La Bombonera ya los habría echado: Boca perdió otra vez
Boca volvió a perder y profundiza su caída. Jugadores que no están a la altura, un técnico que hace rato perdió el rumbo y una dirigencia que destruyó un plantel para armar uno peor. ¿Quién se hubiera salvado con gente en los estadios?
Con un solo partido ganado de los últimos 16, con 703 minutos sin goles de jugadores propios (la racha se cortó a los 599 con un gol en contra de Torrén), entre los últimos lugares del torneo, eliminado de la actual Copa Libertadores en octavos de final y sin clasificación asegurada a la próxima -aunque falte mucho-, jugando cada vez peor y sin señales de mejoría a la vista, se hace difícil imaginar a Russo en su cargo porque el técnico siempre es el fusible. La gente habría hecho lo que el Consejo no se atrevió a hacer y le habría marcado la salida sin diplomacia. Probablemente mucho antes de las eliminaciones a River.
El técnico de Boca no es el responsable de todo lo que pasa y
hasta podría aceptársele el rol de querellante contra una dirigencia que
le empobreció el plantel descaradamente, en un plan de destrucción
imposible de justificar, pero sí es el culpable de que el equipo juegue
tan mal. Que no se le caiga una idea. Que no pueda armar una jugada
colectiva. Que se despida otra vez sin haber pateado al arco. Que sea
tan abúlico, tan aburrido, tan previsible, tan feo de ver, tan
insufrible.
No está claro qué hace Boca en la cancha cuando pone tres centrales para liberar a los laterales y no hay a quién tirarle un centro. No se entiende por qué es incapaz de construir fútbol ni por qué juega a destruir lo que intenta el rival para alimentarse de sus errores como un parásito. El mecanismo es corte y salida rápida, sin elaboración, como si pudiera saltearse ese paso e ir directamente a los bifes. Durante un tiempo lo hizo, basado en la lámpara de algún genio suelto (Tevez principalmente, Cardona ocasionalmente) o en tipos que ni siquiera necesitaban de una jugada de peligro para hacer un gol: ellos mismos transformaban la nada en un grito (Benedetto, Wanchope). Antes, Boca resolvía la carencia de juego con la jerarquía de sus hombres. Hoy, esa jerarquía desapareció. Pero seguramente muchos técnicos de esta liga harían jugar a Boca mejor de lo que lo hace Russo. Que el mejor fútbol del equipo en el torneo se haya visto el día que los suplentes de la Reserva empataron con Banfield es toda una definición. Que contra Estudiantes, ya 0-1, Miguel haya hecho un solo cambio (Aaron Molinas por el Pulpo González), habla de un hombre que perdió el norte, el orgullo, hasta la sangre que se necesita para estar sentado en ese banco, más allá de que él asegure que todavía le vibra el corazón.
Pero claro. En un punto, Russo es Fabiola. Porque la realidad es que hay responsables por encima de su cabeza y no está claro qué hace Boca fuera de la cancha, con su política. De pronto, la apuesta es a los pibes, que son los que sienten la camiseta del club y los que van a marcar el rumbo de la recuperación. De pronto, también, no quedan ni rastros de la MVA (Medina-Varela-Almendra) y no hay un solo pibe en la formación titular. Hay que sacar todo lo que huela a Madrid, pero lo que viene es peor (o directamente nada). Esa es toda del Consejo: negligencia para negociar, incapacidad para generar recursos, creación de un clima tenso, autoritarismo con unos y falta de autoridad con otros, soberbia para manejarse. Resultado: este Boca pobre en resultados, en juego, en nombres, en perspectiva. Un Boca sin rumbo. Sin presente y sin futuro. Un Boca que se comió en dos partidos la épica de eliminar a River. Porque Boca es mucho más grande que eso: que una eliminación, que un partido, que River. A Boca no le alcanza con eso. Lástima que tenga que pegarse estos golpes para darse cuenta.