El Athletic despedaza al Atlético

Nico Williams y Yeray lograron remontar el tanto en propia de Unai Simón tras cabezazo de João Félix. El Athletic intentará repetir título ante el Madrid el domingo.

Patricia Cazón
As
El Athletic ganó y dejó ahí al Cholo, desvencijado y solo, buscando en qué curva se perdió su Atleti. Si la del tiempo, la enfermería o la decisión de traerle orfebrería a quien hace botijos de barros. Los tiempos de la poesía en su horno pasaron. Se fueron. De aquello no quedó nada en Riad. Sólo el barro. Para ahogar. Y eso que João Félix quiso ponerle su nombre a la Supercopa nada más rodar el balón. Koke sacó de centro, Lemar recibió y le buscó. El portugués marcó. Segundo ocho de esta semifinal. El linier levantó el banderín. Anulado. El Athletic respiró, que no había terminado de salir de la caseta y ya ponía tener el marcador como grillete en el pie.

El King Fahd daba frío. Semivacío, a pesar de las lonas en sus gradas para maquillar sus huecos. Pronto se contagió el fútbol. Esto también es LaLiga, parecían gritarle Atleti y Athletic al público árabe. Pero eso no era fútbol. Era vestigios, retazos, apenas nada durante más de una hora. Cada minuto tan largo como un embarazo. Y el calor de su gente, la de verdad, tan lejos.

Y eso que salió verticalísimo el Atleti. Un Atleti de regreso al 5-3-2 con carrileros largos y Vrsaljko como central y no Felipe. João repetía la jugada del segundo ocho al minuto dos. Tampoco. La pelota, esta vez, se le fue fuera. Murió el ímpetu rojiblanco después de que Lemar cayera en el área y el árbitro no viera penalti. Marcelino, pasado el susto inicial, ajustó su pizarra, basculó y tomó el control. Taponó por dentro. El césped seco, alto, se convirtió en un bosque en el que se perdieron los hombres del Cholo. Lentos, incapaces de encontrar un claro por el que enviar balones a João y Correa, su delantera inédita, su punta de estreno. Mientras, en el área de Oblak pasaban cosas.

Iban todas alrededor de Sancet. Sus pies no juegan, sus pies intuyen. Los pases, los huecos, a los compañeros. Como encontró, con un pase bombeado, a Williams para el disparo franco. El portero desbarató con guante duro. Minutos después estaba como Lemar, reclamando un penalti por pisotón de Kondogbia. El árbitro tampoco vio y el VAR no quiso ver, las reglas nuevas.

El partido se fue llenando de nudos hasta enredarse por completo, convertido en un homenaje al bostezo. Más interesante era leer los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Proust, ver la hierba crecer, contar granos de arena en el desierto. Las áreas desaparecieron, los únicos ataques eran balones colgados que las sobrevolaban como drones perdidos (para delanteros con la altura de Correa y João). Marcelino dependía de las conexiones Sancet, Williams, Muniain. Esas que todas barría Kondogbia. En ese estadio con tanto asiento vacío, que lo hacía todo más feo.

Llorente se quedó en la ducha al descanso. Lodi, al equipo, sin que Simeone cambiara el dibujo. Tampoco lo hacía el partido, el juego, instalado en su particular planicie. Hubo que esperar al minuto 51 para ver el primer retazo distinto: De Paul ingresaba en la hierba por un Kondogbia tocado. Un retazo que sólo se trataba de una velocidad más. Pero había tan poco, tanto miedo al error, como si el empate valiera, que parecía un vendaval. O sólo el anticipo de la tormenta por venir. El petricor llenó el aire a la hora.

João Félix pidió los focos. Quería que las crónicas volvieran a escribir su nombre y no sólo para hablar de los cambios o el senderismo. Lanzó Lemar un córner y él lo remató, forzado, en el segundo palo. Era un remate manso, fácil, que se fue a la madera. Pero Unai Simón y Yeray, tuya, mía, no se entendieron y el portero terminó colándose la pelota con la espalda. Un gol a la altura del partido hasta el momento. Churro. Despertó el Athletic, con ese olor a lluvia llenando sus fosas nasales. Respondió en el área contraria al minuto, con un disparo a bocajarro de Iñigo Martínez que embolsó Oblak como acostumbraba, milagro, en la línea. Se volcó el Athletic. Con iniciativa, fuerza y un refresco. El de Nico Williams, que llegó en el 71' al partido, en un triple cambio. Y fue a la segunda que Marcelino empató. Cuestión de estadística, pensaría. Que a Oblak este año le meten un tiro de dos. Fue Yeray, tras un córner, qué raro. Saque, remate y gol, qué fácil. Y ya estaba ahí Nico Williams, soplándose las uñas. Otro zarpazo y agur, Cholo.

Marcelino daba las órdenes pensando en ese cincuenta por ciento. Las puertas hacia Oblak estaban abiertas. Los rojiblancos sin sangre, cobijados en su defensa de cristal. Porque Felipe no estaba pero sí Hermoso. Tanto monta, monta tanto. De la misma costilla son. Si Oblak volvió a hacer un milagro para repeler un zurriagazo de Nico Williams, el siguiente disparo, también nacido de un córner, acabaría en su red. Las pastas, el café y el pasillo los pondría Hermoso. Nico Williams recogía el rechace del córner en la frontal y adentro. El código binario del Atleti otro día más pulverizado. Los córners en contra le son ya como una vez lo eran a favor: casi penaltis.

Simeone se lamentaba. Superado, desconocido, arrollado. Por el partido, la semifinal, el Athletic, Marcelino... Otro día más en esta extraña temporada. Su Atleti se despidió de la Supercopa en la que hace dos años emocionó ante el Barça con una patada de Giménez a la cabeza de Iñigo Martínez. Amarilla primero, se hizo roja en el VAR. La foto más triste, hasta arriba de barro. Mientras los rojiblancos que vestían de verde todo eran puños al aire. De gesta, de un campeón con ganas de más. El domingo.

Entradas populares