La señal en el cielo antes de una batalla que enfrentó a dos emperadores en Roma e hizo que Occidente fuera cristiano
La Batalla del Ponte Milvio es considerada como la victoria definitiva del cristianismo sobre el paganismo en el Imperio Romano. Tuvo lugar en el año 312 de nuestra era y en ella Constantino venció a Majencio. Según la tradición, lo hizo luego de ver una cruz en el firmamento. Aquí, las hipótesis detrás del mito
Desde 293, el Imperio Romano estaba dividido en dos mitades, cada una gobernada por un Augusto (emperador mayor) y un César (emperador menor). En 306, el Augusto de Occidente, Constancio Cloro, muere en la actual ciudad de York, Inglaterra, por entonces llamada Eboracum. En consecuencia, sus soldados elevaron al trono vacante a su hijo Constantino. Eso puso en alerta al emperador Majencio: sabía que Constantino reclamaría el trono de Roma. Y así fue.
Constantino avanzó hacia Roma. Su ejército estaba compuesto por 90 mil legionarios y 8 mil jinetes provenientes de Germania, las regiones celtas y Britania. Luego del sitio a la ciudad de Segusio, (hoy llamada Susa, al norte de Italia), Constantino continuó su marcha y libró una batalla contra el ejército de Majencio en las puertas de la ciudad de Augusta Taurinorum, actual Turín.
Victorioso, continuó hacia Mediolanum, hoy Milán. Ante su sorpresa, la ciudad no presentó batalla sino que abrió sus puertas. Allí pasó allí el invierno, y al comenzar el verano se dirigió a Brixia (Brescia), donde el prefecto del pretorio Ruricio Pompeyano, que estaba estacionado en Verona, envió un ejército para intentar detenerlo. Constantino consiguió derrotar rápidamente a estas fuerzas y prosiguió su campaña hasta Verona, donde se encontraba el ejército grande de Majencio. Pompeyano presentará dos batallas cerca de Verona, pero las fuerzas de Constantino vencerán en ambas. El propio Pompeyano cayó en una de estas batallas.
Al ver los resultados, la ciudad de Verona se rendirá y le seguirán Aquilea y Mutina, las actuales Módena y Ravena. El camino de Constantino hacia Roma estaba totalmente libre.
Las noticias llegaron a la capital del Imperio rápidamente. Pero Majencio pareció no advertir el peligro. No se preparó como debería. El 27 de octubre, el día anterior a la batalla de Ponte Milvia, hubo carreras de cuádrigas en el circo Máximo. Allí, la multitud a los gritos comenzó a burlase de él y a gritar que Constantino estaba pronto a llegar y era invencible.
Erróneamente, Majencio creyó que no debería moverse de Roma, ya que contaba con el apoyo de la guardia Pretoriana y la ciudad estaba bien abastecida gracias a los cereales provenientes de África, carne proveniente del sur de la península y agua por los acueductos. Podría hacerse fuerte allí dado que estaba protegido por todos lados por las aparentemente impenetrables murallas aurelianas. Consultó a los augures y le dijeron que los dioses le ordenaban cortar todos los puentes sobre el Tíber. Pero al centralizarse solo en la ciudad, dejó todo el centro de Italia libre. Así Constantino llegó a Roma por la Vía Flaminia.
Las tropas de Constantino acamparon en cerca de Roma, en el lugar conocido hoy como “Malborgheto”. Majencio organizó un campamento frente al puente Milvio, que conectaba la vía Flaminia con Roma, y ordenó el montaje de un puente de barcas temporal sobre el Tíber, dado que por orden de los dioses había destruido el anterior, de madera. Fue su única previsión para la batalla campal que se avecinaba.
La madrugada del 28 de octubre de 312 debería haber sido un día de festejos: era el sexto aniversario del comienzo de su reinado. En cambio, se preparaba para combatir. Esa madrugada acudió a la lectura de los libros sibilinos en busca de consejo y estos profetizaron que aquel día moriría “el enemigo de los romanos”.
En el búnker rival, esa noche, algo aconteció con Constantino. No queda claro si tuvo una visión, un sueño o fue la lectura de un evento celeste o climático.
