La literatura, la ceguera, la democracia, el amor, el feminismo: las opiniones contundentes de Jorge Luis Borges

A lo largo de su vida, extensa y marcada por la fama, el escritor dio numerosas entrevistas, en las cuales solía volver a algunos temas queridos para él: la literatura como destino, la amistad, el amor, el anarquismo, el pudor

Creo que mi padre hizo que se cumpliera en mí el destino que no pudo cumplirse en él, el destino de escritor. Y mi padre me franqueó su biblioteca, una biblioteca en su mayor parte de libros ingleses, y yo me eduqué en esa biblioteca. Mi infancia son recuerdos de Las mil y una noches, del Quijote, de los cuentos de Wells, de la Biblia inglesa, de Kipling, de Stevenson.


Mi memoria alcanza a los cuatro años, y yo estaba leyendo y ya escribiendo. Si me hubieran dicho que leer y escribir eran cualidades innatas, yo lo habría creído.

Siempre he sentido que mi destino era ante todo un destino literario, es decir que me sucederían muchas cosas, muchas cosas malas y algunas cosas buenas, pero yo siempre sabía que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, que trataría de transmutar todo en palabras. Sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin.

Yo me vi nombrado director de la Biblioteca [Nacional] y volví a aquella casa del barrio de Monserrat, del barrio sur, del cual tenía tantos recuerdos. Pero yo jamás había soñado con la posibilidad de ser director de la biblioteca. Yo tenía recuerdos de otro orden. Yo iba con mi padre, de noche; mi padre, que era profesor de psicología, pedía algún libro de Bergson o de William James, que eran sus autores preferidos, o de Gustav Spiller. Y yo, demasiado tímido para pedir un libro, buscaba algún volumen de la Enciclopædia Britannica o de las enciclopedias alemanas de Brockhaus o de Meyer, el Konversations-Lexikon creo que se llama en alemán. Buscaba un volumen al azar, lo sacaba de los anaqueles laterales, y lo leía.

"Mi infancia son recuerdos de Las mil y una noches, del Quijote, de los cuentos de Wells, de la Biblia inglesa, de Kipling, de Stevenson".
"Mi infancia son recuerdos de Las mil y una noches, del Quijote, de los cuentos de Wells, de la Biblia inglesa, de Kipling, de Stevenson".

El paraíso

Yo siempre me había imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca. Otras personas piensan en un jardín, otras personas pueden pensar en un palacio; yo siempre me he imaginado el paraíso, mi paraíso personal, como una biblioteca.

Trabajo de tiempo completo

La tarea de ser poeta no es una tarea que se cumple con un determinado horario: nadie es poeta, digamos, de 8 a 12 y de 2 a 6. Quien es poeta, es poeta continuamente, se ve asaltado por la poesía continuamente, de igual modo que un pintor —supongo yo— siente que las formas y los colores están asediándolo, o que un músico siente que el extraño mundo de los sonidos, el mundo más extraño del arte, está buscándolo siempre; que hay melodías, por qué no discordias también, que lo buscan.

Uno continuamente está recibiendo algo del mundo externo, y todo eso tiene que ser transmutado, y será eventualmente transmutado, y en cualquier momento puede llegar esa revelación. El poeta no descansa.

La ceguera

Mi caso no es especialmente dramático. Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista. Entonces se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, no hubo un momento dramático: fue un lento crepúsculo.

Yo perdí mi vista de lector el año que me hicieron director de la Biblioteca Nacional, el año 1955. Ya cuando fui director de la biblioteca podía apenas descifrar los lomos y las carátulas, y ya después ni eso. Luego mis amigos se quedaron sin cara, los libros se quedaron sin letras, y yo comprobé, como dije en un poema, que “no hay nadie en el espejo”.

"Yo perdí mi vista de lector el año que me hicieron director de la Biblioteca Nacional, el año 1955".
"Yo perdí mi vista de lector el año que me hicieron director de la Biblioteca Nacional, el año 1955".

Y ahí estaba yo, y era de algún modo el centro, de 900.000 libros en tantos idiomas. Entonces escribía ese poema titulado “Poema de los dones”, que empieza así: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”. Esos dos dones que se contradicen: muchos libros y al mismo tiempo la noche, la incapacidad de verlos.

Ya que he perdido el querido mundo de las apariencias, debo crear otra cosa.

Cuando yo era chico me pasaba las horas ante los barrotes de las jaulas de los tigres en el Jardín Zoológico, porque estaba fascinado por el pelaje amarillo de los tigres. Y ahora el amarillo es el único color que me queda. Así que de algún modo se ha cerrado el ciclo. Por eso llamé al libro El oro de los tigres. Porque yo empecé visualmente por el amarillo y ahora es el único color que veo.

Yo creo que la ceguera no debe verse con patetismo. La ceguera debe verse como un modo de vida, uno de los estilos de vida de los hombres. Ser ciego es como no serlo; es un modo de vivir y debe aceptarse así, y tiene también sus ventajas.

