Wilstermann: La ironía de las calamidades autoinferidas

José Vladimir Nogales
JNN Digital
La goleada sufrida por Wilstermann en su visita a Bolívar (4-0) acentúa el naufragio de un equipo rengo, futbolísticamente descompensado, tácticamente desorientado, sin recursos y terriblemente desjerarquizado. La purga aplicada por la dirigencia (para fracturar roscas y aliviar una planilla desmesurada) resultó más tóxica que balsámica, porque al desmontar las presuntas camarillas erosionó la calidad competitiva del equipo, pero sin que las incorporaciones compensasen mínimamente la magnitud de lo perdido. La confección de la nueva plantilla fue tan burda que sólo incidió en lo cuantitativo, pasando por alto la competitividad resignada. Y lo peor, sin reducir drásticamente la planilla. Es decir, se infectó de mediocridad casi al mismo costo del plantel que se desmanteló. Por si fuera poco, el diagnóstico de las necesidades fue tan desacertado que descuadernó toda la planificación.


Y esa deficiente planificación se advierte al fichar futbolistas (especialmente Luis Vargas) que vinieron a reforzar posiciones que estaban desguarnecidas, mientras otras, como el puesto de arquero (cuatro en nómina) o extremo, rebosan de efectivos. En otras demarcaciones, como el centro del ataque o la defensa central, las necesidades fueron obviadas. Peor aún, hubo un masivo despido de laterales pese a no disponer de reemplazos. Ahora que no existe personal disponible, todo se improvisa. Soria, principal responsable del desaguisado que la dirigencia le permitió, solía sugerir que hizo lo que pudo con lo que tenía, pero olvidó que tuvo la ocasión de marcar otro estilo durante el mercado de fichajes, de comprar mejor y no sólo cantidad. 

Si no acertó con las contrataciones, Soria tampoco dio con el fútbol. El equipo, desde entonces, está repleto de cabos sueltos y fue su falta de empaque la que le hizo perder el rumbo. Dicho de otra forma: Wilstermann no es dueño de su destino. Está demasiado expuesto a los achaques propios y al talento ajeno. No es un transatlántico, es un barco en medio del océano.

Cagna, recuperado del retiro jubilatorio, no fue solución. A la realidad que encontró, sin recursos para edificar una utópica resurrección, agregó su propia incompetencia. Su mano no se advierte en un equipo tan desnortado como al principio, que viaja con la inercia del juego retorcido que Soria intentó imponer y que ahora no ha conseguido reconducir. Le falta capacidad y autocrítica. Sus planteamientos son, muchas veces, disparatados, como retomar el fallido algoritmo de la cuestionada línea de tres en un duelo de alto voltaje con Bolívar. Fue visible la falta de trabajo para un planteamiento que requiere práctica, familiaridad y automatismos. Obviamente, para ese esquema se necesita los intérpretes correctos. Y no los tiene. Reyes, en un pobrísimo nivel, empeora a una defensa que es incapaz de sostenerse sola como para cuidarse de los destrozos de uno de sus componentes. Echeverría, convertido en alma de la defensa por su energía y aplomo, tampoco es un prodigio de colocación ni una solución cuando se le plantan en duelos de uno contra uno. Lo poco certero que es en los cierres esterilizan su ímpetu, sale como tractor y no resuelve nada. Muchas veces se lo ve lejos de su posición, corriendo a sofocar un incendio que no logrará apagar. Y si la zaga central es de plastilina, los laterales improvisados agudizan el drama de una línea que no encuentra estabilidad posicional y, menos aún, funcional. El desfile de nombres en la composición de la zaga (Coimbra, Reyes, Ortiz, Echeverría, Meleán, Fernández, Ballivián, Villarroel, Pérez) delata su estado calamitoso y la enorme dificultad para encontrar intérpretes que se asimilen y ofrezcan confiabilidad. 

Sin embargo, lo que agrava la precariedad de una vulnerable línea defensiva es la aberrante ausencia de marca en mitad de campo. Ningún equipo puede permitirse prescindir de un medio centro de corte, sin sufrir serias consecuencias. Y este escuálido Wilstermann se da ese "lujo". Rodrigo Morales ocupa, nominalmente, esa posición, pero ni remotamente cumple la tarea. Carece de sentido de ubicación. Nunca está donde demanda la jugada, delante de los centrales y cuidando los flancos para tirar relevos. Se estaciona donde sea, normalmente donde no debe, lejos de todo, como ajeno a la jugada y a su función. No tiene quite (lo rebasan con amagues simples), no es una roca que corta circuitos (parece un vulgar cono), no escalona la marca (mira de lejos) y, lo peor, camina, vigila, no se compromete, no se involucra en jugadas que reclaman su concurso. Añez, de mayor despliegue y mejor manejo de pelota, agudiza ese mayúsculo déficit con retrocesos alocados, sin guardar posición. Tampoco tiene noción de marca, es decir tener claro a quién cuidar en determinado momento. Añez retrocede para correr detrás del balón, como niño de kinder. Al menos corre, Morales disfruta del trágico paisaje. Lo curioso, o sospechoso, es que sea inamovible en las alineaciones. O los técnicos ven en él virtudes indetectables para el común de los mortales -que no se plasman en el mundo tangible- o es pieza de alguna trama oscura. Lo terrible, sea la miopía del técnico o el peso de alguna orden, es que su inserción en el esquema conspira contra la salud de un equipo enfermo.

En el segundo gol de la goleada de Bolívar pueden apreciarse muchas de las calamidades defensivas de los rojos.


Echeverría, que va a la marca de Fernández, no impide el envío hacia el área, donde se observa un peligroso espacio vacío delante de defensas que marcan en zona. Los volantes Añez y Morales -que debían ocupar ese lugar-, observan con indolencia, sin tomar una posición defensiva.


Ramos escapa a la floja marca de Meleán y descarga sobre la posición de Miranda, que se desprende del distraido cuidado de Olivares. Añez, que flota sin comprometerse en la marca, ve el peligro e intenta llegar, pero es tarde.


Miranda busca la descarga de Ramos y prepara el disparo. Añez llegó tarde a la jugada, Morales ni se aproxima a la acción para tratar de impedir el disparo del atacante.


Olivares no evita el disparo de Miranda, Morales observa el desenlace sin, tan siquiera, intentar algo. Su parsimonia e indolencia, además de su flagrante ineptitud, es causa de muchos males en Wilstermann, que técnico y dirigentes ni intentan solucionar. Algo podrido hay detrás de su recurrente titularidad.




Entradas populares