Al Atleti se le apaga la luz
Derrota para los del Cholo en San Mamés, inoperantes en ataque y nulos en defensa. Goles de Hermoso en propia puerta e Iñaki Williams de penalti.
Simeone sólo podía mirar con envidia aquel jugador que fue suyo y que, indudable, se fue demasiado pronto mientras Raúl García lanzaba zarpazos sobre Oblak como cañonazos. El plan del Cholo, ese que llevaba una semana ensayando, día a día, pronto fue sólo papel mojado en la hierba. Daba igual que hubiera regresado Herrera, que compartiera el pivote con Kondogbia, que Grizi ocupara la derecha, Suárez solo la punta. Igual daba que Giménez también estuviera de vuelta, que Koke permaneciera en el banquillo. A los ocho minutos todos eran un negar de cabeza. Un chasquido de labios. El lamento de Oblak. Iñaki Williams corría y abría en canal a Giménez. A la enésima, su chut a portería trató de despejarlo Hermoso pero el infortunio estaba ya ahí, como todo lo que importa, en el aire. Gol en propia puerta. No despertó el Atleti, sin embargo. Ni seis minutos más tarde, cuando Iñaki Williams, otra vez, recibía solo, desnudaba a Giménez y su centro sobrevolaba el área como una granada a punto de explotar que nadie acertó a despejar. Acabó estrellada en el palo. En el partido sólo había un equipo. Un equipo que jugaba, que había marcado y seguía apretando arriba como si no, con las líneas adelantadas. Un equipo que al balón le ponía el sudor. El Athletic.
Enfrente, el Atleti era un ente, por llamarlo de alguna manera, inoperante en ataque y lleno de lagunas atrás, incapaz. Como si no importara. La próxima Champions, la economía, el futuro con ella y no sin. Como si no pudiera comenzar a escapársele por otro inicio infame. En media hora sólo acumulaba amarillas. Esa de Hermoso y otra a Reinildo. Ambas la quinta. Media hora, el Atleti no
El Athletic, que lo había corrido todo esa media hora, dio un pasito hacia atrás. El partido se igualó. Sobrevoló por primera vez el Atleti la portería de Unai Simon con un disparo de Kondogbia, minuto 37. Los rojiblancos de azul habían despertado al fin. Carrasco acallaba San Mamés justo al llegar el descanso, con una internada de las suyas en zig zag y un zurdazo que se topó con Vesga y se estropeó. Como al inicio con Hermoso y Williams pero al contrario. Cuando el partido volvió, Correa ya formaba parte de él, Reinildo en la ducha.
Todo había cambiado. El Atleti compareció con intención, compareció al menos. Ya era. Grizi estampaba con violencia una falta en el travesaño que hacía temblar todo Bilbao y que en realidad solo era el epílogo del 2-0. En la jugada siguiente, Herrera segaba a Muniain en el área e Iñaki Williams depositaba el penalti en la red de Oblak a lo Panenka. Entonces se fue del campo la luz, literal. Cinco minutos el partido parado. Cuando volvió, el campeón que ya no lo era se había ido también. Y para siempre. El tiempo en las piernas de Suárez, la sequía en las de Grizi, la parálisis en las de Giménez en cada carrera con el mayor de los Williams. Cuando el Cholo sacó a Koke era tarde. El Atleti ya estaba roto. Era solo futbolistas desperdigados como las piezas de un recipiente estallado en la fiebre del sábado noche de los Williams y Raúl García en San Mamés. Con todo lo que se juega. Pero ayer no era el día. Ayer fue un disparate. Lo que empezó con una amarilla en el segundo 44 acababa con otro palo, de Correa, que sonó a bofetón. De las cinco finales quedan cuatro. Se ha perdido ya la primera.