Abecor: “Lo visual va ganando poder en Bolivia”
—Ha ido creciendo especialmente en estos últimos cinco a seis años en los que siempre fue de menor a mayor. Luego de las penúltimas elecciones, cuando ya se advertían más sombras que luces en este Gobierno y yo hacía hincapié en la corrupción, fue peor. Todo se intensificó desde la creación de los guerreros digitales aparecieron insultos totales y luego las amenazas. Y directamente, de manera más recurrente, surgieron las amenazas a partir de las últimas elecciones.
Algunas han llegado a ser amenazas de muerte. Una dice, por ejemplo: “Si te veo en la calle te mato” o “te voy a meter un balazo”. Son ya tres que tienen casi el mismo tenor. Son preocupantes porque, según me ha dicho un analista internacional de Derechos Humanos, cuando estas amenazas son reiterativas, puede pasar.
—¿Ha iniciado procesos o investigaciones para identificar a estos agresores?
—Sí, especialmente al comenzar la época de la pandemia iniciamos un proceso porque hubo alguien con nombre y apellido que amenazó. Lastimosamente, en general son mensajes anónimos. En cambio, en ese caso era una persona de Potosí que ya había tenido un proceso de parte de la Corte Electoral. Lo llevamos a la Fiscalía, pero justo fue en el momento en que la pandemia estaba en su pico y se cerró todo. No se podía abrir ningún proceso en la Fiscalía.
El periódico (Página Siete) siempre, en cada denuncia que hice sobre amenazas mandó cartas al Ministro de Gobierno de turno, incluido Arturo Murillo, quien no hizo nada. Igualmente hemos mandado carta al actual Ministro de Gobierno para que vele por las garantías y demás, pero tampoco ha hecho nada.
—Más de 20 años de labor y entiendo que las amenazas le llegaron prácticamente de todos los gobiernos. Ya en el gobierno de Sánchez de Lozada recibió este tipo de agresiones, ¿no?
—Sí, esa vez estaba trabajando en La Prensa y El Alteño. Entonces me llegó un mensaje que más o menos decía: “Ten cuidado con lo que haces porque tienes familia”. Después, sí, siempre hubo amenazas.
—¿Y hubo afectados que tomaron por el lado amable sus caricaturas? Sé que en algún programa radial de humor a veces hubo políticos que pedían no dejar de ser imitados o protagonistas de las bromas. ¿Hubo algo así?
—Sí, y eso muestra la capacidad de tolerancia de la persona hacia la caricatura. Eso ya viene desde colegio. Había compañeros que no les gustaba que les haga dibujos, pero otros me rogaban que les haga una caricatura. Pasa lo mismo. Hay personas que están en el poder o al otro lado y me han llamado y dicho: “Hazme una caricatura”.
Claro, hay otros, como el Ministro o el Procurador que reaccionaron recientemente. Como dijo Amparo Canedo: “Una autoridad como ésta debería reírse de la caricatura. No hacer lo que hizo”. Comparto esa opinión.
—Fue una respuesta que mereció múltiples críticas. Parece que le dolió demasiado la caricatura al Procurador, ¿no?
—Fue una respuesta visceral que muestra el nivel que alguien tiene para entender las cosas mientras ocupa semejante cargo. Responder así y en ese tono resulta muy difícil de entender.
—Suman las amenazas y reacciones contra caricaturistas y humoristas en Bolivia con mucha frecuencia. Las sufrió Al Azar, una vez desde Santa Cruz y otra desde Oruro; los humoristas de Unitel, desde Oruro; usted, etc. ¿La sociedad boliviana guarda poca tolerancia hacia el buen humor?
—Está movido por una cierta visión que conlleva una caricatura. Hay gente que ve una caricatura y la entiende de una manera totalmente diferente a la que ha transmitido o quiere transmitir el artista. Son muy susceptibles en cuanto a ciertos valores fundamentales. La gente tiene sus estados de interpretación.
En ese sentido se ve un poco de intolerancia en nuestra sociedad, pero también el mensaje visual está ganando, poco a poco, poder. Se está cultivando especialmente en Bolivia porque es una sociedad mayoritariamente visual. No mucha gente lee mucho, por eso lo visual va marcando tendencia y ganando poder. En eso hay que trabajar en relación a la libertad de expresión.
—¿Qué límites se pone a la hora de hacer humor con caricaturas?
—Veo a muchos caricaturistas que rompen los límites que uno mismo se marca. Por ejemplo, tengo límites en cuanto a lo religioso porque es algo sagrado para las personas. También otras porque lo toman como una declaración de guerra, como cuando se pelean entre fanáticos del Tigre y el Bolívar. Entonces son límites que hay que saber llevar dependiendo del caricaturista.
—¿Hay alguna caricatura de la que se haya arrepentido por considerar que se excedió o equivocó?
—Los estatutos que llevamos nosotros como periodistas tienen cláusulas donde se recuerda que también uno se puede equivocar. Todos tenemos la experiencia de decir: “Se me ha ido la tinta”, “se me ha ido esta frase”, “he sido muy fuerte” y cosas así. Claro, uno lo siente.
