Así no se puede: el picadero y las siestas de Fabra
Boca intentó asomar la cabeza afuera del agua y ganó uno pudiendo perder los tres.
OléVeintidós personas revolcándose en el barro detrás de una pelota que no rueda ni pica puede ser cualquier cosa, menos un partido de fútbol. Increíblemente, lo que sucedió en ese picadero que fue la Bombonera es considerado por la burocracia de la LPF como un partido en el que se disputaban puntos y, por lo tanto, se los ganaba o se los perdía.
Boca ganó uno pudiendo perder los tres por un tiro libre extraordinario de Carabajal que pegó en un ángulo y derivó en esa zona liberada en la que, generalmente, se convierte el palo sobre el que duerme sus siestas Fabra.
Es posible (no me quedó mucha memoria de los chapoteos previos) que hasta ese momento no haya pasado nada. Se jugaba con una pelota de plomo, y si los jugadores de los dos equipos estaban inspirados o decadentes, nunca podremos saberlo. Lo que sabemos se deduce de lo que vimos: choques, fricciones y llegadas a destiempo a cambio de soñar con el imposible de dar dos pases seguidos, si no uno.
Menos propensos a ver juego bonito que a dedicarnos a estudiar los regímenes de lluvia en la zona del Riachuelo durante el invierno, o a probar suerte con la ingeniería hidráulica especializada en drenaje, imaginamos que como la mitad de la cancha que da a la Casa Amarilla (hacia la que atacó Argentinos en el primer tiempo) era la más anegada, la suerte del ataque de Boca cambiaría al darse vuelta la tortilla. Error.
Si bien, Boca intentó asomar la cabeza afuera del agua, también le costó mucho la salida seca y garantizarse la seguridad de un primer pase ofensivo. Conclusión: si Torrent no hubiese puesto su cabeza goleadora entre el tirio libre de Cardona y la red, en este momento estaríamos todavía más amargados.