Borges, feminista

Leí en la biografía de Milton, por el Doctor Johnson, que él podía guardar creo que centenares de versos en la memoria y luego aprovechaba alguna visita para aligerarse de ellos. A las hijas no. Las hijas de Milton no sabían leer ni escribir. Qué curioso que él, que era maestro, no les hubiera enseñado a leer a sus hijas. Una idea absurda. Yo, desde luego, quiero aclarar que soy feminista. Lo más absurdo es que diferencien.

"Yo, desde luego, quiero aclarar que soy feminista. Lo más absurdo es que diferencien". (Tono Gil/EFE)
"Yo, desde luego, quiero aclarar que soy feminista. Lo más absurdo es que diferencien". (Tono Gil/EFE)

Democracia

Es un abuso de la estadística, nada más. Pero posiblemente al decir eso hablo como argentino: no creo en la posibilidad de una democracia argentina. Posiblemente en otros países puede haber una democracia, y la hay, desde luego, en muchos.

Un vicio

He contraído el vicio de vivir. En cualquier momento puedo cesar, y tengo la esperanza de cesar.

La felicidad

Yo creo ser más feliz ahora que cuando era joven. Pero cuando era joven yo trataba de ser desdichado. No sé, esa tradición romántica que se impone a los jóvenes. Cuando yo era joven yo quería ser el príncipe Hamlet, o Lord Byron o algún personaje de novela rusa. Ahora me he resignado a ser meramente Borges.

Cada mañana cuando me despierto pienso “¿Qué va a suceder hoy?” y esa pequeña curiosidad basta para mantenerme durante el día.

La amistad y el amor

La amistad no necesita frecuencia, el amor sí. La amistad puede prescindir de la frecuencia, o de la frecuentación. En cambio el amor, no, está lleno de ansiedades y de dudas; un día de ausencia puede ser terrible. Pero yo tengo amigos íntimos a los que veo tres o cuatro veces al año, y a otros ya no los veo porque ya se han muerto. Por ejemplo, con Bioy Casares nos veremos tres o cuatro veces al año, quizá, y somos íntimos amigos.

"Yo creo ser más feliz ahora que cuando era joven. Pero cuando era joven yo trataba de ser desdichado. No sé, esa tradición romántica que se impone a los jóvenes". (Caio Goldin)
"Yo creo ser más feliz ahora que cuando era joven. Pero cuando era joven yo trataba de ser desdichado. No sé, esa tradición romántica que se impone a los jóvenes". (Caio Goldin)

Escribir

Esencialmente yo soy el que era cuando publiqué mi primer libro, Fervor de Buenos Aires, en 1923. Y creo que en ese primer libro está todo lo que yo haría después, salvo que está entre líneas, es solo para mí. Como una escritura secreta que está entre las líneas de la escritura pública. Pero ahí está todo. Salvo que nadie puede verlo sino yo. Lo que he hecho después es reescribir ese primer libro, que no tiene mayor valor pero que luego ha ido dilatándose, ha ido ramificándose, enriqueciéndose, y creo que ahora puedo jactarme de haber escrito algunas páginas válidas, uno que otro poema, y ¿qué más puede querer un escritor?

Cuando yo escribo lo hago urgido por una necesidad íntima. Pero yo no pienso en un público selecto o en un público de multitudes: pienso en expresar lo que yo quiero decir, y trato de hacerlo del modo más sencillo posible, con las palabras habituales.

Ahora tengo en mente un cuento fantástico que puede ser el mejor de todos. Pero no voy a revelar nada. Si uno cuenta demasiado las cosas, no las escribe.

Yo no sé al principio si eso que entreveo será prosa o será verso. Eso viene después.

La primera revelación que yo recibo es la del principio y la del fin. Lo que yo tengo que inventar o descubrir —dos palabras que prácticamente son iguales— es qué sucede entre el principio y el fin. Pero siempre sé el principio y el fin. Hay otros escritores que solo saben el principio.

Yo creo que la emoción es necesaria para la creación estética. Si una persona escribe en frío, no puede hacerlo. Es absurdo suponer que puedan fabricarse poemas. El resultado puede parecer una fabricación, pero si no hay emoción es imposible escribir. Y uno no necesitaría escribir tampoco. Yo escribo para desahogarme.

"La amistad puede prescindir de la frecuencia, o de la frecuentación. En cambio el amor, no, está lleno de ansiedades y de dudas; un día de ausencia puede ser terrible".
"La amistad puede prescindir de la frecuencia, o de la frecuentación. En cambio el amor, no, está lleno de ansiedades y de dudas; un día de ausencia puede ser terrible".

Yo no concibo que se escriba sin emoción. Lo demás es suponer que la literatura es un juego de palabras.

