El nazi que fue la mano derecha de Goebbels y vivió tranquilamente 60 años en Argentina
Wilfred Von Oven fue el hombre de confianza del ministro de Propaganda de Hitler y testigo del momento en que el jerarca nazi y su mujer tomaron la decisión de suicidarse y matar a sus hijos si Alemania perdía la guerra. Llegó a la Argentina en 1951 y vivió hasta su muerte, en 2008, sin que nadie lo buscara. Hasta el final de sus días se confesó nazi, exaltó las figuras de Hitler y de Goebbels y negó el Holocausto
-Paraíso – le respondió sin dudar el alemán flaco.
El documentalista Laurence Rees se quedó helado. Llevaba años entrevistando a víctimas y verdugos de la Alemania nazi para su trabajo Auschwitz: The Nazis and The ‘Final Solution’, pero nunca había recibido una respuesta tan desconcertante como la que le dio en la Argentina Wilfred Von Oven, el hombre que fue la mano derecha del ministro de Esclarecimiento Popular y Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels.
No le había resultado difícil encontrarlo. Por entonces, Von Oven llevaba más de cuarenta años viviendo en las afueras de Buenos Aires sin que nadie lo molestara. Su nombre había aparecido en los medios locales una sola vez, el 14 de febrero de 1992, cuando el entonces procurador general de la Nación, Aldo Montesano Rebón, anunció que sería investigado y procesado por apología del delito, a raíz de unas declaraciones negacionistas del Holocausto.
La acusación quedó en la nada. Era una pieza más de la puesta en escena del presidente Carlos Menem, que unos días antes había anunciado que abriría los archivos secretos de las fuerzas de seguridad sobre los nazis en la Argentina: apenas siete carpetas con algunas fichas y muchos recortes de diarios sobre Josef Mengele, Martin Bormann, Walter Kutschmann, Eduard Roschmann y Josef Franz Schwammberger.
Hasta entonces, Von Oven había vivido en la Argentina sin ocultar su identidad y lo seguiría haciendo durante 15 años más, hasta su muerte en 2008.
Tenía varios libros publicados, en alemán y en español, y solía escribir artículos desde Buenos Aires para la revista Der Spiegel y el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung. Nadie lo buscaba por crímenes de guerra, no había acusaciones en su contra.
Sin embargo, ese hombre flaco que hablaba un castellano de frases claras pronunciadas con acento duro había sido uno de los más altos responsables de la propaganda del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. El hombre de mayor confianza de Goebbels, tan cercano al ministro del Reich que incluso vivía en su casa.
De Guernica la corresponsalía de guerra
Hijo de un empresario y militar alemán radicado temporalmente en Bolivia, Wilfred Von Oven nació en La Paz el 4 de mayo de 1912, pero dos años después, con el inicio de la Primera Guerra Mundial, ya vivía en Alemania.
A los cinco años perdió a su padre, caído en la Batalla de Ypres, en territorio belga. Tal vez por eso, cuando tenía apenas 16 años fue seducido por las propuestas de Adolf Hitler de recuperar la dignidad alemana de Adolf Hitler, a quién escuchó por primera vez en un discurso que pronunció en el Palacio de Deportes de Berlín en 1928. En 1931 se alistó en las fuerzas de asalto del partido nazi, las SA y se afilió al Nacional Socialismo.
“Yo me afilié en el año 1931, el año del gran auge del nacionalsocialismo, cuando muchos jóvenes de mi edad estaban sin trabajo. Nosotros queríamos cambiar esta situación en Alemania con el empuje de nuestra juventud y nuestra fe en la doctrina de Adolf Hitler, propagandizada por Goebbels. De todos modos, me desafilié a fines de ese mismo año, porque con un grupo de las SA pensábamos que había que tomar el poder por la fuerza, no ganar elecciones. Hubo una pequeña rebelión, pero no tuvimos éxito”, contó cuando ya vivía en la Argentina.
Mientras tanto, estudiaba periodismo en la Escuela de Prensa de Berlín, donde se graduó en 1936. Hitler ya estaba en el poder y Von Oven había vuelto a las filas del nazismo. Se incorporó a la Legión Cóndor y recibió entrenamiento como aviador en la Luftwaffe. En esa doble condición participó de la Guerra Civil Española y participó del bombardeo de Guernica, una acción de la que siempre se mostró orgulloso.
