ATLÉTICO 1 - M. UNITED 1 / La gran noche acaba en un palo

El Atleti arrolla a un United superado 80'. Marcó João, Kondogbia imperial, dos balones al palo. Y Elanga que empata en el único tiro a puerta de los ingleses. Mal Cristiano.

Patricia Cazón
As
Los futbolistas se hacen viejos muy jóvenes, sus goles no. Porque en la vida, a veces, lo que queda es eso: un segundo de inspiración que queda grabado para siempre. En este caso fue un giro de tobillo, majestuoso. Ese de Lodi, sorpresa del Cholo en su once, que pareció susurrarle a la pelota lo que había leído en el tifo, en la grada, al pisar la hierba. "Vuela". A João. A su cabeza. Vuela, vuela. Y la pelota voló. João se lanzó sobre ella en plancha para ponerla donde ocurren los milagros, ajustadísima al palo, al fondo de la red. Habían pasado seis minutos de estos octavos y el Atleti ya le había dado un puñetazo a la eliminatoria. El United, durante mucho, pareció que no se levantaría. Pero lo hizo. Y cuando más duele. Inesperado. Para dejar al Atleti con más frío que calor. Porque en el fútbol, como en la vida, los comienzos son los que determinan las historias pero es el poso final con lo que uno se queda.

El gol había llegado tan pronto que le deshizo los planes a los ingleses. O fue el propio Atleti, por su salida en tromba: temblaron hasta las piedras de un Metropolitano vestido de viejo Calderón. Jugaba el partido como aquel del Liverpool: desde el autobús, el cielo rojo bengala, la afición. Los de Rangnick, cuando quisieron darse cuenta, estaban en una cárcel. El Atlético le llenó la hierba de trampas, con una presión feroz, altísima, que solo dejaba cadáveres ingleses al paso. El United no era un equipo, eran solo futbolistas altos que no tenían ni idea de cómo salir jugando el balón. Kondogbia y Herrera no les dejaban, pero es que Kondogbia y Herrera lo llenaban todo. Suyas eran las pelotas, los duelos, la distribución. Uno robaba, otro templaba. El United deambulaba por el campo, cegados Pogba y Fred, apagado Bruno Fernandes, obligados siempre a recibir de espaldas, sin saber cómo arrancarse esos barrotes.

Hundido, desnortado, rozando el bochorno. Sancho y Rashford eran dos islas y Cristiano se perdía en otras guerras, todas lejanas. Con los pitos, con el árbitro, con el compañero que no le pasaba un balón. Y, mientras, el Atleti, a lo suyo. A lo del tifo. A volar. Porque volaba Lodi, imparable por la izquierda, sin preocupación defensiva, sólo con kilómetros y kilómetros de hierba por delante. Y volaba Llorente, como interior. Y volaban Correa y João, dos incordios para Maguire y Varane, los centrales de Rangnick, que nunca sabían por donde les iban a aparecer, venga a jugar, robar, triangular, atacar; un mareo. Y al descanso la herida pudo ser mayor, al desviar Lindelöf a la madera un cabezazo forzado de Vrsaljko.

La segunda parte comenzó como si la primera no hubiera terminado: Kondogbia como un gigantesco semáforo en rojo alzado ante los ingleses en el carril central. Había pasado una hora cuando el United logró sacar la cabeza entre los barrotes. Recuperar algún balón, dejar de ser en la noche solo faltas y al suelo João. Alguna pelota pasaba por las suelas de los medios, de Bruno Fernandes, alguna jugada trenzaba, Oblak aparecía al menos ahí, aunque fuera al fondo. Rangnick hizo tres cambios, de golpe. Los dos laterales fuera, inexistentes. También Pogba, por eso de que en algún sitio constara que había jugado este partido. Lo suyo fue una masterclass de todo lo que un centrocampista no debe hacer. Con y sin balón.

Pero los nervios ya estaban ahí, rondando al Cholo. Los ingleses con pulso, débil, pero vivos. El Atleti, con todo su dominio, solo tenía un gol de ventaja. Simeone movió el árbol: sacó a su mejor futbolista, al de más talento, João, y llevó a su equipo más cerca de Oblak. Los miedos, los pasos hacia atrás. Pronto lo pagaría. Se le hacía largo el partido, se le fue atragantando. Quiso avisar el United con Cristiano. Pero era de falta. Y en Inglaterra también se le van altas, hacia ningún lugar. Lo concretó en la jugada siguiente, la primera en la que, de verdad, el United fue capaz de encontrar un hueco entre los rojiblancos. Reinildo, hasta el momento un muro, perdió la marca. La bota de Bruno Fernandes filtró la pelota para Elanga. Su remate cruzado se fue a la red de Oblak. Tan fácil. Con tan poco. Después de tanto. Desnudas las carencias del Atleti en un segundo, en un instante. Este Atleti de vidrio atrás. Un pestañeo y va un defensa y lo cambia todo de sitio. Un tiro a puerta y Oblak siempre vencido. Cada partido así.

Estampó Griezmann una pelota en el travesaño después de una frenética llegada de Llorente. Era el final, era el día que no. El United se escapó con vida, el Atlético se quedó a medias. Le tocará viajar a Inglaterra a ganar por los cuartos. Al menos lo hace sin el peso del valor doble de los goles fuera. Pero aún mascando ese final que todo lo empaña. El brinco en el pecho al ver volar a João para hacer de la pelota de Lodi un gol que, durante 80 minutos, pareció para siempre.

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