OPEN DE AUSTRALIA / Nadal es el más grande
El balear protagoniza una de las gestas más grandes de la historia del deporte para ganar su 21º Grand Slam y dejar atrás a Djokovic y Federer.
El público de la Rod Laver Arena vibró hasta la locura con Rafa, poco les importó que en Melbourne fueran más de la una de la madrugada. Después de sumar el último punto con una volea excepcional de revés, el genio soltó la raqueta, mando una bola a la grada de una patada, sacó a pasear su famoso serrucho tres veces, levantó los brazos, se dejó caer de rodillas en la pista y luego se inclinó con las manos cubriendo su cara antes de ir a abrazar a su equipo, que no cabía en sí de gozo. Esa fue la secuencia de la celebración de un triunfo épico que le pone por delante de Djokovic (ausente al haber sido deportado por su negativa a vacunarse) y Federer (recuperándose de una lesión) en la pelea por la hegemonía y que le convierte en el cuarto jugador capaz de ganar al menos dos veces cada Slam después de Djokovic, Emerson y Laver.
Nadal jamás perdió la esperanza de volver a saborear la gloria en Australia,
una plaza a la que tiene un cariño especial y donde se coronó por
primera vea en 2009, y ha vuelto a triunfar allí 13 años después. Una
muestra más de su grandeza. Con 35 años y 241 días es el tercero más
mayor de en ganar este campeonato en la Era Open (desde 1968), tras
Federer y Rosewall, que lograron dos con más de 36. Era su sexta final en la Laver, 29ª en un major. Con este suma 90 trofeos en total.
Un encuentro inolvidable
Medvedev era una amenaza muy seria, venía de ganarle a Djokovic la final del US Open el año pasado en tres sets y amagó con hacerle lo mismo a Nadal, que había podido con él en otra final dramática en Nueva York hace tres años. Podría haber sido casi el fin de la época del Big Three y el principio de la suya. La conquista de Rusia es muy dura. Rafa atravesó la estepa helada. No pudieron con ella ni Napoleon ni Hitler, pero él sí. De salida se topó con un cyborg inmutable que le devolvía cada golpe con precisión milimétrica. No se permitió distracciones ni lujos y su comportamiento inicial fue bastante bueno. Ganó el primer set con facilidad y en el segundo hizo trizas el quiebre que había sumado Nadal, que sirvió para empatar, y después le remató en el tie-break. Hasta ahí, el manacorí había cometido demasiados errores no forzados (36), pero había rozado la igualada, una señal esperanzadora para lo que vendría después.
Rafa empezó a sentir la bola como no había podido hacerlo hasta ese momento, elevó la intensidad de sus impactos, con una colocación perfecta de sus pies sobre la pista. Cambió direcciones y dejó de insistir tanto sobre el letal revés del moscovita. Fue una labor de zapa, de desgaste, que dio sus frutos con el paso de los minutos. Medvedev acusó la carga de movimiento, las torsiones sobre todo hacia abajo desde sus imponentes 1,98 metros de estatura. De hecho, pidió dos veces la presencia del fisio para que le masajeara los muslos. Nadal, sublime, recortó distancias tras levantar un 0-40 en el 2-3 y se acostumbró a ponerle las cosas muy complicadas a su rival cuando sacaba, con restos incisivos, bolas a las líneas, con un juego, a fin de cuentas, de altísimo riesgo. Así llegó a la paridad.
Le faltaba rematar la gesta. Y no fue fácil. Colocó el 4-2 con puntos
maravillosos, llegando a todas las dejadas para resolverlas con una
tranquilidad inhumana. Pero cuando sacaba para vencer con 5-4,
el número dos del mundo, que tiene opciones de quitarle el uno a
Djokovic el 21 de febrero, le rompió y vuelta a empezar. Nadal contestó con otro break ante el delirio de los espectadores y resolvió en blanco en el último juego con un ace y esa volea incontestable que quedará para siempre en la historia del tenis. ¿No es el más grande?