáticas. Una mañana, tomando su café en un bar, se encuentra con la pareja conformada por Corinne Beidl y Christian Chalençon. Ellos tienen una confitería en un cine y también trabajan asistiendo con la comida a los equipos de rodaje de diferentes producciones cinematográficas. Le proponen trabajar con ellos y Jean-Baptiste acepta.
Son años más alegres en su vida. Viaja a Lyon, conoce publicitarios y actrices. Ayuda en la cantina de una serie televisiva. Es buen padre, pero Patricia descubre que la engaña con alguien del trabajo. La tercera en discordia es Corinne. Se separan luego de diez años.
Poco a poco, Jean-Baptiste ha traspasado la barrera de los tranquilizantes y ha comenzado a consumir. marihuana y cocaína. Con la marihuana calma su cólera con la vida. Con la cocaína se vuelve más expresivo. La gente le pide “contame de tus muertos” y él no lo soporta. Pelea con la gente. Un día le da una trompada a uno.
Un martes de julio de 2004, Corinne (42) va a visitarlo y se le insinúa. Él acaba de esnifar cocaína. Le dice que quiere recomponer las cosas con su ex Patricia. Ella insiste en sentarse en sus rodillas. Empieza una discusión que levanta el tono. Corinne grita, él la estrangula. Ella cae al suelo.
Jean-Baptiste embala el cuerpo en bolsas y lo traslada hasta la casa de su ex. Allí deposita a víctima en la cabaña que Patricia tiene al fondo del jardín. Jean-Baptiste sigue con su vida y participa activamente en la búsqueda de su jefa Corinne, que para todo el resto está desaparecida.
Siete meses después Patricia va un día a buscar la patineta de Thomas a la cabaña de su jardín. El olor es horrible, revuelve el lugar y saliendo de unas bolsas ve que emerge una cabeza. Es la de Corinne. Poco después llama a Jean-Baptiste y le pide que vaya porque hay una inundación en su casa. Jean-Baptiste, diligente, cierra la puerta de su departamento y va caminando. Cuando se acerca a la casa se da cuenta de que está perdido. Está la Policía. Es febrero de 2005 y Jean-Baptiste Rambla (37) es arrestado por el crimen.
La sociedad y la prensa entran en shock: aquel hermano de Marie-Dolores Rambla, tres décadas después, había cometido un crimen. Jean-Baptiste se excusa diciendo que la mató en medio de una pelea porque el quería trabajar en blanco y ella le pagaba en negro. En el juicio habla y conmueve a muchos: “Desde la edad de 6 años que no tengo futuro, soy transparente”.
El 17 de octubre de 2008 es condenado y sentenciado a 18 años de cárcel. Según su defensa, Jean-Baptiste había actuado bajo la influencia de su adicción a las drogas, contraída por los traumas luego de la brutal pérdida de su hermana. Cuando su padre muere en 2013, se le permite al convicto asistir al entierro. Jean-Baptiste vomita durante toda la caminata con el cortejo fúnebre. Su progenitor se perdería el nuevo capítulo negro que acontecería en la vida de los Rambla. Menos mal.
La última sorpresa
Jean-Baptiste tuvo la suerte de ser liberado bajo palabra a principios del 2015, habiendo cumplido solamente 7 años de su condena. En julio de 2017 consiguió su diploma de ingeniero en calefacción. No pasó mucho tiempo para que la Justicia tuviera que lamentar no haberlo hecho cumplir la totalidad de su condena en prisión. Porque Jean-Baptiste volvió a matar. Esta vez la víctima fue una joven de 21 años, llamada Cintia Lunimbu, a quien no conocía. Un asesinato al azar.
Cintia era hija única de una pareja de angoleses que se habían instalado en Francia huyendo de la guerra civil en su país. La joven era empleada de limpieza y vivía en el barrio Arnaud-Bernard, en Toulouse. Ese 21 de julio de 2017 cuando le tocaron el timbre, acababa de llegar de su trabajo. Al abrir la puerta, un hombre entró por la fuerza y la asesinó.
El 27 de julio su madre preocupada porque su hija no respondía los mensajes llamó a la policía. La última conexión de Cintia había sido el 21 de julio a las 12.30. Cuando los bomberos ingresaron al departamento la encontraron desnuda y degollada en el piso, en medio de un mar de sangre seca. La cabeza, casi separada de su cuerpo. Los forenses escribieron: “Sección de la yugular y sección de la carótida (...) aspecto de semidecapitación (...) causa de muerte hemorragia externa”.
El ADN recuperado de las uñas de su mano derecha, se había defendido con fuerza, coincidió con el de un hombre que la policía ya tenía fichado: Jean-Baptiste Rambla, de 49 años, quien estaba en libertad condicional por buena conducta. Pocas horas después del brutal asesinato tenían al culpable. Además, las cintas de grabación del edificio lo retrataban a la perfección ingresando a las 13.12. El 11 de agosto lo arrestaron. Al principio, negó tener que ver con la muerte de esa joven desconocida.
Finalmente, ante las pruebas, se rindió. Terminó contando que ese día entró al edificio, subió al cuarto piso y tocó dos puertas. Primero la de la izquierda, nadie respondió. Luego, la de la derecha. La dueña, una joven de color, abrió. Él la empujó hacia dentro y la mató con su cutter. El homicida llevaba puestos guantes quirúrgicos descartables. La víctima quedó boca abajo. Él le quitó la ropa y el celular. Luego, se duchó y limpió sus huellas con cuidado. Dejó mucha ropa y objetos tirados para que pareciera un robo.
Ante el tribunal la madre de Cintia, Maria Lunimbu, se abalanzó hacia él a los gritos: “Vos mataste a mi hija, y me mataste a mí también… ¿¿por qué?? ¿¿por qué?? ¡yo te voy a matar ! ¡Te voy a hacer lo mismo que le hiciste a ella!”. La Policía se interpuso. El acusado se mantuvo en silencio, impasible. No dio jamás una explicación de por qué lo había hecho. El fiscal del caso fue claro y mirando al jurado les dijo: “Ustedes no están juzgando al hermano pequeño de la chica asesinada, ustedes están juzgando al asesino de una mujer”.
El caso del pullover rojo había vuelto con mayor dramatismo a los titulares. Incluso llegó a una serie de Netflix de cuatro episodios. Los psicólogos y psiquiatras tenían mucho para interpretar. Se habló de transferencia psíquica de la agresión, de culpa y de traumas.
El fiscal David Sénat no aceptó el discurso victimizador de Jean-Baptiste y fue tajante: “Ser víctima no habilita a convertirse en criminal”. Y pasó a relatar la truculenta muerte de Cintia Lunimbu en manos de un desconocido. Las fotos de la escena eran tan chocantes para los presentes que debieron ser reemplazadas por dibujos. Jean-Baptiste fue condenado a prisión perpetua el 17 de diciembre de 2020 por este nuevo asesinato.
Si su crimen datara de los años 70, a Jean-Baptiste podría haberle cabido la misma pena que a Ranucci, el asesino de su hermana. Pero esa ejecución en la guillotina y las dudas que generó su condena habían contribuido a la eliminación de la pena de muerte. Podríamos extrapolar, entonces, que Ranucci de alguna manera le salvó la vida a Jean-Baptiste. A aquel testigo vulnerable que, un día, decidió dejar de ser víctima para convertirse en un horrible victimario.
Las vueltas de la vida. Y de la muerte.