La salida del presidente Biden de Afganistán puede llevar a una desestabilización interna

El retiro de las fuerzas militares estadounidenses y sus aliados europeos de Afganistán es tal vez, junto con la pandemia del Covid-19, uno de los eventos de mayor impacto del año para la comunidad internacional

Los últimos acontecimientos han mostrado las verdaderas intenciones del grupo Talibán al anunciar la formación de su gobierno donde que no hay laicos, mujeres o dirigentes que no pertenezcan a la secta pashtu (de la mayoría del talibán). De esa forma quedaron expuestas las dudas -si alguien las tenía- sobre el incumplimiento de la palabra del Talibán en las negociaciones de Doha. Así, todo salió como era de prever, el Taliban no hizo honor a su compromiso, no se ha reformado ni regresó para ser mejor a lo que mostró en la década de los 90 hasta su caída en el año 2001. En este escenario habrá que esperar que el Estado Islámico-K (su competidor) busque obtener el máximo beneficio del nuevo status quo en el país. ISIS-K aprovechará cualquier situación de caos e inestabilidad que le ofrezca el Talibán para alcanzar rédito político y militar en el país.

En el pasado, el Estado Islámico de Khorasan (ISIS-K), aparecía como uno de los jugadores más débiles y sin capacidad operacional, pero el retiro estadounidense cambió la relación de fuerzas, hoy se ha fortalecido y en el mediano plazo las cosas cambiarán más aún para el grupo islamista ya que dispondrá de mayor margen de maniobra en Afganistán. El peligro de un enfrentamiento entre el ISIS-K y el Talibán es inevitable y ello abrirá las puertas a nuevos ataques terroristas que inunden de violencia y sangre las calles de Kabul. El ISIS-K considera al Talibán como hereje e impuro dentro del islam y lo que manifiesta sin ambigüedad con su intención de combatirlo hasta exterminarlo. ISIS-K nunca aceptará nada que no sea un Califato Islámico para Afganistán, en tanto el Talibán propugna el establecimiento de un Emirato para el país, ambas posiciones son irreconciliables, no hay opciones intermedias, sus diferencias doctrinarias sólo serán resueltas con la victoria en combate de un grupo sobre el otro. Por tanto, el mayor reto que enfrenta el Talibán es el Estado Islámico de Khorasan, cuya conducción está en manos de islamistas ultra-radicales escindidos del propio Talibán en 2015, que no tienen ningún interés en negociar los postulados del Califato frente al Emirato pretendido por el Talibán.

Ante esta situación, las decisiones del presidente Joe Biden ya han sido ampliamente analizadas en el marco y la forma de la retirada elegida por el presidente, de modo que volver sobre lo actuado por Biden carece de relevancia ante los hechos consumados. Las redes sociales lo han mostrado todo, aunque ya no muestran videos de afganos cayendo de aviones o miles de personas apiñándose en el aeropuerto de Kabul para salir de lo que consideran un infierno donde no desean que sus hijos crezcan y se eduquen. Esos videos no se verán más, porque la evacuación terminó y además no ayudan políticamente a la administración Biden. Todo eso ya es pasado en las redes, el Talibán ya controla la totalidad del aeropuerto y según sus propios comunicados, han obtenido los datos personales de los ciudadanos afganos que han trabajado con los estadounidenses y los han ingresado en una base de datos que no les permite acercarse al aeropuerto, y si lo intentan quedan detenidos de inmediato para ser sometidos a un juicio sumario acorde a la sharía donde en el 99.99% de los casos los acusados terminan fusilados o decapitados.

Otro asunto ha sido la región de Panjshir, donde después de algunos combates el Talibán ha negociado con la resistencia local y también pudo dominar toda esa área. Por tanto ya no hay un metro de tierra en Afganistán que no esté bajo el poder y las decisiones del Talibán. Sin embargo, ISIS-K ha hecho que los ataques terroristas hayan regresado a Kabul y están cobrando la vida de personas inocentes que creyeron en Occidente durante 20 años y soñaron tener un modelo “de democracia afgana, intentando armonizar tradición y modernidad”, algo que estadounidenses y europeos nunca alcanzaron a comprender.

En dirección a los interrogantes que plantea la confrontación con el ISIS-K, muchos analistas se preguntan sobre el futuro de la relación del Talibán con Al-Qaeda, incluso el Secretario Antony Blinken habló de ella minimizándola. No obstante, no hay duda que esos lazos continuarán, Al-Qaeda podrá operar libremente como lo hizo en el pasado, pero el Talibán es consciente que no puede permitir que la organización se convierta nuevamente en una amenaza para la seguridad global, ese escenario le resultaría muy peligroso ante la comunidad internacional en relación a la lucha anti-terrorista y volvería a colocar al territorio afgano en un foco de crisis que desean evitar, más aún considerando la experiencia de 2001 que les costo la pérdida del poder en el país.

