Por qué algunos estados árabes-islámicos se desmoronan y regresan a las estructuras tribales
La destrucción en varios países del norte de África crean un escenario peligroso no sólo a nivel regional sino para todo Occidente, especialmente para Europa occidental, Estados Unidos y grandes regiones de América Latina, aunque pareciera no ser un tema de interés para algunos países latinoamericanos
Como sea, el tema no deja de ser en extremo peligroso en materia de terrorismo, narcotráfico, lavado de activos, tráfico de personas y otros varios delitos transnacionales.
Sin embargo, el curso de los hechos no es reciente. Cuando a finales del siglo XX, Occidente festejaba el colapso del sistema comunista, lo que permitió la caída de la tristemente célebre “cortina de hierro”, Samuel Huntington, el último científico político de Harvard, escribió su obra titulada “La tercera ola: democratización a fines del siglo XX”. En ella, el autor destacaba que unos sesenta -nuevos- países se unirían al prestigioso bloque de la libertad. De forma similar, Francis Fukuyama, publicó al mismo tiempo en que se desmoronaba el Muro de Berlín, en libro que a la postre lo convirtió en un referente del pensamiento contemporáneo: “El fin de la historia”.
Fukuyama describió la fuerza de la democracia liberal del siglo XX y la manera aplastante con la que ella se impuso a todas y cada unas de las ideologías en competencia en nuestro tiempo, desde el fascismo al comunismo. Para Fukuyama, el mundo marcharía a la unidad de ideas de verdadero progreso y según su diagnóstico todos los países adoptarían el modelo democrático liberal, lo que daría lugar al final del conflicto ideológico mundial.
No obstante, transcurridos poco más de treinta años, las cosas parecen no haber ido del todo bien. Occidente ha caído en un estado de depresión económica y no ha mostrado contar con ideas para cambiar el rumbo de distintos conflictos que emergieron y se afianzaron. No sólo se esfumó la proyectada convergencia en las ideas para un genuino progreso democrático e institucional que mejorará la vida de los pueblos y sus libertades sino que las propias democracias se han ido alejando cada vez más de lo vislumbrado por ambos autores.
Al respecto, unos meses antes de la pandemia disparada por el Covid-19. La revista alemana Der Spiegel recogió una muy interesante publicación del semanario paulista Veja donde se preguntaba directamente si la democracia como sistema de gobierno estaba viviendo sus últimos días. El interrogante que planteó el semanario Brasilero (evidentemente influenciado por sus problemas internos) era si estamos al borde “de una era posdemocrática”. Los datos de los conflictos que hoy se observan en diferentes latitudes del globo dejan abiertas no pocas dudas al respecto.
El último informe anual que incluye la pandemia del virus Covid-19 realizado en 2020 por Freedom House, una organización con sede en la ciudad de Nueva York, deja ver un escenario poco auspicioso y por demás negativo no solo en Europa occidental, también en países de América Latina, África y Oriente Medio la situación de los derechos humanos empeoró en más de 65 países, lo que marca una tendencia de deterioro sistemático que se ha ido ahondando para ofrecer niveles que muestran sólo al 39% de la población del globo viviendo en condiciones que pueden denominarse de libertades democráticas. Al respecto, en los últimos diez años se han publicado una docena de documentos por parte de ONG´s de diversas partes del mundo que han intentado explicar que sucedió. En esos informes se denuncian aquellos sistemas antidemocráticos que someten a sus pueblos a condiciones de vida paupérrimas como también el reverdecer de grupos relacionados al terrorismo religioso y otros crímenes transnacionales. Varios de ellos ofrecen análisis históricos de la ola anterior del colapso de las democracias, es decir a la década de los años ´30; lo cual no es malo para desandar un camino que facilite la comprensión de las endemias actuales. Los más optimistas esperan que, si es que podemos entender esa ola anti-democrática, tal vez podamos evitar la caída de las democracias de hoy; los pesimistas ya han perdido esa esperanza.
Sin embargo, el modo de operación de los totalitarismos actuales, sean de base ideológica, racista o religiosa, permite observar que en los liderazgos anti-democráticos la primera regla es diseminar “una idea basada en la doctrina de la victimización, la ira y el terror, cuyos fines son generar el miedo para paralizar a las sociedades”. Ese ha sido el pensamiento y actuar básico cuando se trata de apoderarse del sistema democrático y las libertades de los pueblos.
Actualmente muchos colegas y tomadores de decisiones se sorprendieron no sólo por los cambios recientes en la política exterior de los Estados Unidos y su retiro de Afganistán, el que tenia ocurrir, pero de forma organizada y no de la manera caótica en que lo estamos viendo para permitir el regreso del grupo terrorista conocido como el Talibán y también de células de Al-Qaeda. Lo mismo ocurrió en Europa con la salida del Brexit de parte de Gran Bretaña y el consiguiente impacto económico en que derivó. Sobre esto, Thomas Piketty, ya había escrito en 2014 una interesante obra que tituló “El capital en el siglo XXI”. En ese libro, el autor avanzó sobre la exacerbación de la desigualdad política y económica desde principios de los años ´80 en Oriente Medio con el advenimiento de la Revolución Islámica en Irán, y advirtió contra las consecuencias de su profundización, la que tarde o temprano generaría una revuelta por parte de las masas, tal lo que hoy está sucediendo en Irán, Túnez y la región.
