San Lorenzo: el vuelo que cambió la historia del Ciclón, con Sebastián Torrico volviendo a Liniers, allí en donde se construyó la leyenda de un ídolo contracultural
Este domingo, por el Torneo 2021, el arquero volverá a Liniers, donde comenzó a gestar su gran carrera en Boedo en 2013 con aquella histórica atajada a Allione que valió un título
En voz baja, superó dramas de la vida, soportó cortocircuitos dirigenciales, se sostuvo frente a los guantes de tantos otros que le marcaron la cancha, le hicieron sombra pasajera. Calentó el banco, pensó en irse. Y hoy, ahora mismo, cuando la ira gobierna en Boedo, es junto con Néstor Ortigoza el abanderado de la resistencia. Pero el Cóndor vuela más alto: es ídolo sin saberlo desde una tarde de verano de 2013. Una tarde de Liniers, el magnífico escenario a donde volverá este domingo, a las 18, por el Torneo 2021, en una nueva versión de un clásico moderno: Vélez-San Lorenzo. El prólogo fue justamente allí: el histórico 0-0 del 16 de diciembre de 2013.
La atajada que cambió todo
El cómplice del título, con la huella de tres grandes que lo reflejan en la historia lejana. El Flaco Passet, el del 1995. El Chino Saja, el del 2001. Agustín Orion, en 2007. Sin embargo, Sebastián Antonio Torrico los superó de arco a arco. Porque más tarde, fue estelar en la Copa Libertadores 2014. Como en la definición por penales frente a Gremio en Porto Alegre (atajó dos, en el 4-2), aquella dramática noche en la que Patón Bauza se fue al vestuario sin ver la definición. “¿Para qué? Si ya ganamos…”, dijo, risueñamente.
Era un ilustre desconocido y fue decisivo para un título. El de 2013, con Juan Antonio Pizzi como entrenador. El que provocó el sueño imposible: la clasificación a la Libertadores siguiente. A los 33 años, alcanzó el Olimpo. Con la camiseta número 12, como debe ser: jamás se creyó un número 1.
Abril de 2013. ¿Cómo se transforma una historia sin siquiera ser parte? Un caso policial, un escándalo de una noche de otoño en el Nuevo Gasómetro se lleva entre sombras a Pablo Migliore. San Lorenzo pierde contra Newell’s, en su casa. Hace falta un arquero y se lo pide a la AFA. El suplente, Matías Ibáñez, sale a la cancha con la presión del día después de un episodio inusual. El titular no se lesionó, ni siquiera atajaba mal: quedó preso. La estantería del arco se mueve demasiado. Y en el nuevo banco, un pibe de la casa, Ezequiel Mastrolía. Los dirigentes tienen varios candidatos. Se caen casi todos. Sebastián Torrico pelea el puesto en Godoy Cruz en desventaja con Nelson Ibáñez. Juega poco.
Lo llaman y acepta. “Hoy me avisaron que mañana tengo que ir a firmar los papeles para ser jugador de San Lorenzo”, expresa, por esos días. “Creo que es un préstamo por dos meses con opción a seguir. No sé cómo se resolverá el tema Migliore”, acepta la extraña situación. Nacido en Luján de Cuyo, Mendoza, con un buen pasado en Argentinos, juega apenas siete partidos en la temporada 2012/13 para el equipo mendocino. No era su mejor versión.
Se presenta en el torneo local en un partido de dolor... ajeno: 1-0 a Independiente, en Avellaneda, el día de la caída al abismo de otro gigante. Nadie tiene el puesto asegurado. Juan Antonio Pizzi lo aprecia. Lo contiene. Pero tiene otras ideas: un arquero del exterior. A Cristian Álvarez lo conoce de memoria, desde aquellos tiempos de Rosario Central. Su último paso por Espanyol no es nada malo. Ataja él, entonces.
Pero Álvarez no se adapta. Entonces, Torri. El penal a Chiqui Pérez, primero. Y este formidable vuelo al córner de la eternidad por el disparo del pibe Agustín Allione, en el duelo decisivo contra Vélez. Iban 44 minutos del segundo tiempo: era gol… Si Vélez convertía, era campeón. Fue San Lorenzo.
Monetti, Navarro, juveniles, Batalla. Lesiones, nostalgia, algunos errores en una temporada traumática. Torrico se sobrepone a todo, bajo el calor de la gente: es esa clase de amor que se sostiene en el tiempo, contra todo. Contra todos. No hay tantos en nuestro medio: Pepe Sand en Lanús, Licha López en Racing, Marco Ruben en Central, Maxi Rodríguez en Newell’s, Enzo Pérez en River, tal vez. Torrico sigue el legado de Pipi Romagnoli, el de pantalones cortos, antes de ser manager.
Vuelve a Liniers, casi 8 años después. Allí nació todo. Es humilde el hombre. Le repiten 100 veces que su reacción extraordinaria “es la atajada del campeonato”. Allione, hoy, juega en Temperley, en la Primera Nacional. Y hasta contó, por esos días, que estuvo largas noches sin dormir. “Bueno, el arquero está para eso, para responder en los momentos difíciles. Creo que las cosas me salieron bien, pero esto es mérito de todo el equipo. Por suerte pudimos aguantar el empate y ganamos el campeonato. Yo sabía que tenía que responderle a este grupo”, respondía Torrico, el arquero de pocas palabras.
Días atrás, fue distinguido en la Legislatura de la Provincia, por ser el fundador y presidente del club Fundación Amigos por el Deporte, que milita en la Liga Mendocina de Fútbol. “Por el aporte social, deportivo y educativo a la provincia de Mendoza”. Lo quieren todos, en la ciudad, en las montañas. Y le destacan: “el compromiso por el club”.
Fue el héroe imposible, el que cambió la historia. Nadie se imaginó que seis meses más tarde iba a empezar a construir la historia de un ídolo.