LIVERPOOL 2 - ATLÉTICO 0 / Y Anfield se hizo una pesadilla

El equipo de Klopp despellejó a un Atleti que jugó con diez por expulsión de Felipe. Roto en defensa, mal en ataque, la goleada pudo ser mayor. El pase a octavos se embolica.

Patricia Cazón
As
Muchas veces perder es lo que, de veras, te enseña a ganar. Y Klopp mascó muchos meses y una pandemia aquella derrota, la de Anfield ante el Atleti en 2020. Con el cuerpo lleno de memorias compareció su Liverpool en la noche, la venganza aún no consumada, a pesar de la victoria en el Metropolitano. Klopp quería más, quería lo de anoche. Triturar al equipo del Cholo. Hacerle de Anfield una pesadilla.

Un Atleti que creyó en los primeros minutos. Respondiendo con orden y presencia en el área la salida de los de Klopp. Le faltaba Llorente, héroe aquella noche, pero salía el Cholo con sus mejores disponibles y una necesidad: puntuar para poner distancia con el Porto. Fue después de una ocasión que Correa envió demasiado fuerte, demasiado alta, cuando lo que debía era disparar o centrar raso, que Simeone descubrió que esos primeros minutos sólo habían sido un engaño, un trampantojo de Klopp.

Porque el dominio inicial del Liverpool, estéril, era en realidad el lobo disfrazado de abuelita. Tenía las piernas de Henderson, los dientes de Salah, el rostro de Alexander-Arnold. Y sólo quería morder, comer, cazar. Abrió sus fauces a los pies del Cholo en cuanto tuvo una contra. Arrastraron Salah y Henderson, se abrió el espacio, la puerta, Alexander-Arnold tuvo tiempo de pensar y ver: Diogo Jota se adentraba en el área con la cabeza gritando para comerte me...goool. Sin que Felipe y Trippier se entendieran ni, mucho menos, cortaran el paso. Un Jota también con memoria, aquellos días entrenando en el Cerro, apartado, el verano en que no convenció al Cholo. No podía tener Klopp arma mejor con la que disparar al corazón del argentino.

El golpe tumbó al Atleti. De pronto Anfield rompía todas las fotos bonitas, Anfield ya no era Llorente, era el frío de esta noche para olvidar. El Atleti se abría en canal cada vez que Alexander-Arnold, Henderson y Salah triangulaban. Fabinho, que se quedaba con cada pelota que pasaba cercana, como si sus botas fueran de velcro, lanzaba en vertical al Liverpool. Con espacios para correr y recuperaciones rápidas, sembrando el pánico en cada pelota. Desordenado, mareado, demolido el Atleti. Quebrado otra vez por detrás. Por esa línea, la defensa, que una vez fue de acero y hoy no es más que frágil cristal. La abuelita del cuento eran, en realidad, Felipe y Hermoso.

Dos de los tres centrales, un inmenso agujero negro. Hermoso no podía, no sabía con Salah, que le rompía las piernas, la espalda en cada lance. Y lo de Felipe era peor. Aún discutía con Trippier por el gol de Diogo Jota, desquiciado, cuando siete minutos más tarde el Liverpool volvía a pasarle por encima. Se escapó Mané, buscó a Alexander-Arnold en la banda mientras le hacía otro traje al brasileño. 2-0. Moraleja: menos mal que el de ayer era el último partido de castigo de Savic. La siguiente vez que Felipe ocupaba el plano sería para irse a las duchas, la roja del árbitro alzada ante él. Tarjeta demasiado rigurosa para castigar una patada a Mané, sin posibilidad de disputar el balón pero, pareció, que la negativa del brasileño a mirar al colegiado mientras le llamaba fue tiñendo su color, del amarillo al rojo. Otra vez el Atleti con diez, como hace dos semanas en Madrid, pero sin que se olfateara la gesta. La historia de este Anfield la escribiría Goliat.

El partido se acabaría, aunque aún le quedara tanto por delante. 53 minutos con diez y Simeone sin banquillo, nadie capaz de salir y cambiar, como tantas otras veces. Los cinco en Madrid, sus cinco bajas, se atragantaban en Liverpool. Al descanso no se fue el Cholo con un costurón más grande porque los milagros regresaron a los guantes de Oblak ante un zapatazo de Salah. Los rojiblancos volvieron del reposo con esa parada en la cabeza. No podían dejarse ir. Que la pesadilla en Liverpool no estropeara la fase de grupos, que una goleada no le pusiera más plomo en los pies en el grupo. Pero Klopp pensaba lo mismo, pero al revés. No levantó el pie su equipo. Siguió siendo como un fuego que se propagaba por todo el campo, llegando en avalancha sobre Oblak. Ocho minutos habían pasado de la segunda parte y podía ir 4-0. Pero perdonó Matip y el VAR anuló un gol de Jota por fuera de juego, misma razón por la que desaparecería del marcador otro de Suárez. El Atleti, condenado a deambular por un Anfield convertido en trinchera, deseando el final. En pie, pero muerto. Despellejado por el lobo y la venganza de Klopp.

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