Pero ese 26 de abril de 1937, cuando los aviones alemanes dejaron caer sus bombas y destruyeron la ciudad vasca, su suerte cambió para siempre.
“Fue allí donde se me estropeó la columna, por lanzarme en picado sobre el objetivo, no de la forma que indica el manual”, contaría muchos años después.
Incapacitado para combatir, pasó de aviador a corresponsal de guerra, aunque como la participación nazi en la guerra civil española trataba de mantenerse en secreto para la opinión pública alemana, lo que elaboraba eran informes para sus superiores.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial retomó su trabajo como corresponsal de guerra y acompañó a la Wehrmacht en las campañas de Polonia, Francia, Yugoslavia y la Unión Soviética. Por su desempeño, recibió la Cruz de Hierro de primera Clase y la Insignia de Batalla de Tanques, y fue recibido por Joseph Goebbels, quien le regaló un libro autografiado y elogió su trabajo “periodístico” desde el frente.
La mano derecha de Goebbels
En ese encuentro, el corresponsal impresionó favorablemente al ministro de Propaganda de Hitler, tanto que en junio de 1943 lo llamó a Berlín para que fuera su vocero personal.
Von Oven siempre sostuvo que él no hizo nada para obtener el puesto, sino que simplemente obedeció órdenes. “Yo era un oficial y como tal no tuve motivaciones personales sino órdenes que cumplir y yo las cumplí. No era mi gusto o disgusto cuando me llamaron a Berlín. Era el cumplimiento de una orden. Pero para mí fue también un don de Dios, porque no era ningún placer estar en el Cáucaso en invierno y además empezaban los malos días para el lado alemán durante la guerra”, explicó en una entrevista que le hicieron dos periodistas alemanas en 1989.
Desde ese momento y hasta el final de la guerra, Von Oven se convirtió en la sombra de Goebbels. Transmitía sus órdenes, preparaba sus comunicados y lo acompañaba a todas partes. Trabajaba día y noche junto al ministro de Propaganda, que en sus casas tenía cuartos destinados a él, para que durmiera allí por si lo necesitaba.
Por esa razón terminó siendo casi un miembro de la familia, jugaba con los hijos del ministro y entabló una relación de amistad con su mujer, Magda, que en más de una ocasión le confió sus pensamientos sobre Hitler y la marcha de la guerra.
“El matrimonio de los Goebbels no era solamente sexo y amor, estaban también los dos unidos en la veneración de Hitler y ambos expresaron hasta último momento su admiración por un grande de la nación alemana, que posiblemente en esta generación no está reconocido, pero seguramente lo será en cien o mil años. Esa era la convicción del matrimonio Goebbels y también la mía”, les dijo a las periodistas alemanas que lo entrevistaron en 1989.
Testigo de una decisión criminal
La noche del 31 de diciembre de 1944 –cuando el alto mando alemán ya consideraba que la guerra estaba perdida pero no se atrevía a decírselo a Hitler, Joseph y Magda Goebbels invitaron a Von Oven a esperar el año nuevo con ellos y otros invitados.
Pocos días después, Magda le pidió que tomara el té con ella y su marido. Al principio de la conversación, Magda se interesó por la familia de Von Oven, que había sido trasladada desde el Este, ya invadido por las fuerzas soviéticas, hacia una ciudad cercana a la frontera con Holanda. En realidad, lo que la mujer de Goebbels quería era contarle que habían tomado una decisión sobre su propia familia, incluidos sus hijos.
“No lo voy a olvidar nunca, fue el 21 de enero de 1945 –relató–. La señora Goebbels me dijo que su situación era muy angustiante, porque el doctor Goebbels y ella estaban resueltos a terminar con sus vidas si caía el Tercer Reich. Entonces les pregunté: ‘¿Y los chicos?’. Porque yo los conocía y los quería, eran muy buenos chicos, uno más inteligente y más lindo que el otro. Y allí ella me dijo que la decisión de matarlos era sumamente difícil para ellos. En la conversación, el doctor Goebbels trató de suavizar la emoción de su mujer y le dio el ejemplo de Federico El Grande, que refiriéndose a las derrotas había dicho ‘en esos momentos hay que trasladarse a una estrella lejana y mirar las cosas desde esa distancia’. La señora Goebbels lo interrumpió y le dijo: ‘Sí, pero Federico El Grande no tenía hijos’. Me dijeron que la decisión de matarlos estaba tomada. Era algo inhumano pero necesario en ese trágico momento de la historia. No podré olvidar nunca esa conversación”.
