Historia de dos frustraciones
Mientras París espera en éxtasis la llegada de Messi, Laporta y el jugador se sienten impotentes en la resaca de su día más duro. Uno no pudo aligerar la plantilla y el otro sigue absolutamente decepcionado.
Mientras los aficionados del PSG hacían guardia en los aeropuertos de la capital francesa y en la puerta del Parque de los Príncipes y Leo seguía en su domicilio de Castelldefels revisando el proyecto de contrato que le ha hecho llegar el conjunto parisino, el barcelonismo sigue preguntándose como ha sido posible llegar hasta este punto. Una pregunta y un sentimiento que comparten los dos principales actores de esta trama: Laporta y Messi.
Para entender lo que ha pasado este fin de semana y que ha derivado en uno de los fracasos más rotundos e inexplicables de la historia del Barça hay que remontarse, obviamente, a la gestión de Bartomeu, que ha dejado al club a las puertas de la quiebra. De hecho, para muchos economistas si en vez de estar hablando de un club de fútbol estuviésemos hablando de una empresa al uso, ya habría cerrado. Pero además de la herencia “nefasta y calamitosa” de la anterior junta como la definió Laporta hay también que remontarse a la madrugada del 17 de marzo pasado.
Esa noche, en una notaría de la Diagonal de Barcelona Laporta lograba el aval que le permitía ser presidente a las 2.52 horas, después de la renuncia de Jaume Giró, hombre fuerte de su candidatura en la parcela económica, que fue sustituido in extremis por Eduard Romeu, de la empresa Audax de José Elías, que apareció como salvador del proyecto.
Audax y Elías aportaron el dinero para avalar que muchos directivos electos no podían aportar y su monitorización de las cuentas está más allá de los sentimientos.
Esta situación, avalada por la rigidez de Ferran Reverter, nuevo CEO del club, se unió a la incapacidad para aligerar masa salarial. Desde el club reconocen que Laporta admite que no ha logrado ni vender a grandes nombres ni que muchos jugadores consagrados se bajaran el sueldo. Una impotencia y frustración que coincide con el sentimiento del jugador, al que París espera, pero no entiende nada