Jennifer Lawrence: una niñez infeliz, una adolescencia de mentiras y el departamento de Nueva York en el que convivió con ratas
Con apenas 31 años, es una de las actrices más valoradas de Hollywood. Pero durante años, los demás le dieron la espalda. Aquí, una historia de superación muy particular
Todo sucedió a mediados de los 90 en Indian Hills, Kentucky, un pequeño poblado de poco más de 5 mil habitantes, adonde Jennifer nació y creció. La suya era una familia con pesares económicos, hija de una empleada de campamento de verano y un obrero. Ya en el primario esa orden de sus padres caducó, pero de todos modos la niña no encontraba con quién divertirse.
Lawrence era muy hiperactiva y a eso le sumó ansiedad. Vivía todo el tiempo a un ritmo inusual, lo que provocó que nadie quisiera jugar con ella. Quedaba de lado todo el tiempo, sobre todo del grupo de nenas que, dicho por ella, la veían como si fuera un nene más. Llegó formar parte de equipos de hockey de varones -siendo la única mujer-, con quienes se llevaba mejor.
Al mismo tiempo, en su casa, antes de irse a dormir, Jennifer -nacida el 15 de agosto de 1990- siempre actuaba para sus padres. Se disfrazaba de algún personaje y los entretenía. Cuando cumplió 9 años actuó por primera vez en el colegio y ese fue el puntapié para anunciar en su casa que quería estudiar actuación. Continuó siendo parte de cuanto acto se hacía en el colegio y hasta en la Iglesia de la ciudad.
Tal vez, esa fue una salida, una manera de sentirse valorada. Ya de grande, Lawrence manifestó que la actitud de sus padres cuando era menor la hizo sentir sola: no se le acercaba nadie de su edad. Fue una etapa que recuerda con cierto resquemor y angustia. Sentimientos que se entrelazan. Aun sin pertenecer a una generación en la que la crianza era más arcaica o estructurada, creció con esos métodos.
Ya siendo una de las referentes, una estrella de Hollywood, en una charla con Vogue remarcó: “Mi niñez fue infeliz, yo vivía muy ansiosa. De hecho, hasta tuve que ir a un terapeuta porque mis papás ya no sabían qué hacer conmigo. Fue una etapa muy dura. No quiero dar a entender que fui infeliz siempre, pero en mi infancia no la pasé bonito”.
Tiempo después sus padres llegarían a confesarle que, cuando Karen quedó embarazada de ella, no estaba en sus planes buscar un nuevo hijo. De allí que exista tanta diferencia de edad con sus hermanos varones. “Ellos me apodaron ‘Plays with fire’, porque habían decidido no tener más hijos, pero llegué yo”. ¿La traducción y explicación que le dieron? Que jugaron con fuego, se quemaron… y nació ella. La pedagogía infantil no imperaba en aquel hogar.
El periodo más complejo de Jennifer fue en la secundaria. Fue cambiada de colegio varias veces porque no se adaptaba, no encontraba la manera de involucrase y hacer amigos. En aquella entrevista, sostuvo: “Una vez, una compañera de aula me pidió que repartiera las invitaciones para la fiesta de su cumpleaños. Entregué una por una y al final no había ninguna para mí. Le pregunté y me respondió: ‘Es que vos no estás invitada’”.
Para no quebrarse emocionalmente, se armó una coraza y empezó a practicar un juego que le trajo más complicaciones. “Me convertí en una mentirosa patológica. Siempre mentía en todo”, recordó. “Si alguien me decía ‘me duele la pierna’, yo le decía ‘a mí me van a amputar la mía la semana que viene’”.
Esa anécdota fue la última, la que hizo que se descubriera su treta. Todo porque su mamá se cruzó en los pasillos del colegio con su maestra, quien, compungida, le comentó que estaba a disposición y apenada por lo de “la pierna de su hija”. Al volver a su casa, Jennifer tuvo que confesar todo ante sus padres.
“Primero me hice la desentendida, que no sabía de que me hablaban. Pero luego me envolví en una manta y tuve que soltar mis mentiras. La miré a mi madre y empecé: ‘Dije que papá tenía un bote, que éramos millonarios, que estabas embarazada, que me iban a amputar las piernas, que esterilizo a perros y a gatos los fines de semana...’”.
Sobre ese tema, intentó dejar un mensaje. Lo hizo porque no era aceptada, porque la dejaban de lado. Consciente de que esa una situación habitual en escuelas de todo el mundo, la actriz remarcó: “No se preocupen por esas perras. Este podría ser un gran lema, porque durante toda la vida nos vamos a encontrar a gente de este tipo”.
Alguien creyó ver que su pasión por la interpretación y las mentiras que sonaban muy creíbles eran señales de que tenía cierto talento para la actuación. A los 14 la vio un cazatalentos y le consiguió una audición, pero su madre se interpuso diciéndole que le estaban mintiendo y que no llegaría lejos.
Al tiempo, con unos pocos ahorros, Lawrence se mudó sola a Nueva York. Debido a que sus padre no disponían de dinero para mantenerla, sumado a que no estaban de acuerdo con ese paso, no le dieron lo que necesitaba para sostenerse. La joven se llevó lo que había conseguido trabajando el último verano en el campamento en el que estaba su mamá, gracias a que la hizo ingresar como ayudante de enfermería, ya que había hecho un curso.
Ya en la nueva ciudad, alquiló un apartamento en los suburbios de escasos metros cuadrados y sin muebles. Vivía -o sobrevivía- de manera muy precaria. Mientras buscaba ser actriz, trabajó en otras ocupaciones que le permitían pagar el alquiler y poco más que eso.
En una entrevista con The Sun dio detalles escalofriantes de aquellos años. “Me criaron las ratas y eso te hace más fuerte. Llegué a un punto en el que literalmente compartía mi comida con ellas. No tenía nada de dinero. Me comían el pan, lo único que tenía, y yo llegaba con hambre, le sacaba el pedacito mordido, y el resto me lo comía”.
Comentó que ante el silencio, porque durante todo el día la propiedad estaba sola, los roedores iban de aquí para allá. Era tal la cantidad que Jennifer las cruzaba hasta cuando iba al baño. Cuando sus papás viajaron a visitarla y vieron las precarias condiciones en las cuales residía, decidieron brindarle una ayuda económica. Comprendieron que si su hija estaba dispuesta a padecer y afrontar todo aquella, era porque de verdad estaba persiguiendo un sueño, sin importar con lo que se encontrara. No les sobraba el dinero, pero lo que aportaron hizo más amena la estadía de su hija.
Lo que vino es historia conocida. Su debut fue en 2008 en Garden Party y The Poker House, películas en las que hizo papeles menores. La bisagra llegaría cuatro años más tarde, en Los juegos del hambre. Fue su consagración.
A partir de entonces fue creciendo hasta instalarse en lo más alto como una de las grandes figuras del séptimo arte, dueña de su propio Oscar: lo ganó en 2013 por El lado bueno de las cosas. Y bien podría ser el título de los 31 años que lleva su vida: Jennifer Lawrence supo desde siempre que del otro lado de las cosas malas que le iban sucediendo, había una recompensa.