Messi desata la locura en París

La llegada del crack provoca la apoteosis en la capital francesa y la más absoluta tristeza en Barcelona. La afición del PSG tomó el aeropuerto, el hospital y el hotel.

Santi Giménez
As
París es una fiesta y Barcelona un funeral. Ambas realidades se desataron ayer de la manera más desorbitada cuando sobre las cuatro de la tarde Messi aterrizó en el aeropuerto de vuelos privados de París-Le Bourget y saludó a la muchedumbre que le esperaba sonriente y con una camiseta blanca donde se leía "Ici c'est Paris" (aquí es París) que se había enfundado nada más aterrizar. Ese fue el momento que desató la euforia en la capital francesa y la dolorosa constatación del fracaso más inexplicable de la historia reciente del Barcelona. La alegría del PSG sólo era comparable al dolor de los barcelonistas. Para unos empieza un sueño, para los culés se inicia una pesadilla.

Si la imagen de ver a Messi feliz y sorprendido por la multitud que le vitoreaba como a un liberador en el aeropuerto, en el Parque de los Príncipes, en la clínica donde pasó el reconocimiento médico y en la puerta del hotel donde vive desde anoche es dura para los culés, lo peor llegará hoy a las once de la mañana cuando sea presentado en el estadio con toda la pompa que pueda ser capaz de perpetrar el club parisino, que ya ha demostrado sobradamente que no regatea ni esfuerzos ni dinero para evidenciar su poderío, al menos en los despachos y el mercado. Sobre el campo es otra cosa. Por eso han aprovechado el caos de un Barça arruinado para conseguir finalmente la bomba de neutrones con la que tanto soñaban.

La noche del lunes fue el empujón necesario para concretar la operación. En la oficina de Jorge Messi en Barcelona se trabajó hasta altas horas repasando los borradores de contrato que enviaban los abogados franceses. El PSG tenía mucha prisa y no lo disimulaba, parecía que el argentino no quería correr tanto. Ya había dejado claro que no iba a viajar a París hasta que no estuviera el acuerdo cerrado. No se movería para negociar. Pero a media mañana del martes se llegó al final de las negociaciones. No esperaron y en cuanto estuvo todo acordado Messi y su familia partieron para coger su vuelo privado con destino a Francia, donde llegó sobre las cuatro de la tarde.

El éxtasis entre los aficionados parisinos se desató. Llevaban tiempo celebrándolo, porque desde el jueves pasado, cuando el Barça comunicó que era incapaz de retener a Leo, el final de la historia estaba más que cantado. Pero nada como ver el sueño hecho realidad. El Dios hecho carne estaba en París en camiseta.

Nada más llegar, Messi se dirigió al American Hospital, donde ya entró luciendo una mascarilla azulgrana, los colores del París Saint-Germain. Como no podía ser de otra forma, en el hospital, cientos de seguidores coreaban su nombre.

También había jarana en la puerta del Parque de los Príncipes donde se coreaba el nombre del astro y se gritaba "Puta Barça" con ganas mientras se sucedían las carreras a cada falsa alarma de una posible llegada del argentino a su nuevo terreno de juego.

El estadio, fuertemente tomado por un dispositivo policial que nada tenía que envidiar al de los días de partido, tenía cercada la zona próxima al recinto y alguna calles estaban cortadas. No tardará en darse cuenta la familia Messi que esto no es Castelldefels, donde podían ir tranquilamente al súper como cualquier vecino. Allá eran parte del paisaje, aquí son ya monumento nacional.

Para muestra, la multitud agolpada a la puerta de su nueva casa, el Hotel Le Royal Monceau, cercano al Arco del Triunfo, nada más apropiado para el jugador argentino y para las esperanzas que están depositadas en él por parte de un club que por fin ayer pudo celebrar su apoteosis, mientras en Barcelona, los culés comienzan a pasar un duro duelo de consecuencias insospechadas.


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