ATLÉTICO 3 - VALENCIA 2 / Te mata, te da la vida

El Atlético recupera su esencia en una segunda parte con goles de Cunha, Correa y Hermoso para remontarle, en el descuento, al Valencia un partido que ganaba al descanso.

Patricia Cazón
As
Simeone corre la banda. Afónico, liberado, casi llorando. Minuto 92:12 de ese descuento que puede cauterizar lo que dejó aquel, el de Mestalla, la angustia, los malos resultados. Hermoso se ha lanzado sobre esa pelota de Cunha como si fuera la última en la tierra para patearla con un destino, la portería, el 3-2 después de un 0-2 inicial. 44.999 personas estallan a la vez: cómo duele el Atleti cuando mata pero cuánto llena cuando te da la vida. Remontarle al Valencia, con dos goles en el descuento, como aquel día, y con Hermoso como héroe. Qué guionista el fútbol.

93 minutos antes había salido el Valencia sin Wass, en casa, y con un esquema de tres centrales que se convirtió en un laberinto para el Cholo. Un Simeone que pidió aplausos y cariño y cariño y aplausos tuvo, desde el principio, de una afición que siempre está, aunque el cielo venga negro. Y el negro estaba de nuevo sobre la hierba. Su equipo enredado como un ovillo. Y con El Grito de Munch instalado en la cabeza, todo ansiedad. Enfrente, el Valencia parecía el primo de Zumosol en la presión. Tan alto, tan fuerte, tan rápido, movido por Soler y Guillamón. Koke, desbordado. De Paul, empeñado en perder balón tras balón. Y sin Savic. Al menos estaba Giménez.

A Simeone empezó a sobrarle el abrigo casi enseguida. Mucho apuro, el traje de luto otra vez apretando. A pesar de los aplausos y el cariño, la película ante sus ojos no cambiaba: su equipo débil, timorato, incapaz. Y dando pasos, quizá inconscientes, hacia las tierras de Oblak con el recuerdo, quizá, de los días en los que tanto protegían. Y viviendo tan lejos de la portería contraria, a Suárez se le nota mucho el DNI. Un disparo débil suyo y uno lejano de João fueron sus únicas apariciones en ataque antes de que el Valencia le cayera como una guillotina. Otra vez. Ese otra vez convertido en triste rutina. Y es que no jugaba Felipe pero sí Hermoso, agujeros por los que entran todas las balas. Se le ocurrió anticiparse y salir, muy lejos, a tapar a un Guedes que lo superó como si fuese plastilina. Guedes se la cede a Musah y Musah, zapatazo. La pelota atravesó la portería de Oblak como una lanza. Cierto que no podía hacer nada. Tanto como que una de esas, en la vida de antes, las paraba.

El partido que desde unos minutos antes ya no se jugaba, bronco, áspero, con amarillas de color naranja (plancha de Musah sobre Koke), después lo hizo aún menos. Todo era una pérdida de tiempo. Y los rojiblancos deambulaban por la película perdidos en su propia angustia. Como si la camiseta se hubiera convertido en camisa de fuerza. Los músculos entumecidos, la cabeza embotada, incapaces de pensar, de correr con sentido, de jugar. Duro agrandó la herida antes del descanso: el hombre que, con sus dos goles en aquel descuento en Mestalla, trajo los negros. En la foto, por cierto, ya saben, ¿verdad? Sí. Hermoso abriéndole paso.

Carrasco, el héroe de siempre. Hermoso, el inesperado

Tras el descanso, Correa. Y João le filtraba un buen balón a Suárez un minuto antes de un doble cambio del Cholo: Felipe por João y Cunha por Lemar. El primero fue recibido con pitos. El segundo cambió el partido para siempre. El brasileño compareció como caballo percherón y sólo una cosa en la cabeza: la portería de Doménech. Siete minutos más tarde sus golpes sobre el escudo al pecho, tras rematar un córner, se podían escuchar por encima del goool, y eso que el goool vino muy alto, tanta angustia, necesidad.

El Atleti soltó lastre. Se miró el pecho y se reconoció a sí mismo, todo casta y corazón. Y agarrado a una cintura: la de Carrasco. Bendita. Tres centrales, un pivote (Herrera) y todos los demás a correr. El Valencia ya, salvo Guedes, sólo perdía tiempo. Pero Carrasco se le venía encima como una exhalación, dejando en el aire esa sensación: que llegarían más goles, el campo volcado. Con la izquierda haría Correa el 2-2. Con la izquierda hizo el 3-2 ese Hermoso que rompía sus fotos de antes, las feas, las de Mestalla y el maldito cuadro de Munch en las cabezas de esos tipos que llovían sobre él, al lado del banderín, todo felicidad, tan Atleti.

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