Según el escritor africano Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, Constantino tuvo una visión mientras soñaba durante la noche anterior a la batalla en la que se le aconsejaba “marcar el signo divino de Dios en los escudos de sus soldados”. Siguió el consejo y les estampó el símbolo de Cristo, que era un estaurograma o cruz latina con el extremo superior redondeado con una letra “P”.
Pero el obispo Eusebio de Cesarea, por su parte, hace dos relatos diferentes del hecho: en su famosa “Historia eclesiástica” relata que Constantino recibió ayuda divina durante la batalla, aunque no hace mención de ningún signo en particular. En cambio, en su “Vida de Constantino” nos dice que había escuchado de boca del propio emperador que marcharía junto a sus hombres durante el mediodía y cuando levantó la vista y observó por encima del Sol se alzaba una cruz luminosa con las palabras en griego “Εν Τούτῳ Νίκα”, cuya traducción al latín es “in hoc signo vinces” y en Español “con este signo, vencerás”.
Durante todo el tiempo, Constantino no tuvo claro cuál era el mensaje que trataba de transmitirle esta revelación, pero la noche anterior a la batalla soñó con Cristo, que le decía que debía emplear ese signo contra sus adversarios. Eusebio continúa el relato y describe cómo era el signo: una Χ atravesada por una Ρ, que representa las dos primeras letras del alfabeto griego de la palabra Cristo.
¿Qué pudo ser lo que vió Constantino? La observación de un fenómeno óptico real ocurrido en la atmósfera, que encaja un tiempo más invernal que otoñal, con bajas temperaturas, a finales de aquel mes de octubre en que tuvo lugar la batalla de Puente Milvio. En el continente boreal, cuando el aire está frío, la presencia de cristales de hielo en su seno favorecen la aparición de fenómenos ópticos atmosféricos. Esta visión de una cruz de luz en torno al sol puede conseguirse si tenemos, de forma simultánea, un pilar solar (línea vertical) y un círculo parhélico (línea horizontal). Ambos fenómenos están bien documentados y estudiados. Se explican por la manera en que la luz se refleja y refracta al incidir sobre determinados cristales de hielo presentes en la atmósfera, orientados de determinada manera con respecto a la fuente luminosa. Vale recordar que Constantino sí creía en un solo dios: el “Sol Invictus”.
También podría haber sido una visión estelar de un evento que se produce cada mil años aproximadamente: un alineamiento de los planetas Júpiter, Saturno, Marte y Venus justo por debajo de dos constelaciones: la del águila y la del cisne. Este evento cósmico se observaría al oeste, sobre el horizonte de la campiña romana, pero en un momento el evento cósmico se “apoyaría” sobre la línea del horizonte formando una casi perfecta cruz, como si se viera clavada sobre la tierra.
Así como Majencio pedía consejo a los augures, Constantino también llevaba los suyos y estos pudieron haber interpretado dicha visión. El ejército de Constantino llegó al campo de batalla llevando símbolos extraños sobre sus estandartes y escudos. Pero, extrañamente, en el arco de Constantino frente al Coliseo, en los escudos que llevan sus soldados y se ven en los altorrelieves que representan la batalla del ponte Milvio no hay grabado ningún signo. Y lo que está escrito sobre el dintel del dicho arco no hace mención a Cristo.
Leemos en él, traducido del latín: “Al Emperador César Flavio Constantino, el más grande, pío y bendito Augusto: porque él, inspirado por la divinidad, y por la grandeza de su mente, ha liberado el estado del tirano y de todos sus seguidores al mismo tiempo, con su ejército y sólo por la fuerza de las armas, el Senado y el Pueblo de Roma le han dedicado este arco, decorado con triunfos”. Habla de una “Divinidad”, mensaje ambiguo.
El hecho es que Constantino disponía de cuarenta mil hombres y Majencio de más de cien mil. Era obvio que la batalla estaría perdida, pero en la arenga que dio Constantino a sus tropas les dijo que no estarían solos en la batalla, sino que la divinidad estaría junto a ellos. Pero, otra vez, Constantino no dijo cuál divinidad.
