Obligó a cambiar las reglas del deporte, fue uno de los mejores de la historia de la NBA
El pivote, ganador de 6 títulos, 8 premios MVP y máximo anotador de siempre en la NBA, fue fiel a sus convicciones y luchó contra el racismo desde los 21 años, cuando se negó a ir a un Juego Olímpico. Luego abrazó el Islam, se cambió el nombre y nunca se calló ante las injusticias
Este es el caso de Kareem Abdul-Jabbar, uno de los 3/5 basquetbolistas más importantes de la historia del segundo deporte con más federados en el mundo. Por lo que hizo en la cancha, claro: seis veces campeón de la NBA (cinco con los Lakers y uno con los Bucks), ocho premios de MVP (seis de fase regular y dos en finales), 19 veces elegido para el All Star, 11 veces en el quinteto defensivo y otras 10 en el quinteto ideal. Un pivote distinto que se retiró siendo el máximo anotador (38.387 puntos), taponador, reboteador defensivo y el que más partidos y minutos disputó de la historia. Y que, además, es considerado el mejor de la historia colegial –de ambos, a nivel secundario y universitario-, un jugador tan dominante que obligó a cambiar reglas del deporte (la NBA prohibió la volcada), que inventó uno de los movimientos más novedosos y difíciles de detener en la historia (Gancho Cielo) y que, por si fuera poco, se dio el lujo de jugar hasta los 42 años entre los mejores del mundo. Difícil ser más que eso, ¿no? Bueno, Kareem lo hizo. En esta nota les contaremos por qué...
Cuando nació, el 16 de abril de 1947, en Harlem, mítico barrio de Nueva York, no lo hizo con el nombre que hoy lo conocemos. Cora, una madre sobreprotectora, y Ferdinand, su estricto padre, lo llamaron Ferdinand Lewis Alcindor Jr y, con el tiempo, sería famoso ya como Lew Alcindor, hasta que a los 24 años se lo cambiaría por el actual, cuando decidió adoptar el Islam como religión tras un profundo cambio interior y en sus pensamientos. Lo primero que llamó la atención del chico fue su cuerpo: al nacer pesó seis kilos y midió casi 60 centímetros. Pero, al revés de lo que podría pensar, Lew se enamoró primero del béisbol, el llamado “pasatiempo preferido” de los estadounidenses. No fue hasta que su madre lo llevó a ver una película de los míticos Globetrotters –justamente de Harlem- que se decidió a practicar básquet. Más motivado aún cuando el crecimiento no se detuvo: a los 14 años medía 1m75 y a los 14 ya había superado los dos metros (2m03) y podía volcar la pelota. Tampoco sorprendió que fuera el jugador más dominante, primero de la región y luego de todo el país hasta llegar hoy a ser mencionado, por los especialistas, como el mejor de la historia en high school. De hecho, ganó tres títulos en la ciudad y apenas perdió 6 de 102 partidos, logrando una racha de 71 triunfos al hilo, promediando 20 puntos y 20 rebotes.
Pero, de a poco, fuera de la cancha, comenzó a verse su otro lado, en especial en el tercer año en el secundario, cuando empezó a sufrir el racismo en carne propia. El pivote lo padeció en cada ámbito, él lo admitió: en la escuela católica a la que asistía, en la iglesia y hasta en su equipo de básquet, en el que el entrenador lo llegó a acusar de “actuar como un negro”. Fue la tarde en la que volvió a su casa y le gritó a su madre, quien no era totalmente negra. “Desearía que no tuvieras nada de blanco en vos. Porque odio cada parte blanca que tengo yo”, le dijo antes de encerrarse en su habitación. Fue un despertar para Lew, quien comenzó a interesarle el tema racial y se metió de lleno en el Harlem Renaissance, movimiento cultural impulsado por artistas, escritores e intelectuales negros que potenciaron el amor por la literatura y la historia.
Justamente, Lew se interesó por los pioneros del básquet, nada menos con Rens de Nueva York, el primer equipo profesional de afroamericanos y el primer gran equipo de la historia. Creado en 1923, ganó 2318 de 2699 partidos y un título mundial, pero sobre todo luchó por la igualdad en una época de máxima discriminación y segregación, inspirando a millones, como a Alcindor, quien justamente cerró el círculo hace 11 años cuando, ya retirado, hizo una película llamada En los Hombros de los Gigantes, contando su legado de aquel grupo de negros. “Esta era una historia muy importante para contar. El deporte es un lenguaje en común, que mucha gente entiende, y este equipo no sólo fue el mejor de nuestro país en la época sino que dio un ejemplo, hizo posible que los estadounidenses vieran a los afroamericanos de otra forma, y de alguna manera ayudó a derribar barreras y muros”, contó Kareem sobre el documental.