Sin embargo, es un secreto a voces que en gran parte de la frontera con Pakistán, los más importantes dirigentes de Al-Qaeda siguen utilizando sus refugios seguros desde donde imparten las órdenes a sus grupos islamistas satelitales que orbitan en torno a su ideología yihadista para continuar sus operaciones. En cualquier caso, el Talibán parece haber aprendido la lección de veinte años atrás y trataría de asegurarse que Al-Qaeda no reactive sus operaciones terroristas en suelo occidental, al menos desde territorio afgano. Hoy el Taliban no parece estar dispuesto a asumir el costo del respaldo ofrecido en su tiempo a Osama Ben Laden. Aunque tampoco es probable que Al-Qaeda esté interesada, al menos en el corto plazo, en convertirse en una nueva amenaza para Occidente. La llegada al poder del Talibán le ofrece una oportunidad inmejorable para reestructurar su organización bajo una cobertura más segura ante el retiro de las fuerzas occidentales que han dejado de lado la lucha anti-terrorista.

Según un informe reciente de expertos de Naciones Unidas, el número de miembros de ISIS-K oscila entre los 1.500 a 2.200 elementos operativos con capacidad de combate, lo que lo convierte en un oponente capaz de generar altos niveles de inestabilidad al Talibán si decide ir a una confrontación abierta con el nuevo gobierno, y ello es algo que puede suceder ya que su conducción responsabiliza a dirigentes de alto nivel del Talibán de haber negociado con Washington traicionando al Islam, por lo que los considera enemigos de Allah y del pueblo afgano. En la cosmovisión del ISIS-K, los invasores extranjeros deben ser asesinados y no puede haber negociación con ellos, de allí que consideran las reuniones de Doha con Estados Unidos como un acto de traición del Talibán.

Mucho se especula con que la razón principal de los ataques terroristas en el aeropuerto de Kabul de parte del ISIS-K persiguió objetivos tácticos para que una parte de la administración Biden se acerque a ellos y los apoye en sus estrategia de combatir al Talibán y desestabilizar su nuevo gobierno. Pero los acontecimientos de Kabul fueron un golpe muy duro para el presidente Joe Biden. Los resultados de ello están emergiendo en estos días en Washignton. Además están tramitando varias demandas de juicio político al presidente en la Cámara de Representantes y el Senado de los Estados Unidos que han comenzando una investigación oficial sobre el contexto y la decisión de retirar las tropas, así como el proceso que dio lugar a esa retirada y la forma en que fue realizada para establecer responsabilidades en la actual administración.

En este escenario, varios incidentes relacionados con la retirada pueden verse desde otro ángulo. Por ejemplo, los supuestos errores de la inteligencia estadounidense, que podría haber proporcionado a Biden datos erróneos y distorsionados (según las propias palabras del presidente a su circulo privado de colaboradores). Los asesores más cercanos al presidente también sostienen que hubo información sesgada que impidió garantizar a Biden una correcta evaluación de la situación del colapso inmediato de país a sólo 24.00 horas del retiro estadounidense. Pero también hay asesores del presidente que están sugiriendo un regreso indirecto a través de apoyo militar nada menos que al ISIS-K como forma de desgastar militarmente al Talibán. Esa idea trascendió también de algunos asesores de la oficina de la vicepresidenta Kamala Harris, quien no ve con malos ojos tomar el sillón presidencial del salón Oval, aunque ello cueste una nueva y cruenta guerra civil en Afganistán. El problema que surgiría si eso ocurre, es que a diferencia de Biden y su salida fallida en Afganistán, si Harris llega al poder, el peligro de una escalada con China o Rusia sería en exceso peligrosa. Su llegada al poder conduciría no solo al deterioro de las relaciones con otros estados, sino a una desestabilización interna nunca vista en Washington. De allí que muchos creen que preservar a Biden es fundamental por si fuera necesaria una próxima ronda en Afganistán. Así, los demócratas cercanos a Biden esperan que en los próximos meses los sectores duros del partido republicano y algunas figuras demócratas se calmen, porque no ven con buenos ojos la llegada de Kamala Harris al poder sin ser elegida por los ciudadanos estadounidenses, pero lo cierto es que a todos ellos los mueve el temor a la probabilidad de que se produzca un conflicto global en el mediano plazo que Harris no sepa manejar.

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