Wilstermann perdió la compostura

José Vladimir Nogales

JNN Digital

Wilstermann no solo perdió contra Oriente (0-1, extinguiendo una secuencia de cinco victorias), perdió la compostura y su esencia. Perdió las ganas, el juego y la seguridad. Lo perdió todo. Sucumbió desde la alineación elegida por Cagna en un partido injustificable, víctima de su propia pasividad y sus pocas ideas. Muy superior Oriente, compacto como dicta el manual y más luminoso en ataque (fue más profundo y punzante en sus arremetidas), Wilstermann salió escarmentado por su pereza en el repliegue, frialdad en el choque y pobreza futbolística en fase de posesión. Que el cuadro de Cagna no enamore por su juego no es ninguna novedad en los últimos tiempos, pero sí lo es que se deje estar a nivel ofensivo y sea incapaz de competir. Estuvo apático, errático, ciego y colapsado. 


Sin sustancia en el juego, sostenido por Giménez (paró con dificultad dos disparos a distancia), Wilstermann no pudo esquivar el pinchazo en una tarde-noche que mostró otra vez sus costuras futbolísticas en ataque. Desaparecido Osorio, se quedó en muy poco. El triángulo de Cagna, con Lizzio por delante, enganchando con el ataque, no le sirvió para meter el diente al regimiento espartano de Oriente. El 4-2-3-1 en fase defensiva de Sánchez se le indigestó desde el principio. Wilstermann no tuvo claridad ni agresividad con balón, incapaz de juntar pases por dentro y desasistido por Ballivián –elige con demora los momentos para pasar por fuera- y Luis Rodríguez en las bandas, los futbolistas que deben dar la amplitud con ese dibujo, que apenas se dejaron ver en tres acciones en todo el primer tiempo. 

Se conoce la propuesta de Oriente. Es un equipo extremadamente organizado, con volumen por las bandas y tajante en las transiciones. Cagna quiso ahorrar esfuerzos a Villarroel a causa de sus viajes internacionales (cosa que Sánchez no hizo con Vaca), pensando que sería suficiente con una medular formada por Áñez, Lizzio y Morales, pero confundió el plan. Ante un conjunto que corre tan bien como Oriente, con Morales rebasado continuamente en zona de contención, Wilstermann necesita de las coberturas de Villarroel y su recorrido. Cada pérdida local se transformó en un aviso ofensivo de Oriente. Distanciado entre líneas, a Áñez, Lizzio o Ballivián no les da para volver, tampoco Rodríguez apoya en el retroceso. Desde abajo hasta arriba, los de Sánchez estuvieron comodísimos, con los extremos atacando los flancos de Morales para abrir líneas de pase. Blanco y Mojica presidieron la medular y manejaron la trama con una solvencia admirable. En todos los frentes se alzó Oriente sobre Wilstermann y pudo abrir la cuenta. Ni los cinco cambios de Cagna, que no se andó con miramientos tras su política alineación inicial, en la segunda mitad hizo reaccionar a un Wilstermann previsible, sin profundidad ni verticalidad, que nunca descompuso a la estructura cruceña. Al contrario, las variantes sustrajeron el escaso valor productivo a un equipo desarticulado, incapaz en la gestión del juego posicional. Su desconexión fue tan rotunda que nadie se salvó. Perder siempre es una posibilidad, pero con un ataque ciego, fragmentado, individualista, con gente de rendimiento flojo (muchos con desidia, perezosos para sumarse al ataque en fases de construcción), ganar es imposible.

La falta de gol (en realidad, ausencia de situaciones) trajo los efectos secundarios esperados: pelotazos de los centrales a Serginho u Osorio, que se saltaban dos líneas, falta de recursos colectivos para la elaboración, fútbol de extremos solitarios.

El golpe de timón, que Cagna pretendió en el curso del segundo periodo, no distanció al equipo del juego que practicó en el improductivo pasado inmediato. No activó ninguna variante táctica, sistémica o estratégica. Mantuvo el envoltorio estándar, permutando fichas de misma demarcación, pero disímil rasgo técnico. El efecto fue adverso, agudizó los problemas que intentó corregir. Arano empeoró la pobre prestación de un Lizzio inexpresivo, impreciso y disrruptivo. No enmendó la fragmentaria fisura en la rígida estructura para intentar canalizar el escuálido caudal de juego que brotaba de cuencas secas. Y si algo hubo que expuso a Cagna como conductor fueron las exclusiones de Serginho y Osorio para dar cabida a Rodrigo Vargas y Fernández, que lastraron el juego. Si antes el pulso era débil –el brasileño amenazaba con sus regates-, los signos vitales se extinguieron tras la cuestionada castración del ataque. 

El Pato Rodríguez, que a ratos parece de mejor humor y más solidario, ha perdido su vocación de jugador periférico, aunque lo disimula por su polifuncionalidad y complica con su desorden. Aun así, de cuando en cuando, le asoma ese aire de justiciero solitario que tan poco ayuda al equipo.

Una imprudente falta de Montero, lejos del área, donde parece menor el riesgo, dio lugar a un lanzamiento libre que el uruguayo Dórrego estrelló en el travesaño de un sorprendido Giménez y picó adentro del arco. En su vertiginosa trayectoria, el balón rozó el peinado de Vargas y alteró lo suficiente el curso para ser ilegible a la reacción del golero, 1-0 en 81 minutos.

El golpe del gol del uruguayo, consecuencia de un tremendo disparo y el infortunio de Vargas, envenenó todavía más el boicot que Wilstermann se hizo a sí mismo. Otra vez, como ante Palmaflor o Bolívar, Cagna emborronó más el fútbol rojo al desocupar de talento el centro del campo y llenarlo con gente funcionarial y reunir, arriba, jugadores ofensivos sin ningún plan al que atenerse. Atacar a puro empuje nunca ha sido la filosofía de Wilstermann. Otro gesto de autotraición ante un Oriente con el viento a su favor. La identidad nunca se puede perder.

Oriente basculaba con aplicación. No precisó hacer muchas faltas para defenderse. Le bastó con dejar que Wilstermann siguiera entregado a las maniobras predecibles, siempre por fuera, sin que sus jugadores hicieran los movimientos necesarios para generar espacios por dentro.

Wilstermann abusaba de los centros laterales pese a no tener un cabeceador (Álvarez ni entró en la convocatoria) y solo el Pato, de vez en cuando, proponía otro guion (una secuencia de regates concluyó con un disparo que el golero Quiñonez sacó junto al poste). Tanta ramplonería no fue suficiente y el cuadro rojo se llevó un azote inesperado. Tan merecido para este Oriente como merecido para un Wilstermann de parranda.







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