Tras el secundario, el camino de Alcindor tomó otro rumbo, lejos de casa. Cuentan que uno de los motivos por el que eligió la beca de UCLA (Universidad de California en Los Angeles) tuvo que ver con el lugar donde iba, de una mayor aceptación por la diversidad racial, un tema candente todavía en USA. Allí encontró terreno fértil para continuar sus progresos como jugador, de la mano de John Wooden, un maestro que se convirtió en un mito viviente tras ganar 10 títulos de la NCAA, dos de ellos justo antes que llegara Alcindor y tres más con él, dominando a nivel nacional con una marca de 88-2. Sí, apenas dos partidos perdidos, siendo Lew elegido el mejor de las tres temporadas (cinco premios en total).
En el tercer año, el pivote anotó 56 puntos en un juego y luego estiró el récord a 61. Durante una racha invicta de 30 partidos, promedió 29 puntos, 67% de campo y 15.5 rebotes. “La única forma de ganarle a Alcindor es rezar por las tres F: foreign court (que juegue de visitante), friendly officials (arbitraje amigable) y foul out him (sacarlo por límite de faltas)”, aseguró Johnny Dee, coach de Notre Dame. Uno de esos juegos llegó el 20 de enero de 1968 en lo que quedó en la historia como El Partido del Siglo. El estadio Houston Astromode albergó la cifra récord de 52.693 espectacdores y fue el primer partido de fase regular universitario televisado para todo el país en horario de máxima audiencia. Aquel día, Alcindor, que venía con un problema en el ojo, no jugó bien (15 puntos) y Houston le rompió el récord de 47 partidos invictos que traía UCL. Lew tendría revancha en el Final 4 de ese año, ganando por 32 puntos camino al segundo título. El tercero llegó al año siguiente, terminando su curso universitario con 26.4 puntos y 15.5 recobres.
Su dominio fue tal que, en 1967, antes de su tercer año universitario, la NCAA prohibió la volcada en lo que se conoció como la Ley Alcindor. Nunca se supo si realmente fue por él, pero al pivote le sirvió para terminar de mejorar su juego, sobre todo finalizar el desarrollo de un lanzamiento que había comenzado a practicar a los 10 años: el Gancho Cielo, ese movimiento en el que el jugador gira hacia la izquierda, generalmente hace un par de pasos y lanza con el brazo derecho extendido. La altura del tiro –gracias a la talla del jugador y a la longitud del brazo- y la eficacia del jugador lo hicieron imposible de taponar.
Estaba claro que quien pudiera elegirlo en el draft de la NBA se sacaría la lotería y el beneficiado fue Milwaukee. En esa época los dos equipos con peor récord de la temporada dirimían esa suerte con el lanzamiento al aire de una moneda y en 1969 los Bucks tuvieron más suerte que los Suns y se quedaron con la nueva joya universitaria. Lew, claro, tuvo un impacto inmediato: promedió 28.8 puntos y 14.5 rebotes para que Milwaukee ganara 56 de 82 partidos y llegara a segunda ronda de playoffs, luego de que en la temporada anterior hubiese ganado 27 de 82. En la segunda la mejora los llevó directamente hasta la gloria. Los Bucks se impusieron en 66 de 82 partidos –sumando 12 de 14 en playoffs-, ganando la final con barrida incluida: 4-0 a Baltimore. Aquel, con Alcindor tomando por asalto la competencia (31.7 y 16), fue uno de los grandes equipos de la historia.
Luego de aquel festejo, el mejor jugador del mundo tomó una decisión que cambiaría su vida y sería la exteriorización de una metamorfosis interior que venía experimentando desde hacía años: pasó a llamarse Kareem Abdul-Jabbar, en árabe كريم عبدالجبار , que significa “Noble y Sirviente del Poderoso”. Pero, claro, no fue una decisión caprichosa, de la noche a la mañana. Inquieto y curioso, gran lector y analista de la realidad, aquel talentoso muchacho había quedado cautivado con los discursos de Martin Luther King. “Sólo verlo y darme cuenta de cuál era su propósito me motivó. Todo tuvo sentido desde ese momento. Entendí de qué se trataba mi comunidad”, recordó en una charla realizada en la Universidad de Brown en 2017.
