Máximo castigo España ante Italia
Italia logró el pase a la final en la tanda de penaltis tras los fallos de Morata y Olmo. La Roja hizo un gran partido, pero faltó acierto.
Si los himnos marcan goles, entonces Italia vencía por 1-0 antes siquiera de que el balón echara a rodar. ¡Qué manera de cantarlo la de los azzurri! Pero los himnos, más allá de su drama (“estamos preparados para la muerte”, dice el italiano; “juremos con gloria morir” el argentino, o “¡a las armas, ciudadanos!”, el francés...), no ganan partidos. Luis Enrique pretendió pillar a Mancini con el pie cambiado. Ninguna de las alineaciones pronosticadas en webs de medio mundo acertó con el once. Laporte volvía a jugar como central izquierdo, mientras que Eric Garcia suplía a Pau Torres. El sorpresón llegaba arriba, donde ni Morata ni Gerard eran titulares. Tal honor correspondió a Oyarzabal en un intento de Luis Enrique por sacar a Chiellini y Bonucci de su zona de confort.
Y lo cierto es que ese cambio de cromos desconcertó a la defensa italiana. Pedri alternaba el tempo de cada ataque (ahora lento, ahora rápido) y Olmo, Oyarzabal y Ferran se erigían en sus mejores socios. A Italia se la notaba incómoda. ¿La mejor noticia al paso por el minuto 20? Ni rastro de Chiesa, Immobile e Insigne. ¿El susto que llegó un minuto después? Una contra italiana con salida en falso de Unai Simón que a punto estuvo de dibujar el 1-0 en el marcador. Afortunadamente, Barella no anduvo fino.
Por fuera estaba el camino, con Ferran y Olmo. Por dentro era misión imposible abrir el muro en el que Chiellini ejerce de pilar con tantas batallas a sus espaldas. Difícil ganarle en el cuerpo a cuerpo. Me da que el de la Juve incluso le suelta algún que otro codazo a su mujer en plena madrugada... En el 25’ llegó la ocasión más clara de España en un doble remate de Olmo que primero se topó con las piernas de un rival y después con los brazos de Donnarumma.
La llave que abría todas las puertas era Olmo. Bonucci no podía ir detrás de él, pero tampoco se atrevía a hacerlo Jorginho para no dejar desnudo su centro del campo. El delantero del Leipzig era un jeroglífico que los internacionales italianos se veían incapaces de descifrar. Pero ni siquiera en el vestuario se encontraba la solución, pues la segunda parte se inició bajo el mismo patrón.
El peligro de Italia llegaba en las contras, como la que finalizó Chiesa en el 52’ con un remate que detuvo Unai. Mancini lo tenía claro, pues refugiaba al equipo en un 4-5-1 con Immobile en punta. El partido estaba en ese momento en el que amenaza con romperse, con las fuerzas escasas y el rigor táctico en entredicho. Un paisaje en el que Italia florece bien. Y así lo hizo. Un balón perdido, un toque al hueco de Insigne a Chiesa quien, tras un despeje desafortunado, supo dar con una rosca que acabó en gol. La reacción fue buena e inmediata. En el 64’ un pase con tiralíneas de Koke no fue rematado por Oyarzabal, que incomprensiblemente no acertó a cabecear cuando muchos ya cantaban el gol. Tampoco encontró portería un disparo de Olmo en el 66’. Por entonces ya estaba Morata en el campo (suplió a Ferran), mientras que poco después entró Gerard Moreno (por Oyarzabal). A España no le quedaba más remedio que jugársela en ataque aun a riesgo de que una contra italiana cerrara el partido.
Y como el fútbol es de valientes, recompensó a la Selección. Justo cuando el piso picaba hacia arriba como ese Mont Ventoux que hoy aguarda a los ciclistas del Tour, Morata inició una carrera que alguno pensaría suicida. Nada de eso. El madrileño condujo el balón como si no hubiera mañana, hizo la pared con Olmo (pletórico en todo y también en ese pase) y remató con su zurda junto a la cepa del poste derecho de Donnarumma. Gol. Más que eso, golazo. Y una puerta a una prórroga que tenía en vilo a dos países. España confiaba en aprovechar la inercia de ese tanto con el que Morata se convertía en el máximo goleador español en la historia de la Eurocopa: seis, por los cinco de Fernando Torres. Pero ese viento de cola no llegó. Y cuando lo hizo, faltó acierto. Ni siquiera en una carambola tras una falta sacada con todo el picante por Olmo que deparó el doble remate de Morata y Busquets. La Roja no dejó de intentarlo ante una Italia que lo apostaba todo al islote de Belotti en ataque. Fue inútil. El partido ya tenía la palabra penalti escrita en la frente. Lamentablemente, escrita en blanco, rojo y verde. Olmo y Morata, tremendos antes de llegar a esa lotería, fallaron y Jorginho certificó con su acierto el pase de Italia a la final. Otra vez será.