Un festejo final que no alcanza para hacer olvidar un año donde faltó juego y sobraron conflictos
Más allá del desahogo alcanzado con la Copa Argentina, el Xeneize cierra el año en deuda
Lamentablemente, los triunfos, si bien descomprimen, no suelen servir de punto de partida para lograr algo positivo si no hay nada detrás. Boca no es un equipo que pase de manera temporal por una simple crisis de resultados. Muy por el contrario, cuesta descubrir una imagen indicativa de que en las actuales condiciones pueda crecer a partir de una victoria puntual, y eso es lo alarmante.
Resulta curioso que en los últimos años hayan pasado varios entrenadores y siempre haya sido cuestionada la intimidad del juego, aquello que Boca genera y provoca en los demás cuando la pelota comienza a rodar. Ganar o perder depende de múltiples factores, incluido el azar, pero no hay más garantías de éxito para un equipo que jugar bien. Esto, explicado de modo muy simple, es imponer las virtudes propias ante diferentes rivales con suficiente frecuencia y es el punto donde falla Boca: al margen de no haber definido nunca un estilo, han sido muy contados los partidos en los que se lo pudo ver doblegando y sometiendo al adversario, un ítem que debería estar entre sus propuestas.
La realidad es que el equipo nunca encontró el funcionamiento adecuado, o mejor dicho, su funcionamiento solo resaltó cuando decidió no arriesgar para ser efectivo o cuando buscó neutralizar al rival para decirse que sacó una buena nota. Pero en Boca no alcanza con eso, no se saca buenas notas midiéndose con el rival de esa manera.
En la etapa con Miguel Ángel Russo faltó creatividad y elaboración de juego en la mitad del campo. Se confió en la velocidad, un argumento que seduce pero resulta débil cuando el rival reduce los espacios y no se sabe cómo fabricarlos.
Después, algunos partidos sueltos en el primer tramo de la gestión de Sebastián Battaglia mostraron la ilusión de un cambio hacia un estilo más audaz, con mayor y mejor conexión entre jugadores que en general han sido piezas sueltas movidas por impulsos. La receta de los pibes pareció que podía darle frescura y hasta una identidad al club: basar su futuro en la producción de sus propios futbolistas, tanto para superar la crisis económica como para que esos chicos representen y sientan los colores como cualquier hincha.
Aunque cabe aclarar que un proyecto deportivo no es cuestión de pibes sí o pibes no. Debe basarse en ideas y conceptos, en una orientación futbolística. La elección de técnicos y jugadores viene después y en ella la edad no categoriza. En todo caso, la prueba duró poco y Boca volvió a ser un equipo sin respuestas creativas.
La definición por penales ante Talleres
A la confusión existente dentro de la cancha se suma la contaminación externa, con una suma de episodios que dañan la salud de un equipo. Juan Román Riquelme bajando del micro al plantel tras un resultado adverso, jugadores que toman decisiones extrañas y no parecen conscientes de la exigencia que implica estar en un club como Boca, o la “intoxicación” de hace algunos días ofrecen la sensación de un autoboicot, de crear un terreno de arenas movedizas donde el equilibrio y la estabilidad se hacen muy difíciles. Nadie juega mal al fútbol porque quiere, no tiene ganas o no siente la camiseta. Si las cosas no salen, las razones seguramente estarán en otro lado.
Son muchas las cuestiones a revisar y la obtención de la Copa Argentina debería brindar un clima más sereno para emprender una tarea severa de diagnóstico donde no hay permiso para equivocarse.
La realidad se puede maquillar o disimular durante un tiempo pero para tener otras expectativas, quienes toman decisiones en Boca deben dejar de lado su condición de hinchas y pensar acerca de lo que pasa fuera y, sobre todo, dentro de la cancha. Sin lugar para engañarse, mentirse o mirar para otro lado.
Boca no puede seguir jugando así. Necesita buscar más variantes, agudizar el ingenio para comprar dos o tres jugadores que jerarquicen el plantel y le den un salto cualitativo. Y por otra parte, tiene que dejar de generarse sus propias crisis.
Vivimos un tiempo donde es más importante aparentar que ser y en el que el máximo valor de un triunfo parece estar en el hecho de enrostrárselo a los demás. Peor aun, a veces sirve para retroalimentar en uno mismo una imagen no del todo genuina sino construida por relatos, mitos y sucesos que no hacen a la grandeza de un equipo. Boca entra en tiempo de análisis. Si pretende aproximarse a un éxito duradero, consistente y que se sustente en el juego antes que en los penales esta vez no puede fallar.