No fue el único que impactó su vida. Su compromiso con el activismo se alimentó también con la ideas de Malcom X. “Leer su biografía me cambió totalmente”, admitió. Y ni hablar cuando vio la determinación de Muhammad Ali, deportista estrella como él que se animó a plantarse al sistema al negarse a incorporarse a las Fuerzas Armadas para la Guerra de Vietnam. Aquella determinación, pese a que le costó cara al mejor boxeador de la historia, inspiró y motivó a quien se convertiría en su amigo. Al punto de convencerlo de seguir su camino. Meses después fue él, con apenas 21 años, quien renunció a participar con USA de los Juegos Olímpicos de México 68, en protesta a ese trato desigual que recibían los afroamericanos en su país. “Era un reto hermoso jugar contra los mejores del mundo. Pero la idea de ir a México a pasármelo bien me pareció muy egoísta, dada la violencia racial que reinaba en mi país. No podía sacudirme el pensamiento de que si iba y ganaba, iba a contribuir a honrar a una nación que nos negaba nuestros derechos”, contó años más tarde en su libro “El entrenador Wooden y yo”, publicado en 2017. La siguiente, claro, fue su conversión al Islam, que comenzó durante su época universitaria pero se animó a hacer pública luego del anillo, en 1971.
No pocas críticas le trajo su decisión, incluso dentro su familia. Sus padres no lo aprobaron, según él reconoció, y muchos fanáticos blancos nunca se lo perdonaron. “Parecía que había pisoteado la bandera estadounidense”, admitiría él, años después. Incluso algunos fanáticos lo llamaban Lew y se enojaban cuando Kareem directamente los ignoraba. El, hasta ahí distante y malhumorado en público, se volvió directamente inaccesible para todos, público, periodistas y hasta algunos amigos blancos. Para él, aseguró, fue una “transformación espiritual” y la ratificación de un camino hacia la absoluta conciencia social. “Fue mi forma de sumar mi voz al movimiento de derechos civiles para denunciar el legado de la esclavitud”, contó.
La situación pública y su compromiso “político” no modificó un ápice su nivel, volviendo a ser el goleador, ahora con la impactante cifra de 34.8 puntos, y el MVP de la temporada por segundo año seguido. El pivote mantuvo su dominio, pero no pudo repetir el éxito colectivo (perdió una final del Oeste y otra de la NBA) y en 1975, pese a volver a ser el MVP (27.7 puntos, 17 rebotes y 4.1 tapas), exigió ser canjeado a los Lakers, argumentando que Milwaukee era una ciudad inadecuada para sus necesidades culturales. Está claro que sus intereses iban más allá del básquet y que su etapa en los Bucks estaba cumplida…
Ya en la segunda temporada en los Lakers su impacto se notó y el equipo ganó 13 partidos más, llegando hasta la segunda ronda de playoffs, aunque esa mejora colectiva no se pudo sostener y Kareem empezó a perder su motivación, mostrando algunos rasgos de su carácter difícil, como cuando le dio una trompada a un rival (Kent Benson), fracturándose su mano y siendo multado en 5.000 dólares. Todo cambió cuando llegó Magic Johnson, el mágico base novato, que arribó en 1979 y potenció tremendamente al equipo y generó una segunda juventud en Abdul Jabbar. El pivote promedió 24.8 puntos, 10.8 rebotes y 3.4 tapas, camino al primer título en LA, tras vencer a Philadelphia en la final. En 1982 repetirían la conquista y en los dos años siguientes perderían la final para recuperar el trono en 1985 y repetirlo en 1987 y 1988, jugando en muy buen nivel, ya con 40 años. Fue la década del gran clásico ante los Celtics de Larry Bird y Robert Parish, con quien tuvo grandes duelos. Se retiró en 1989, a los 42, con promedios impactantes (24.6 puntos, 11.2 recobres y 3.6 tapones), dejando una huella imborrable dentro de la cancha.
Pero su impacto nunca se detuvo fuera del campo. Ni siquiera cuando durante tres años peleó (y venció) a una leucemia que le descubrieron. Decidió producir, guionar y relatar la película sobre Harlem Rens, aquel primer team negro que venció a los equipos de blancos pero, a la vez, ayudó a generar un cambio. En 2016 recibió el mayor honor que puede tener un ciudadano estadounidense: el primer presidente afroamericano de la historia, Barack Obama, lo condecoró con la Medalla Presidencial de la Libertad por su aporte al interés nacional, la cultura y la paz mundial. Al año siguiente, cuando la protesta de Colin Kaepernick –arrodillarse durante el himno estadounidense, símbolo de opresión, para él- dividió al país y le costó a la estrella su lugar en la NFL, defendió abiertamente la postura. “La gente se enfoca más en el gesto que en el problema. Acá lo que sucede es que los estadounidenses negros son demasiado propensos a ser baleados sin razón alguna. Debemos cambiar eso”, aseguró Kareem. Siempre sus enfoques fueron con extrema claridad y contundencia, apuntando a las formas pacíficas que lo inspiraron (Malcolm X, Luther King, Bill Russell y Ali) y a la educación.
