San Mamés se come al Madrid
Un gol de Berenguer en el 89' mete al Athletic en semifinales con toda justicia ante un rival al que le falló todo excepto sus centrales.
Llegado enero ya no caben equívocos en el Madrid. Mejor un falso nueve (Asensio o Isco) que dos nueves falsos (Jovic y Mariano) cuando falta Benzema, a quien Dios guarde muchos años. Mejor dos brasileños con hambre (Rodrygo y Vinicius), aun apaleados por el jet lag, que dos galácticos venidos a casi nada (Hazard y Bale). Mejor los de siempre conocidos que los suplentes por conocer. Tampoco se llama a engaño el Athletic, equipo de dos velocidades, capaz de jugar al allegro que marcan los Williams o al adagio que ordena Muniain, transformado de futbolista revoltoso a líder natural del equipo. Ahora corre menos y juega más.
Obligado por San Mamés, que le exige con razón un juego a la tremenda, el Athletic no esperó al Madrid esta vez. Le apretó arriba, le quitó el balón para evitar que los centrocampistas blancos le bajaran el volumen al partido y llegó en primera y en segunda instancia. Desde ahí creó las dos primeras ocasiones, dos disparos de Dani García (uno desviado por Courtois y otro por Nacho), un jugador que está para otra cosa pero que se vio arrastrado hacia arriba por el oleaje desatado por los laterales del Athletic y el pequeño de los Williams, único representante de la generación de los Nicos, junto a Aguirrezabala, en el once.
El Madrid, con una alineación disruptiva por las bajas y la falta de confianza de Ancelotti en el banquillo, nunca cogió la onda. Asensio, que ya tuvo una experiencia como nueve de pega con la Selección, huyó de la zona. Ni está en máximos ni lo suyo es vivir entre dos centrales. Y Alaba, que jugó más de 400 partidos como lateral izquierdo en el Bayern, anduvo tímido ante la presencia inquietante de Nico Williams, tren bala. Una lástima su lesión antes del descanso que redujo la velocidad media del equipo de Marcelino.
Dani García y Vinicius
El Madrid tampoco encontró a Vinicius. El Athletic se había enfrentado ya tres veces al equipo blanco y llegaba avisado sobre el brasileño, al que Dani García quiso echarle el público encima ante cada caída. Por ahí no tiene un pase el brasileño, que acierta (ahora más) y yerra (ahora menos) pero no se achica.
Así que el Madrid pasó una primera mitad encogido, cargando de trabajo a sus fantásticos centrales (nueva exhibición de Militao, nueva lección de lealtad de Nacho), sin salida por el centro ni por las bandas. Y sobre todo, sin Benzema, cuarto centrocampista y primer rematador en una sola pieza. Apenas quedaron registradas posesiones largas, que siempre anestesian a un rival de fuego como el Athletic, y menos aún remates. El Madrid no buscó el momento, quiso esperarlo. Y estando en esas se encontró con pérdidas de máximo riesgo muy cerca de Courtois.
Antes del descanso el Athletic se arrimó dos veces más, desde la izquierda, banda lanzadera de Muniain. El capitán estrelló un remate en el lateral de la red y no tuvo precisión en una rosca desde el borde del área. El 0-0 con el que su equipo se marchó a vestuarios resultó ingrato para los vizcaínos.
Justo castigo
Lo que no encontró en la elaboración lo buscó el Athletic desde el balón parado, otro de sus grandes activos. Dos especialistas, Íñigo Martínez y Raúl García, anduvieron cerca del objetivo mientras el Madrid seguía sin actualizarse: ni mandaba ni contragolpeaba, solo se protegía, eso sí, con notable eficacia. Perdido el partido de la intensidad, pretendía ganar el de la resistencia.
Ancelotti cambió entonces de falso nueve, Isco por Asensio, que se fue a la derecha, y Vinicius, vencido por el cansancio, a la caseta. El más difícil todavía. La misión de marcar en un escenario terriblemente hostil sin sus dos mejores goleadores. El día perfecto para caminar sobre las brasas. Quedaba la impresión que no había más plan en el Madrid que aguardar al agotamiento del Athletic, que aquel torrente de entusiasmo a lomos de un público feroz se quedara sin combustible. En definitiva, un equipo sometido como pocas veces en esta temporada pero al que fue levantando la fatiga rojiblanca. Jugando al pie, sin romper líneas, con un Asensio mejor, acabó quedándose con la pelota y hasta creó la mejor ocasión del partido, que erró Casemiro, con un disparo mordido y sin colocación.
Y ahí, cuando parecía asomar la cabeza, llegó el gol de Berenguer, en disparo cruzado tras recorte a Nacho. Demasiado habían aguantado los centrales blancos. Fue el gol un premio a la abnegación de un equipo y a la pereza de otro, que cada vez que pisa la Copa acaba mirando a otro lado.