La negación del Holocausto
Von Oven no habló muchas veces con la prensa. Pero en el año 2000 lo hizo con Los Angeles Times. Criticó los crímenes de Adolf Eichmann y los experimentos con seres humanos de Josef Mengele, el médico que en Auschwitz utilizaba prisioneros como conejillos de indias. Sin embargo, negó el genocidio nazi: “El Holocausto es un invento de los hebreos para estrujar los bolsillos de los alemanes. Yo vivía con mis padres en Silesia cuando esas hordas de harapientos provenientes de Polonia y Rusia invadieron Berlín y usurparon los puestos más importantes en el gobierno, en la banca, en la prensa… la mayoría de esos apátridas murieron combatiendo en las filas de los partisanos y no en las cámaras de gas, como dicen”.
La huida a la Argentina
Wilfred Von Oven siguió siendo la sombra de Joseph Goebbels hasta el 22 de abril de 1945. Ese día, el ministro de propaganda le dijo que se iría al bunker de Hitler. Se ofreció a acompañarlo, pero su jefe le ordenó que huyera.
Durante los siguientes seis años vivió en la clandestinidad en distintas ciudades de la Alemania ocupada, primero en Rendsburg, después en Hamburgo y finalmente en Kiel. Temía que lo capturaran los aliados y lo sometieran a juicio.
En la primavera de 1951, finalmente, lo contactó Carlos Schultz, un argentino con nacionalidad alemana vinculado con una red de ayuda para la huida de jerarcas nazis hacia Sudamérica. Le dio documentos falsos y lo acompañó hasta Génova, donde lo embarcó en el vapor D’Anunzio con destino a Buenos Aires.
Von Oven no era un total desconocido en la capital argentina porque dos años antes, la Editorial Durero había publicado en castellano su libro Mit Goebbels bis zum Ende (Con Goebbels hasta el final), escrito mientras estaba escondido en Alemania, donde relataba sus memorias como secretario del ministro de Propaganda del Reich.
Si bien entró al país con una identidad falsa, poco después regularizó su situación y consiguió la residencia argentina con su verdadero nombre.
-¿Y cómo es que, ya en la Argentina, no continuó con su identidad falsa? – le preguntaron una vez.
-La tuve o más bien me la impusieron para protegerme, pero al cabo de unos días acudí al registro civil a que me devolvieran la mía propia. Un hombre debe afrontar su destino – respondió.
Nadie lo buscaba
En sus primeros años en la Argentina, Von Oven trabajó como colaborador de las revistas Der Weg y Freie Presse, y después como editor de la publicación Deutschen Kommentare am Río de la Plata. Entre 1967 y 1977 fue editor la revista La Plata Ruf, que paradójicamente fue clausurada por la última dictadura.
Trabajó también como traductor, pasando al alemán textos de Jacques de Mahieu, Léon Degrelle, David Hoggan y Anthony Lentin.
No estaba en ninguna lista de nazis buscados y no tenía cuentas pendientes con la justicia alemana. Por eso llegó incluso a colaborar, como corresponsal en Buenos Aires, con la revista Der Spiegel y el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung. También viajó varias veces a Alemania, invitado a dar conferencias sobre las estrategias propagandísticas de Goebbels.
Durante los 57 años que vivió en la Argentina, el único problema que tuvo con la justicia fue por haber negado la existencia de ejecuciones masivas y la incineración de los cadáveres en los hornos crematorios, atribuyendo las muertes a los bombardeos de los aviones aliados sobre los campos de concentración.
Procesado por apología del delito, lo defendió el abogado Pedro Bianchi –defensor también de Erich Priebke– y fue absuelto rápidamente.
Murió el 13 de junio de 2008, a los 96 años. En una de las últimas entrevistas que concedió en su casa de Bella Vista, dejó frases que demuestran que fue fiel al nazismo hasta el final de sus días:
-Hoy con casi cien años todavía soy nacionalsocialista. Yo conocí a Hitler y era muy positivo, y Goebbels era un hombre simpático.
Y también:
-No me preguntó si soy amigo de los judíos. No lo soy, de ninguna manera.