ANÁLISIS/ El trabajo de Cagna bajo sospecha

José Vladimir Nogales
JNN Digital
Luego del parate por eliminatorias, Wilstermann expuso su peor cara. No es casualidad. Ante otro nivel de exigencia (mayor al que enfrentó en su secuencia de victorias), desnudó sus enormes flaquezas, principalmente defensivas.


En el duelo con Oriente, en el Capriles, expuso su falta de costura para desequilibrar desde la posesión. Su nula conjunción colectiva, por ausencia de un trabajo táctico que dote de herramientas a la construcción de jugadas (movimientos de apoyo y desmarque, combinaciones cortas, rutinas sin pelota), delató la insuficiencia de trabajo fino. Pero también, la escasa dotación de material o la disposición de uno caprichosamente sobrevalorado. La recurrente alineación de Añez y Morales, dos jugadores de probada incompetencia, ha llevado el rendimiento por debajo de cero. No sólo no aportan en la gestión del juego, resultan permeables -por la pereza de Añez en el retroceso y la deficiente ubicación de un Morales sin quite- en el dispositivo de obstrucción.




A más del crítico déficit de marca en el centro del campo (el titularísimo Morales no tiene corte ni el posicionamiento que demanda el perfil de medio centro), los apoyos ofensivos son vacuos y difusos, por tanto es evidente que no es en esa zona donde reside la construcción del juego. Obviamente, no se tienen registradas muchas asistencias desde la posición de volantes (la habilitación de Lizzio a Osorio frente a San José) o eventos desequilibrantes que deriven en situaciones de cara al golero. Un alto porcentaje de las oportunidades de gol procede de lo que se articula por las bandas, del desequilibrio individual o de lo que se trabaja con pelota parada. Los centrocampistas, sin peso en la gestión del juego, apenas inciden en los procesos. Y ese es un factor que debe explorarse. Las características de los integrantes, sin duda, explican ciertas carencias, pero también la ausencia de jerarquía retrata los límites tácticos (para alimentar a los delanteros que dispone debe contar con centrocampistas con cierta capacidad para manejar el balón, con una concepción del fútbol diferente. Necesita que la posesión del balón y el dominio del juego de su equipo sean lo suficientemente significativos). Al equipo de Cagna le falta ingenio en el último pase, que sólo parecen dar los extremos desde las bandas. Por eso, ese tipo de atacantes precisan un perfil de volantes que no figura en las existencias.

La pereza en el repliegue de los extremos expuso al 2
 contra uno a los laterales, fracturado a la defensa.

El equipo de Diego Cagna se desangra por la herida purulenta de un medio campo disperso, desestructurado, y por la profana endeblez de una ruinosa defensa que concedió ocasiones sin cuento. A The Strongest le proporcionó unas cuantas.

Es evidente que Cagna no encuentra el equipo, aunque insiste con una alineación que inutiliza su centro del campo y elimina el uso de cierta herramientas tácticas para elevar la producción. Pero más allá de la insistencia en el uso de determinadas fichas (a las que brinda incondicional respaldo, más allá de sus pobres prestaciones), es el trabajo del adiestrador lo que queda bajo sospecha. No se advierte un trabajo fino, uno de calidad, que vaya más allá de armar una alineación y dirigir un entrenamiento. No existen movimientos de ruptura, útiles para quebrar muros defensivos. Con la pelota, Wilstermann ejecuta la misma partitura: pelota a la banda para la corrida de sus extremos y centro al área. Nada distinto, nada que desordene a la defensa rival. Y esas deficiencias se tornar muy visibles ante equipos herméticos, de esos que se meten atrás y eliminan espacios. Los recursos colectivos para resolver atascos de magnitud rozan mínimos. Falta movilidad, dinámica y coordinación para, además de la inspiración, elaborar jugadas que involucren a todos, no sólo al que lleva el balón y a los que estén en las inmediaciones. La pereza de muchos jugadores (que siempre responden con razago en el génesis de las jugadas) lastra toda perspectiva. Añez, sin el balón en su poder, trota cuando no camina. No se muestra, no busca un desmarque para descomponer la disciplina defensiva adversaria. Lizzio, con desplazamientos paquidérmicos, es un monumento a la desidia. Nunca acompaña. 

Frente a The Strongest, padeció la recaída de un mal del que parecía curado. El sistema defensivo se resintió dramáticamente, exhibiendo la inextirpable indolencia que, desde el inicio del curso, puso al grupo en jaque, depositándolo en el fondo de la clasificación. El registro de goles en contra casi equipara la cifra de anotaciones y coloca a la defensa entre las más vulneradas de la competencia. Ya no alcanza con la seguridad que inspira el retorno del golero Giménez. Si la defensa facilita los accesos al área chica, si hay volantes que se eximen de sus obligaciones en la marca y el retroceso, si los zagueros no saben dónde pararse y cuando salir a cortar, poco es lo que el golero puede resolver, por mayúsculas que sean sus condiciones. Es curioso que jugadores como Reyes y Ortíz sean incapaces de detectar una amenaza para, intuitivamente, activar una respuesta abortiva. Reyes se queda petrificado, quizá presa del pánico, concediendo espacios inadmisibles (en el gol de Reinoso queda retratada su pasividad por duplicado). Su tácita involución (es menos que una promesa, porque consumió su futuro) es tan llamativa como su recurrente presencia en la selección, lo que cuestiona el criterio (¿político, comercial?) de las convocatorias. En Maximiliano Ortiz, de mayor experiencia que su devaluado compañero de tragedia, es más curiosa esa pútrida indolencia para ir la cruce, dejando crecer la magnitud del peligro (en el primer gol de The Strongest llega tarde al cruce porque demora en reconocer el peligro).