Constantino ordenó atacar con su caballería, que logró desbaratar a la majenciana. Al ver esto, ordenó a la infantería acometer a los infantes del enemigo, muchos de los cuales cayeron empujados al Tíber, donde se ahogaron. Majencio huyó junto a sus soldados y trató de cruzar el puente flotante que había construido, pero cayó al río junto a sus tropas cuando la estructura cedió por el exceso de peso. Majencio murió ahogado debido al peso de su armadura y su capa, que se atoró en las piedras del fondo del río. Los soldados de Constantino sacaron el cuerpo de Majencio del Tíber para decapitarlo posteriormente y pasear su cabeza por las calles con el fin de que todos la vieran. Constantino ingresará triunfalmente a Roma el día 29 de octubre.
A partir de la asunción al trono de Constantino y de la supuesta visión sobre Cristo se tejieron cientos de mitos y leyendas. Por ejemplo, que fue bautizado en la Iglesia de San Juan de Letrán en Roma. Ese hecho hasta está escrito en la base del obelisco egipcio que se encuentra frente a la Logia de las Bendiciones de la basílica lateranense, pero no es cierto: Constantino se bautizará casi al fin de sus días. Sí es verdad que donará al Obispo de Roma, el papa Silvestre, la villa de la familia patricia romana Plaucios Lateranos. Allí se asentará la sede del obispo de Roma con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, convirtiéndose en sede catedralicia bajo la advocación del Salvador, substituida ésta más tarde por la de San Juan. Actualmente se la conoce como Basílica de San Juan de Letrán y a causa de esa donación se creó un relato que nunca existió: la “Donatio Constantini”. Se trataba de un falso decreto imperial según el cual se le donaba al papa Silvestre (y a sus sucesores) la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente, creándose así el llamado “Patrimonio de San Pedro”, más tarde los Estados Pontificios.
En cambio, sí es cierto que los obispos se reunían en la casa de Fausta, la esposa de Constantino, en la zona del Laterano, según nos narra en un escrito el obispo Octato de Milevi: “…espiscopi convenerut in domus Faustae in lateranum” es decir “se reunieron en la casa de Fausta en el Laterano”.
En 324, el Emperador hizo construir otra basílica en Roma, en el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a San Pedro: la colina Vaticana. Dicho edificio perduró más de mil años hasta la construcción de la nueva basílica que conocemos hoy día en el año 1506.
Pero Constantino hará algo más que construir templos o donar tierras: otorgará la libertad de culto público a la Iglesia. No porque estaba en camino a ser un fervoroso cristiano, sino por conveniencia política frente al crecimiento exponencial del número de cristianos en el imperio romano, que habían pasado de cuarenta mil creyentes (el 0,07 % de la población del imperio en el año 150) a casi seis millones (el 10,5 % en el año 300). Con el decreto de libertad se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. El decreto no solo protegió de la persecución religiosa a los cristianos sino que sirvió también para las demás religiones, permitiendo que cualquier persona pudiese adorar a la divinidad que eligiese. Se conocerá como “El edicto de Milán”.
Tras el edicto se abrieron nuevas vías de expansión para los cristianos, otorgándole privilegios al clero, como la exención de ciertos impuestos. También ganaron una mayor aceptación dentro de la sociedad civil en general. Se permitió la construcción de nuevas iglesias y los dirigentes cristianos alcanzaron una mayor importancia. Constantino llegó hasta convocar un concilio, el de Nicea. Se hizo para definir muy bien y con claridad en qué creerían los cristianos de ahora en más y evitar, de ese modo, un caos de posturas y cleros diferentes, lo cual no sería beneficioso para él. Se formula el “Credo Niceno-Constantinopolitano”, el cual permanece inalterado en su mensaje 1700 años después, y en establecer la idea de la relación Estado-Iglesia que permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita.
En definitiva, un 28 de octubre de hace 1709 años y gracias a un extraño evento personal ocurrido a un comandante romano (que pudo ser cósmico, solar o espiritual) y a una batalla frente al río Tíber, en Roma, es que casi todo occidente profesa la fe cristiana.