La decadencia de los sistemas políticos que restringen las libertades y los derechos de los pueblos ofrecen además datos lamentables e inquietantes en materia de números de suicidios. Por caso, en el mundo árabe, donde las cifras escalaron un 30 % en los últimos veinte años. Según datos de una ONG alemana, entre 2011 y 2020, unos doce mil ciudadanos sirios, iraquíes y libaneses han cometido suicidio agobiados por la falta de libertad, la pobreza y las distintas crisis de violencia armada. También en países como Líbano, la proliferación y el uso de drogas prohibidas alcanzó proporciones no registradas ni en los peores años de la guerra civil libanesa (1975 y 1990).
En Siria, con el estallido del conflicto civil, desde 2011 a la fecha, más de tres mil sirios murieron por sobredosis de drogas ilícitas. Los psiquiatras y médicos han definido esto con una nueva terminología a la que denominan “muertes por desesperación”. Pero el fenómeno no se limita solamente a los países árabes. En la zona de la Unión Europea (UE) se creó una secretaría de salud para coordinar el manejo de la crisis por depresión y consumo de drogas dentro de la UE.
Muchas personas culpan de estos problemas a la globalización. Sin embargo, eso es una causa parcial. Incluso si ella hubiera incrementado las desigualdades económicas un factor más importante fue la crisis financiera de los años 2000, como resultado de esa calamidad millones de personas en el mundo perdieron su trabajo y sus hogares.
Lo concreto, según declaraciones recientes del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, es que en muchos países gobernados por líderes totalitarios o teocráticos, los ricos son mucho más ricos y los pobres son escandalosamente más pobres, y sus niveles de ingresos es peor hoy que hace 30 años. Sobre esto, los psiquiatras señalaron que más que los golpes económicos y la movilidad descendente, un factor clave en las conductas patológicas es la “ansiedad económica de las sociedades”, donde el demérito que entraña descender en la escala social afecta la salud mental de las personas. Así, lo que sucede en Occidente ocurre de forma más grave en otros países. En América Latina, el año pasado en el peor momento de la pandemia del Covid-19, más de un millón de personas huyeron de Venezuela a países vecinos debido a la crisis económica y la amenaza concreta de inanición.
Al mismo tiempo, en Alemania, las explicaciones dadas en 2020 por Angela Merkel de que la tasa de natalidad negativa del país requería un aumento en el tamaño de la fuerza de trabajo no ha tenido resultado positivo. La amenaza implícita en la llegada de inmigrantes se percibe como tangible incluso cuando si tuviera fundamento con la realidad de la lucha contra el terrorismo. Europa recibió millones de inmigrantes musulmanes en los últimos veinte años, se habló de una “ola musulmana”. Una encuesta realizada entre los polacos reveló que la mayoría de ellos creía que no menos de dos millones de musulmanes habían invadido su país. Problemas como estos generan inexorablemente la ansiedad sobre la pérdida de identidad nacional y abren puertas al retorno del nacionalismo cerrado en lugar de las ideas liberales y al mismo tiempo dan lugar al tribalismo y el fortalecimiento de la religión. El crecimiento de esa tendencia y los partidos de extrema derecha muestran que tal situación es la que generó el fracaso del multiculturalismo que pregonaba Europa.
En Turquía, la población rural allanó el camino a la presidencia de Recep Tayyip Erdogan y consolidó su gobierno. Así, los habitantes de las regiones rurales de Turquía expulsaron a los liberales y llevaron a los islamistas al poder. El caso de Erdogan es el ejemplo mejor acabado de cómo un país con un sistema de partidos predominantemente nacionalistas que no habían eliminado las ideas democráticas regresó sin escalas a una autocracia populista-religiosa.
La esencia del populismo es la afirmación de que los políticos corruptos deben ser reemplazados por un líder fuerte que represente a las personas con su sola voluntad. El hecho de que en la mayoría de los casos estos líderes populistas sean demagogos no viene al caso. Esto es lo que sucede en Turquía y varios otros países de Oriente Medio, también en algunos de Europa del Este y en América Latina.
Cumplir fielmente la letra de la ley no puede por sí solo preservar la democracia, a través de la historia muchos regímenes autoritarios también alcanzaron el poder en elecciones democráticas. En los sistemas de gobierno totalitarios, la mayoría ignora la opinión de la minoría y califica a sus rivales políticos de traidores y enemigos. Esa distorsión que caracteriza a los regímenes totalitarios o teocráticos hace también que ignoren el principio de igualdad ante la ley. Por ello, no es coincidencia que los primeros que han empezado a desintegrarse sean estados endebles, sectarios y tribales.