Pese a la dramática evidencia de los calamitosos trastornos defensivos, no toda la responsabilidad recae, como es lógico, sobre las flácidas espaldas de la descalabrada zaga. El déficit de contención en mitad de campo agrava el problema, porque coloca el peso táctico sobre una defensa insegura y horrorosamente inestable. Y esa escasez en la marca se debe, en primer lugar, a la pobreza de los recursos dispuestos para esa tarea. Que Morales -sin quite, sin sentido de ubicación ni intuición para anticipar- sea el medio centro posicional, es un despropósito. Como eje del módulo de contención, es una pésima señal que corra para atrás, mirando hacia su arco, o que sea inexistente la dificultad para rebasar su posición, normalmente lejos de la zona que debe cuidar (en el primer gol de The Strongest va hacia el lugar por donde corre la pelota, pese a la concentración de varios compañeros, dejando hombres libres en la media luna). Añez, el volante que debe dar equilibrio, es indolente y perezoso. Sus evoluciones con el balón, poco útiles, esconden su deficiente retroceso y pésima ubicación. No solo vuelve mal (tarde y con lentitud), sino que no ocupa el espacio correcto, tomando marcas sueltas o tapando líneas de pese. Su peor faceta estriba en la crónica pereza para tomar un relevo o ir al espacio descubierto (en el primer gol de The Strongest, se lo detecta sin tomar marca alguna y pasivo para ir a la cobertura de Wayar, dejando que sea Osorio quien corra al atigrado). Tampoco Villarroel aporta lo necesario en este apartado, por lo que su inclusión no disminuye el margen de error. Le falta oficio, es cierto, pero es mucho menos indolente que Añez. Lizio no se involucra en nada. Es cierto que nadie le pide que corretee a los adversarios (una cosa es marcar y otra perseguir rivales), pero debe contribuir situándose donde le es útil al equipo: pasar la línea de la pelota para no dar comodidad en salida al contrario. Al dimitir de esa función, los volantes reciben en libertad.

La descompensada presión alta deja espacios entre
líneas y permite múltiples líneas de pase para salir

La insignificante presión colectiva en el centro del campo constituye factor determinante de la sufriente permeabilidad defensiva. Con volantes dispersos y líneas separadas, es complicado patrullar muchos metros. La distancia entre líneas allana la faena de los rivales. Serginho, Osorio y Rodríguez no se inmiscuyen como deberían en la sujeción del equipo, pero más grave resulta la falta de armonización entre la zaga y los centrocampistas. A la espalda de Morales, Añez y Lizzio (u otra composición con Arano y Villarroel) hay un descubierto enorme que deben tapar con dificultad los centrales al quedar demasiado retrasados o deshilachado el dique de contención. Por tanto, los rivales suelen encontrar facilidades para progresar en la parcela roja, sin obstáculos que tapen las lineas de pase o que eliminen receptores (los marcadores flotan zonalmente, sin tomar a nadie). Lo peor, o contradictorio, es cuando el técnico habla de meter presión para recuperar la pelota. Primero, no hay intensidad en las ejecuciones. Los marcadores arriban a la sombra de su marca con posterioridad a la recepción, no antes como para incomodar el control o pretender un robo. Cuando toman una marca van al paso, caminando, no con la voracidad implícita en un juego agresivo. Como el sello de Wilstermann es la pasividad, la intensidad es paquidérmica.

Un elemento que expone el trabajo de Cagna es el burdo intento de aplicar presión alta. Todo ese desconcepto devela ineptitud o desconocimiento. ¿Por qué? Si los atacantes intentar apretar alto, en salida, deben tener el respaldo de las otras líneas, achicando hacia arriba para no dejar espacios abiertos y rivales sueltos. Justo es lo que no hizo Wilstermann en su descompensada presión: apretó con los de arriba, pero con los volantes en la divisoria y la defensa detrás del círculo central. En los intervalos se ofrecían, en libertad, múltiples opciones de descarga, aprovechables con un pase largo que rompía la flaca presión y colocaba gente en ataque con espacio limpio y sin obstáculos.

La derrota ante The Strongest volvió a retratar la calidad de trabajo de los rojos, que han decaído en proporción al grado de dificultad. Por tanto, la evolución referida por Cagna cuando, sumó 15 puntos al hilo, queda en duda y su labor bajo sospecha.

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