¿Se aleja Chile del desarrollo?

Las elecciones del domingo no van a resolver ninguno de los grandes conflictos sociales que enfrenta el país andino

La primera razón tiene que ver con la existencia en paralelo de una Convención (no Asamblea) Constitucional y estas elecciones. Como parte de su tarea de redactar una nueva constitución, la convención podría proponer el reemplazo de la institución presidencial y la convocatoria a nuevas elecciones, escenario más probable si gana Kast.

La segunda razón tiene que ver con algo aún más sustancial, ya que más allá de quien sea electo, Chile parece haber huido de la posibilidad real de acercarse al desarrollo. Y ello no es algo que tenga que ver solo con las alternativas de esta segunda vuelta electoral, sino que el país desde hace algunos años tomó caminos, políticas públicas y decisiones que ponen al desarrollo como una meta que se aleja en vez de acercarse. Hoy, esa consecuencia no se altera por el ganador de la elección.

Quizás sin buscarlo Chile se transformó en un elemento de discusión en América Latina, con opiniones muy polarizadas, tanto como las actuales dentro del país. Para algunos era el ejemplo de lo que no debía hacerse, para otros, era un modelo. Quizás el mayor mérito fue la seriedad y consistencia en las políticas post 1990. Fue -por ejemplo- la decisión de ahorrar recursos importantes en los años de vacas gordas del boom de las materias primas lo que permitió su uso durante la pandemia.

Es llamativo que esta segunda vuelta tenga lugar en el mismo año en que, según un estudio del Banco Mundial de 2013, Chile podría comenzar a acercarse a Portugal, es decir, a los países de abajo, en la liga del desarrollo. Sin embargo, más o menos en esos años, Chile comenzó a extraviarse, perdiendo prioridades y focalización, ganando en cambio, en dudas. Vienen años difíciles y es muy decidor que para el año 2024 se espera que Chile no genere lo suficiente para pagar su deuda externa, solo los intereses. Es decir, un camino de bajada, del cual ningún país en la región ha logrado remontar.

Aún desde antes Chile careció de definiciones estratégicas, quizás desde hace décadas, al nivel de la decisión de Salvador Allende de acercarse a China en 1970 o la del régimen militar posterior de abrirse al Pacífico, dos que se mantuvieron a través de los cambios posteriores.

Decenas de ciudadanos chilenos al acudir a un centro de votación en Santiago de Chile (Foto: EFE/Elvis González)
Decenas de ciudadanos chilenos al acudir a un centro de votación en Santiago de Chile (Foto: EFE/Elvis González)

Sobre todo, Chile paga el precio de no haber hecho los cambios adaptativos a tiempo, tal como lo propuso el ex embajador en Argentina Adolfo Zaldivar. El argumento era que en el siglo XXI, el modelo debía ser reformado profundamente para incorporar las nuevas necesidades de los sectores emergentes de la sociedad chilena. Fuerte responsabilidad tiene también la derecha por no haberse abierto a los cambios que se necesitaban.

En otras palabras, el gran error de Chile fue no haber avanzado a un nuevo pacto que reemplazara al de la transición.

Junto al hecho de que quienes acercaron al país a esa posibilidad fueron incapaces de defender sus logros, el gran problema de Chile es que no supo reinventarse a tiempo. También en las calles ganó la ansiedad. Al respecto, es bueno recordar que naciones europeas como los Países Bajos, Alemania, o las escandinavas se movieron a sus estados de bienestar solo cuando contaban con los recursos para ello.

En lo político, a pesar de la estabilidad que le proporcionó al país, tampoco la alternancia prolongada en el poder entre la centroderecha y la centro izquierda dio resultados. Es lo que se refleja en 16 años continuos repartidos entre Bachelet y Piñera, nada menos que cuatro periodos presidenciales. Si recurrimos a ejemplos en otros países latinoamericanos, tampoco tuvo éxito en Venezuela y Colombia la alternancia prolongada entre dos fuerzas políticas, por lo que todo indica que en forma natural el bipartidismo no es una institución que calce del todo bien con la cultura nuestra.

Las conclusiones de este fracaso hacia el desarrollo tienen que ver con cuatro tópicos: el primero es que no es tal el pretendido “excepcionalismo” chileno y que es más lo que lo une al resto de la región. El segundo es que no se entendió el rol que jugarían las altas expectativas de las nuevas generaciones, los hijos del nuevo Chile. El tercero, es que no hubo defensa real de los logros modernizadores del país. El cuarto tiene que ver con quizás el déficit más importante, la comprensión oportuna de la necesidad de un nuevo pacto que reemplazara al de la transición que ya había sido superado por las nuevas realidades del país y del mundo.

¿Es todavía posible un nuevo pacto? De hecho, sirve el ejemplo posterior al plebiscito de 1988, cuando era aún mayor lo que separaba a los chilenos de aquel entonces. Se hizo alrededor de la constitución del ‘80 y sus reformas posteriores, pero parece muy difícil ahora, por falta de voluntad de las partes, sobre todo, entre quienes están redactando la nueva constitución.

¿Qué modelo espera entonces a Chile? No lo sabemos, pero Venezuela no parece ser. Habría eso sí que considerar la experiencia de Argentina en crisis económica y del Perú, en crisis política. Y en caso de llegar a acuerdos básicos, hay que tener presente, que probablemente Chile va a necesitar al menos la misma cantidad de años que ha perdido para recuperar un simple ritmo unitario en lo político y en lo económico.

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