Al respecto, siempre reflexiono, siempre hago autocrítica. En algunas oportunidades me he dado cuenta que he sido muy ácido, me he excedido o no le di el impulso que debía darle. Recuerdo, por ejemplo, una caricatura en la que se identificaba una problemática muy fuerte y por apurado no incluí el estilo de vestir de algunas de las personas. Entonces lo tomaron como que estaba hablando de un territorio y no del otro, de un grupo social y no de otro. En particular, ésa me dolió.
—De todo su trabajo con la caricatura, ¿cuáles son la tres obras que más contento le han dejado?
—Una en la que se ve a un delincuente; una autoridad política, detrás del delincuente, y otra personalidad más, los tres usando antifaces. La otra es de aquella oportunidad en la que un edecán del presidente perdió la medalla presidencial por irse a un lenocinio. En el gráfico se ve a la medalla asegurando la puerta de un cuarto de burdel. También otra fue muy impactante, pero sobre un tema muy sensible: se ve la silueta de una madre de esas que marcan los investigadores en el piso del lugar donde se produjo un crimen. Toma su mano una niña llorando. Era con motivo de los feminicidios.
Las dos primeras me permitieron ganar los premios nacionales de periodismo en esta especialidad. La tercera tuvo repercusión internacional, una publicación en México la destacó como una de las mejores 50 caricaturas del mundo ese año. Ha habido varias otras, en vario casos igualmente premiadas. También recibí felicitaciones de médicos mexicanos por cómo había reflejado su labor en tiempos de la pandemia.
—¿Cómo trabaja sus caricaturas? ¿En qué consiste su proceso creativo y cuánto tiempo le puede llegar a tomar?
—A veces las cosas más simples resultan las más difíciles. Hay temas como el feminicidio, la trata y tráfico, la violencia y otros que marcan la coyuntura y uno tiene que tratarlos. Entonces uno va pensando, hace un boceto, lo deja ahí, lo revisa, pueden pasar días y hasta meses, y está en la cabeza. Pero hay temas que surgen al escuchar a alguien, por ejemplo, en el micro.
Me sucedió en un minibús, esa vez que se estaba quemando la Chiquitanía. Una niña dijo: “Mami, estamos llevando la bandera. Mami, se está quemando la parte verde de la bandera”. Ahí se me vino la relación entre esos elementos. Dibujé a una niña abrazando la tricolor cuya franja verde se estaba quemando. Como sabemos, esa parte corresponde a la riqueza natural que tiene Bolivia. Así hay muchas anécdotas en las que algo que la gente dice o las alusiones que hace inspiran el trabajo.
Antes me levantaba muy temprano y monitoreaba las noticias de los medios, pero ahora, con las ventajas de la internet, se puede escuchar o ver más tarde, repetirlo y demás. Siempre ando monitoreando, ya no tanto como antes por salud mental, ya sólo el horario preciso. Primero por la mañana sobre lo que pasa, luego para ver las repercusiones. Al final de la tarde paso a generar a partir de lo subrayado como más importante de tres o una línea que trato, para finalmente trabajar sobre ella. Hay caricaturas que me pueden llevar hasta cinco horas y otras alrededor de una hora, pero condensan un proceso muy largo de pensamiento.
—Recuerdo que en una anterior entrevista me contó sobre cómo se convirtió en artista. Resumió cómo su progenitor le heredó la vocación, una profesora le ayudó a canalizarla y sus estudios en la Academia de Bellas Artes y los diplomados. ¿Qué es lo que más destaca de esas cuatro vetas de su formación?
—De mi papá, sobre todo, por lo que le veía leer, también porque siempre entre que imitaba sus cosas, y eso era un proceso creativo de a poco. Lo seguía ya sea como arquitecto o como artista. Yo soy escultor en esencia. Salí licenciado en pintura, pero me dedico a la caricatura. Ese proceso creativo de mi papá (Juan Bellido Cuestas) me ha llevado a fortalecer eso, a no pensar otra cosa más que sólo pintar y dibujar.
Ahora, de mi profesora Lourdes, del colegio San Luis, valoro su apoyo. Se puso tan animada al ver que yo tenía esa cualidad… consiguió libros, averiguó si había una carrera de artes. Siempre me animó a ir más allá, me decía: “El dibujo es lo tuyo, es lo que tienes que seguir”. Eso le agradezco mucho y siempre. Y claro, el estudio, el haberme metido a la carrera de artes como un pez en el agua que me fortaleció.
Fortalece también el hacer música, ejercer como director de arte en algún emprendimiento, hacer, gracias a Dios, de la vida todo lo relacionado al arte. Agradezco el tener esa suerte de hacerlo y seguir haciéndolo.
—¿Piensa ejercer o ha ejercido ya como docente?
—Sí, me gusta mucho enseñar. Pienso aplicarme más en esa área al año. Pienso dar cursos sobre caricatura y humor. Es algo que tengo pendiente.