Wilstermann se impuso con autoridad ante Royal Pari
De un Wilstermann incómodo y quebradizo a un Wilstermann rotundo y con gusto. Por ambas etapas pasó el equipo de Sergio Migliaccio, que comenzó desajustado ante un Royal Pari dominante y terminó abrasivo (4-1). Atornillado de inicio (con dificultades para recuperar la pelota), el conjunto rojo soltó amarras bajo el pulso del Pato Rodríguez y luego encontró carrete entre sus jugadores más distinguidos: Serginho, Chávez, Echeverría, Giménez y un Pato Rodríguez que funcionó como un reloj con botas.
Arrancó llagado el cuadro rojo. Incómodo ante un Royal Pari recreativo y
bizarro (tomó el balón y lo hizo circular con criterio, buscándole las costuras
al rival). Un equipo, el de Portugal, adiestrado de forma gremial sin regatear
el talento de futbolistas como Melgar, Ursino y Amoroso (insoluble puñal sobre
la huérfana demarcación de Luis Rodríguez). Un conjunto con hechizo que se
desplegó por el Capriles a campo abierto (con los laterales lanzados y los
centrales sobre el círculo central). Nadie perturbó el juego orbital de Melgar (con tiempo y
espacio para recibir) a fin de minimizar –o erradicar- su incidencia distributiva
en la arquitectura de un esquema de posesión. De igual modo, la visita se
empeñó en asaltar los vacíos por delante y a las espaldas de Luis Rodríguez con
el escurridizo Amoroso y el punzante desdoblamiento de Orfano (poco cuidado por
Serginho).
Wilstermann no encendió la presión, se
hizo largo en exceso y vagueó en el repliegue y las coberturas (Migliaccio contempla
no involucrar demasiado a sus figuras en la presión). Amoroso,
Ursino y Orfano jugaron cómodos y se asociaron limpiamente por el flanco débil
de los rojos.
A
Wilstermann le costaba encontrar el balón, pero era capaz de fluir a la contra,
atacando el espacio tras robo. Royal quedaba muy expuesto por las desérticas
bandas y con los centrales muy jugados sobre el círculo central, con excesivo
espacio para proteger a sus espaldas. Puesto a defender en bloque bajo, Royal
tampoco exhibió solvencia abortiva. La distancia entre líneas desacreditó el
algoritmo de Portugal, que sacrificó un medio centro posicional en favor de
valores constructivos, sin marca ni lectura defensiva (la decrepitud de J.L.
Chávez se expresó en la lentitud de su respuesta). En esa brecha entre líneas, Echeverría
encontró flotando al Pato Rodríguez y le filtró un balón limpio que el prestidigitador
argentino transformó en oro. Un pletórico zurdazo, tras una corrida sin mácula,
agitó un trámite neblinoso.
Aún
rumiaban unos y otros los avatares del primer sacudón cuando un despeje
defensivo derivó en un zapatazo estratosférico de Serginho. El disparo del
brasileño tenía otro destino, pero el azaroso rebote y la súbita parálisis de Bejarano
dejaron a la intemperie al golero Méndez, que se enredó ante el sagaz agobio
del Pato Rodríguez. Ambos se batieron como alces, en un duelo a cornadas, pero
con el balón como objetivo y no la estructura craneal del otro. Ganó el Pato,
que se llevó el balón y disparó sin rémora, 2-0 en 19 minutos.
Con un rato de lucidez, de fútbol pragmático y disciplinado, Wilstermann
hizo que el partido fuera menos pendular y más al gusto de su apetito. Suficiente
para que aflojara Royal Pari, cada vez más desenganchado de Melgar y Amoroso,
sus dos balizas fundamentales.
Portugal no
varió su plan tras el descanso y siguió inculcando el toque y la movilidad como
fórmula de ataque. Wilstermann, por su parte, buscó en el banquillo un urgente
correctivo para las sangrantes filtraciones padecidas en el ala izquierda de la
defensa. Meleán, un jugador multitareas, fue el elegido, pero no la solución.
Con la cancha al revés para su perfil diestro, lució más incómodo y frágil que
el lateral Rodríguez, extirpado de la formación en el descanso, agudizando la
magnitud del problema que debía ayudar a resolver.
Al minuto 53, Royal Pari materializó el buscado descuento y lo hizo por
la vía prevista, el costado derecho de su ataque, de donde Melgar envió un
centro con rosca que nadie alcanzó a interceptar, ni Giménez que quedó
petrificado. Detrás suyo, sin marca alguna, el paraguayo Benegas empujó el
balón a la red.
El golpe no
destempló a los rojos ni abrió su vena rácana, al contrario. Inauguró una nueva
búsqueda, más elaborada, meditada y convencida, consciente de su enorme potencial
ofensivo. El toque de Chávez, en el centro del campo, comenzó a abrir rutas
inexploradas, a liberar recursos embargados por el corsé táctico. El balón fue
suyo. Así que mandaron a su antojo con permiso de la ambiciosa propuesta del
rival y de la concesión de Portugal, que desvistió a su equipo con las
variantes introducidas (Brau por Benegas y Thiago Riveiro por Chávez). Luego,
las entradas de Castillo y Didí Torrico (por Tabárez y Melgar) desigualaron
al conjunto de Portugal y se descuidó la posesión y la colocación.
Rodrigo Vargas (que ingresó por Álvarez), ágil y escurridizo, se filtró por la banda izquierda, evitando el braceo de Brau, se internó en el área y, como avezado equilibrista, se balanceó en el borde del abismo antes de ceder un pase atrás para el control y disparo de puntín de Serginho, 3-1 en 68’. Volvió la calma al Capriles, pese a que la victoria no parecía amenazada muy a pesar dl descuento.
Sólo el
ímpetu y el orgullo herido espolearon a Royal hasta que Wilstermann sentenció
con un nuevo zarpazo (Vargas recogió un despeje defensivo y se animó a encarar.
Intentó combinar con el Pato Rodríguez, pero el balón le volvió a quedar ante
una fallida intercepción de Bejarano. Forcejeó con Riveiro y, llegando a la
media luna, sacó un disparo raso que superó a Méndez).
Fue un
triunfo con autoridad, de esos que trascienden más allá del marcador, por su
contenido, por la propuesta y el nivel de las ejecuciones colectivas. Es cierto
que hubo brillos individuales, pero integrados a un concepto colectivo, una asignatura
que Cagna pasó por alto –con el evidente desinterés que exhibió en su desventurado
pasaje por estas tierras- y Soria no consiguió imponer, pese a disponer del
tiempo.