Así Kareem combatió el racismo de todas las formas que pudo. Culto y preparado, Abdul Jabbar escribió 14 libros, varios apuntados a contar historias de afroamericanos y su lucha, sabiendo que la palabra escrita es una herramienta muy poderosa. También lo hizo en la cancha. En los años 70, por caso, dentro de la propia NBA, cuando empezó a ser vista como una “liga demasiado negra” y su popularidad y asistencia a los estadios descendió drásticamente, generando el descenso de los contratos de TV. Se dio a partir de 1976, cuando la competencia absorbió la ABA, liga llena de afroamericanos talentosos, lo que generó una oleada que terminó de generar una abrumadora mayoría de negros, algo que molestó a muchos blancos. Así fue que, a su manera, el racismo pegó donde más dolía, en la economía y la crisis se profundizó. Y fue con jugadores como Abdul-Jabbar que volvió a ganar terreno hasta la aparición de Magic y sus duelos con Larry Bird. Un blanquito de Indiana, que había llegado a la católica y blanca Boston. Y un chico negro de Michigan, que se había sumado a la multiracial Los Angeles. Así se formó una rivalidad histórica. El blanco contra el negro. Los Celtics contra los Lakers.
Luego llegó la explosión con Michael Jordan y hoy la NBA es tal vez la organización deportiva más prestigiosa del mundo. Y un ícono de la lucha contra la desigualdad social, como lo ha demostrado con hechos permanentes. Tal vez el más importante fue obligar a vender las acciones de los Clippers a un multimillonario (Donald Sterling) que, como dueño de la franquicia, expuso sus pensamientos y acciones racistas en audios viralizados… Fue la misma NBA que, hace días, condecoró a Abdul-Jabbar con el premio a la Justicia Social en la 22° edición de los Premios a las Leyendas. “Es un orgullo que la NBA y muchos de sus jugadores quieran este cambio, esta hermandad que sigue empujando hacia la justicia social. E trabajo está lejos de estar terminado, debemos seguir transpirando cada día, buscando pequeñas victorias”, dijo, con gran brillantez, a los 74 años.
Sin medias tintas ni eufemismos, Kareem se ha expresado públicamente. Como lo hizo hace casi dos años, en una columna de opinión que escribió en el diario Los Angeles Times luego del asesinato de George Floyd a manos de la Policía de Minneapolis. “En Estados Unidos el racismo es como el polvo en el aire: parece invisible -incluso aunque te ahogue- hasta que dejás entrar la luz. Y ahí ves que está en todas partes”, escribió. Sin eufemismos, ni pelos en la lengua. “Parece que ha comenzado la temporada de caza de negros”, pegó. Para luego hablarle a la gente “que no entiende las protestas raciales. ¿No se dan cuenta que mucha gente está siendo empujada hacia el límite? Hoy hablamos del Covid, pero el racismo es mucho más mortal”, agregó en la columna publicada en el Times durante agosto del 2020, siempre atacando con dureza al Partido Republicado y puntualmente a Donald Trump.
Pero, más allá de exponer desigualdades con palabras, nunca abandonó los hechos y seguramente su acción más impactante fue cuando, en 2019, subastó gran parte de los recuerdos más importantes de su carrera, incluyendo cuatro de sus seis anillos de campeón. El impactante gesto, que contó con 240 productos puestos a la venta, recaudó 2.850.000 dólares –lo más caro fue el anillo de campeón de 1987, vendido en 398.937 dólares- que fueron destinados a su organización benéfica, la Fundación Skyhook, para ayudar a los niños que quieran mejorar sus conocimientos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Una curiosidad: hasta subastó los míticos lentes para jugar que usó en el final de su carrera: en la puja llegaron a 12.750 dólares. “Era elegir entre almacenar trofeos en un cuarto o ayudar a cambiar la vida de niños. La decisión fue muy sencilla: vender todo y comenzar otra historia”, contó el creador del Gancho Cielo, en una declaración que resume su pensamiento. “Antes que mi carrera, prefiero mirar la cara entusiasmada de esos niños y pensar en lo que pueden llegar en el futuro”, cerró con su habitual seriedad pero dejando entrever su emoción.
Una forma de que su legado vaya más allá de lo que hizo en una cancha.