Farías repitió su fallido diseño y Bolivia sufrió otra goleada

Radiografía del desastre. Los laterales fuera de sitio, los volantes vuelven mirando a su arco y la distancia entre líneas es enorme, donde aparecen rivales libres.

José Vladimir Nogales, JNN Digital

Bolivia no solo perdió contra Perú (0-3), perdió la compostura y su esencia. Perdió la voluntad, el fútbol y la confianza. Lo perdió todo. Sucumbió desde la alineación elegida por Farías en un partido injustificable (el sistema 5-3-2 resulta permeable por las orillas y frágil en el centro del campo), víctima de su propia pasividad y sus pocas ideas. Claramente superior Perú, compacto como quiere Gareca y más luminoso en ataque, Bolivia salió escarmentado por sus deficiencias en el repliegue, frialdad en el choque —escaso corte en mitad de campo y limitada respuesta defensiva— y pobreza futbolística en fase de posesión. Que Bolivia no enamore por su juego no es ninguna novedad, tampoco que, por su insolvencia defensiva, resulte trasquilado lejos del estadio Siles. Lo curioso es que Farías insista en las bondades de su planteamiento cuando, en las tres últimas salidas, recibió nueve goles, sin contar la visita a Uruguay.


Bejarano aparece al fondo de la escena,
cuando por su carril se gestó el desastre
El ímpetu final no disimuló la calamidad que perpetró Bolivia durante más de una hora de batalla. Desde la alineación hasta la disposición táctica no tuvo respuestas ante un Perú estupendo (amplio y vertebrado con su 4-3-3), tan reconocible como siempre y aventurado en su toma de decisiones. El equipo de Gareca dio una muestra de personalidad. La urgencia de la coyuntura (debía ganar para conservar su matemática clasificatoria) no alteró su plan. La salida controlada de balón desde atrás con Callens y Ramos, unida a una presión deforme de Bolivia (descompensada y en inferioridad numérica), le permitió escalar posiciones en el campo y habilitar a Cueva en medio de la sangría verde patrocinada por todo el bloque, con Bejarano y Jusino como caras del despropósito. El delantero del Al-Fateh explotó los desmarques a la espalda de un Bejarano distraído con fantasías ofensivas y de cara a la incompetencia de Jusino para cortar y anticipar, tanto por el centro como cerrando a la espalda de su esperpéntico lateral. Quinteros y Sagredo cuajaron una actuación indolente y cargada de errores groseros.

El error de diseño se observa en las bandas,
donde los laterales quedan 2-1 siempre.

Bolivia tiene algunos problemas que se empeña en repetir y para los que parece que no encuentra solución. Tiene una enorme facilidad para descomponerse y evadirse de partidos que exigen orden e inteligencia en el posicionamiento, como éste de Lima, y en las bandas hay agujeros que no sabe cerrar. Si los futbolistas no son capaces de encontrar remedio a esas deficiencias es el entrenador el que debe reaccionar y buscar soluciones. Si no es capaz de hacerlo, los problemas, lejos de desaparecer, se multiplicarán.

Ante Perú, falló el planteamiento, agravado por el bajo nivel de sus intérpretes. El dispositivo 5-3-2 no proporciona, en defensa, una simétrica ocupación de espacios en oposición a la amplitud que propone un 4-3-3 convencional, capaz de generar superioridad numérica por fuera. Bolivia amontonó gente atrás, pero se debilitó en el centro del campo y desprotegió los flancos. En su plan de juego no parecía estar claro a quién correspondía la marca de los laterales peruanos (Advíncula y Trauco), que arrancaban libres y, a veces, llegaban vacíos. Cuando Bejarano y Villarroel salían a tomarlos, los extremos (Cueva y Carrillo) quedaban sueltos o mano a mano con los stopper. Un síntoma crítico de la descompensación en la marca era observar a Justiniano y Vaca ir en persecución de rivales descolgados por bandas desnudas, perdiendo referencia defensiva en la medular y descompasando la esmirriada presión. Cuando los laterales tomaban altura en salida, junto a Vaca y González, se producía un vacío importante al no acompañar la línea de defensiva desde atrás. Tapia y Cristopher Gonzáles, extraordinarios ambos, se agrandaron en este contexto y Perú juntó pases con fluidez e intención de progresar. Bolivia quedó desnudo, paralizado en la anticipación y desorganizado como le sucedía cuando perdía el balón y encontraba a Bejarano de ida hacia algún destino exótico, del que volvía con pereza paquidérmica.

Con dos líneas de cuatro se hubiese cubierto el
ancho, ocupando mejor los espacios, aplicando
vigilancias estrechas, sin descompensarse

En un partido, Bolivia perdió lo avanzado en los últimos juegos, con Farías señalado por un once y un plan de difícil asunción. Tampoco aplicó, el seleccionador, urgentes correctivos tras el colapso táctico (mutar a un 4-4-2 con más músculo en las alas). Mantuvo la fórmula en la segunda mitad, pero la indescifrable función de Enoumbá (¿era lateral, medio centro, extremo?) propició un caos posicional que Perú no explotó por falta de ambición o excesiva relajación. Hubo pasajes en los que Jusino (un hombre sin categoría internacional) aparecía como lateral y Enoumbá flotaba a la deriva, en medio de una nerviosa marejada.

La presencia de Arce fue testimonial. Apenas compareció. Se borró de las ayudas en la presión y con el balón no trascendió. Cierto, no ayudó el contexto táctico. Tampoco a Martis, huérfano arriba y sin suministro. El sistema lo corrompió todo. Se quebró por las bandas y no resolvió nada por dentro, descompuesto y disperso.

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