ATLÉTICO 0 - MILAN 1 / Un fracaso que exige una gesta
Un gol de Messias en los últimos minutos dejan al Atletico último de grupo. Simeone buscó el empate y al final terminó pagando el miedo a perder.
No había echado el balón a rodar y Simeone ya gritaba con los brazos a sus jugadores. "Arriba, arriba". Salía abrazado a los cuatro defensas, con Llorente y Hermoso en los laterales y Savic de vuelta. Fiado al juego directo aunque le faltara el balón. Éste pertenecía al Milan, que lo masticaba y masticaba, convirtiendo su presión de nuevo, como en San Siro, en jeroglífico indescifrable. Brahim sobre Koke, Kessié sobre De Paul, Tonali sobre Lemar. Un laberinto en el que el Atleti no encontraba salida. Por el miedo a arriesgar, el miedo a encajar, prefería esperar.
Pioli, desde la alineación, dejó claras sus intenciones: salir con Krunic para ganar densidad y orden táctico, renunciando a Leao. Los rojiblancos eran sólo invitados de lujo a una masterclass. La de Brahim. Ese futbolista que vestía la camiseta rival. Rapidísimo entre líneas, moviendo y buscando, con velcro en el pie. Indetectable Saelemaekers, agigantados Tonali y Kessié. El balón, para el Atleti, se había convertido en ese objeto volador no identificable que sobrevolaba una y otra vez, manso pero ahí, por el área de Oblak. Cuando lo bajaba a la hierba, apenas le duraba, salvo que Llorente pudiera correr su banda. Pero eso sucedía poco, sucedía apenas. Nada le salía a los rojiblancos, pálidos en la noche fría, de paseo entre las sombras. Los delanteros no tiraban desmarques, los interiores iban más hacia atrás que hacia delante. Lemar desconectado, Grizi apagado o fuera de cobertura, Suárez lento, fuera. Simeone había caído en la trampa de Pioli. Y eso que sus brazos no habían dejado de gritar. "Arriba, arriba". Como si así pudiera empujar las piernas de Llorente, demasiado bajo, demasiado atrás, atravesado en la banda como un coche gripado, que ni llega ni va a lugar alguno.
El descanso vino, al menos, sin heridas: el dominio del Milan no alcanzaba el marcador. La segunda parte comenzó con dos disparos. El primero fue de Saelemaekers, seco y duro, que atrapó Oblak. El segundo fue de Carrasco tras una internada de Griezmann haciendo de Griezmann. Pareció despertar y echarse todo a la espalda. El partido, la necesidad. Centro a centro, el Atleti dio pasos hacia de Tatarusanu. Pero duró poco. Como una lágrima de San Lorenzo en el cielo. Vista y no. El Milan se ordenó mientras Brahim volvía a tatuarle su nombre al balón y desplegaba un catálogo de disparos sobre Oblak. Incapaces los rojiblancos de sacar alguno, de despejar algo, como si se hubieran olvidado cómo. Pero el miedo ya lo llenaba todo. La precipitación era el fuego que se propagaba por todo el campo.
Pasaba el reloj de la hora cuando Simeone introducía a Lodi y Correa y Pioli hacía cuatro cambios de golpe. Dio igual. A los rojiblancos siguió faltándoles pecho para meter dentro tantos nervios. Imprecisos, blandos, desconocidos. Incapaces de doblegar al Milan, y quizá aliviados por el resultado que la radio traía de Anfield (la victoria del Liverpool hacía que les valiera el empate en la jornada final), se abrazaron al 0-0. Sin pensar que, enfrente, el Milan se jugaba la vida. Y el 0-0 era dejar de estar. A ello se aferraron como no hizo el Atleti en toda la noche.
Si Savic taponó un disparo de Bakayoko con el pie, el infierno lo trajo Messias, curioso, al cabecear solo, entre Lodi y Giménez, un centro lateral que silenció al Metropolitano. Gol. El Milan, de pronto, muy vivo, en la pelea. Y el Atleti empujado a hacer de verdad el 'ganar, ganar y sólo ganar' en Portugal. La gesta. Además de rezar lo que sepa. Porque el Milan no gane al Liverpool. Porque hoy, en la tabla, aunque aún puedan ser segundos, amanecen los rojiblancos últimos.