Hacía falta más para pelear por el título contra River y acceder a la Libertadores
La T y el Fortín no pasaron de un 1-1 demasiado táctico y poco emotivo; al local se le aleja aun más la vuelta olímpica, y el visitante debe esperar más para alcanzar el torneo internacional.
El fútbol es lo que es gracias a que no se parece a ningún otro deporte en cuanto a riqueza de variables, a la invitación permanente a la creatividad y la inventiva, a lo imprevisible de su desarrollo y de su resultado final. Pero necesita que se conjugue al menos un par de esos ingredientes para transformarse en el espectáculo vibrante que desata las pasiones.
En ocasiones, sin embargo, lo planificado transforma la intensidad en un ejercicio cerebral, con más acción premeditada que improvisación, hasta asemejarse más al ajedrez que a ese juego que llena las ojos y enrojece las manos. Algo así ocurrió con este Talleres-Vélez que prometía mucho más que lo que cumplió, que tuvo un tramo más que interesante para el estudio táctico pero que quedó en deuda con una emoción que apareció en cuentagotas.
El 4-2-3-1 que presentaron Alexander Medina y Mauricio Pellegrino desembocó en un duelo estratégico, en el que cada movimiento de un lado tenía su contrapartida en la vereda de enfrente y sólo algunas cuestiones sutiles lograban alterar el equilibrio de vez en cuando. Movía un peón el Fortín, inclinando a Federico Mancuello hacia la izquierda para juntarlo con Lucas Janson y Francisco Ortega, y respondía el conjunto cordobés con Juan Ignacio Méndez convertido en alfil para cortarle el paso. Trataba de encontrar un hueco Héctor Fértoli para recibir libre por detrás de los volantes visitantes, y se encontraba con Gerónimo Poblete oficiando de torre protectora. La escena, con diferentes protagonistas, se repitió muchas veces, demasiadas, y así el partido fue trabándose lejos de los dominios de los arqueros.
Dentro de esas características, en algunos lapsos del primer tiempo Vélez logró lo que en el mundo de los trebejos se denomina “ventaja posicional”. La inteligencia de Mancuello para moverse del medio hacia la izquierda, la agitación que siempre provoca Thiago Almada incluso aunque no ponga a prueba la eficacia de su gambeta, y ciertas debilidades del local por las alas promovieron la sensación de que Vélez era superior. No lo fue en el remate. Apenas un par de llegadas de Mancuello al vacío, en ambos casos sin acertar al arco, quedaron anotadas en los cuadernos.
Talleres ni siquiera ofreció eso. El equipo que insiste en discutirle la corona a River entregó 45 minutos estériles, sin fluidez con la pelota ni arranques individuales para alterar un desarrollo desfavorable.
Por fortuna, aunque directores técnicos y jugadores lo intenten, el fútbol nunca será ajedrez. Entre otros motivos, porque existe un elemento externo, que cuando nada consigue alterar el sistema nervioso del duelo puede efectuar la jugada equivocada que patee el tablero. Facundo Tello, el árbitro, vio una infracción inexistente de Tomás Guidara a Fértoli a los 11 de la segunda mitad: penal. Michael Santos no falló, y al menos por un rato la noche dio un vuelco.
De pronto, volaron los pizarrones y el orden, y se hizo un hueco esa emoción que hasta entonces había hecho mutis por el foro. La desventaja sacudió a Vélez, que había vuelto desenchufado del vestuario, y al mismo tiempo activó a Talleres, que se encontró con un escenario para el cual no había sumado suficientes méritos y que dio un paso adelante.
Aparecieron por un rato los espacios, las marcas estudiadas perdieron algo de efectividad y las ocasiones de gol dejaron de ser tan lejanas. En una de las primeras, a los 22 minutos, Janson habilitó a Juan Martín Lucero en la medialuna y el delantero puso la pelota abajo contra el palo izquierdo.
Pero el ímpetu apenas se estiró unos minutos más allá de la nueva igualdad. Enseguida, las imprecisiones se adueñaron de la noche y, aunque de un modo diferente, todo volvió a estar como al principio. Dos equipos que se anularon mucho y se atrevieron poco. Igual que en las partidas de ajedrez sesudas y sin brillantez, ésas que sólo pueden acabar en tablas.