Prefiero las obras ajenas: las he leído muchas veces. En cambio lo que he escrito lo he escrito una vez, he tratado de corregirlo y luego lo he dejado atrás. Alfonso Reyes me dijo: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo borradores, para librarnos de un texto”, y así es.

Una idea

Es una de las pocas ideas que he tenido en mi vida. Esa idea de algo prodigioso que finalmente resulta atroz o enloquecedor. Y yo he estado reescribiendo ese cuento. La primera forma fue quizá la mejor: “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius”; la segunda, “El Zahir”, una moneda de veinte centavos inolvidable; y después vendrían otras. Y he escrito varios cuentos con el mismo argumento esencial.

La fama

Ser famoso me parece que es un error, todo eso pertenece a lo ilusorio de la vida. Lo que decía Kipling: el fracaso y el éxito son dos impostores, no tienen importancia. Hay que saber enfrentarse con ellos, no tienen importancia. Nadie fracasa tanto ni nadie tiene tanto éxito.

Si un poeta logra sobrevivir en una línea ya con eso está, puede darse por satisfecho: todo lo demás han sido borradores de esa única línea necesaria. Y si esa línea llega a ser parte del lenguaje —el castellano, en mi caso— y se olvida que lo escribió un poeta sudamericano que nació en el centro de Buenos Aires en 1899, tanto mejor. Yo aspiro a ser anónimo, la forma máxima de la gloria.

Pudoroso

¿Yo escribí eso? Caramba, no está mal.

"Ser famoso me parece que es un error, todo eso pertenece a lo ilusorio de la vida. Nadie fracasa tanto ni nadie tiene tanto éxito". (AP)
"Ser famoso me parece que es un error, todo eso pertenece a lo ilusorio de la vida. Nadie fracasa tanto ni nadie tiene tanto éxito". (AP)

Las obras completas fueron hechas para excluir ciertas obras. Mi ánimo no fue incluir nada sino que excluyeran todo lo que yo he escrito, que se vendieran como un cuaderno en blanco, pero los editores no estuvieron de acuerdo conmigo. A mí no me gusta lo que yo he escrito.

Yo, felizmente, me olvido de Borges y me acuerdo de Virgilio.

Pero usted no me diga “maestro”, no soy maestro de nadie. Suelo llamarme Borges. Dígame Borges.

El Borges oral, como ustedes comprueban, es muy tartamudo, muy imperfecto. Yo quisiera que el Borges escrito fuera menos gárrulo, menos palabrero, más sencillo.

Soy desagradablemente sentimental. Soy un hombre muy sensible. Cuando escribo trato de tener cierto pudor, y como escribo por medio de símbolos y nunca me confieso directamente, la gente supone que esa álgebra corresponde a una frialdad. Pero no es así. Al contrario. Esa álgebra es una forma de pudor y de emoción.

Los años del peronismo

Me nombraron inspector municipal para la venta de aves y huevos en los mercados. Yo entendí que era un modo de decirme que renunciara, ¿no? Mi competencia en materia de aves y huevos es nula. Me pareció muy raro que honraran a un escritor con ese cargo tan extraordinario. Fue una de las bromas de aquella época.

Durante la dictadura, todo el mundo sabía de qué lado estaba yo, tanto es así que el gobierno de la Revolución Libertadora me hizo director de la Biblioteca Nacional.

Yo no siento odio. Bueno, si pienso en dos dictadores de mi país… Trato de no pensar en ellos. En Rosas y en el otro. Eso puede ser una forma de odio, ¿no?, tratar de olvidar. Mejor eso que abundar en vituperios.

Borges (izq.) con amigos, en Mar del Plata, 1935: Victoria Ocampo a su lado, Adolfo Bioy Casares y Josefina Dorado, prima de V.O.
Borges (izq.) con amigos, en Mar del Plata, 1935: Victoria Ocampo a su lado, Adolfo Bioy Casares y Josefina Dorado, prima de V.O.

Borges personaje

He creado un personaje, para mi mal, y ese personaje se llama Borges. Pero en mis cuentos yo tengo la impresión de que no hay personajes. Se entiende que soy yo, ligeramente disfrazado, o quizá casi sin disfraz. Porque todo lo que uno escribe es autobiográfico. Es decir: todo cuento mío, aunque sea fantástico, corresponde a una experiencia personal, sobre todo a una pasión personal.

El placer de leer

La literatura es una de las felicidades de la vida. Negarse a la literatura es como negarse al amor, como negarse a la música, como negarse a la pintura. Yo, felizmente para mí, tengo la memoria llena de versos castellanos, de versos ingleses, de versos alemanes, de versos franceses, latinos, italianos y ahora versos anglosajones y escandinavos también.

Alguna vez escribí: “Que otros se jacten de lo que han escrito / A mí me enorgullece lo que he leído”. Una confesión de lector, de lector agradecido. Y que sigue siendo agradecido.

De chico leía mucho: Los primeros hombres en la Luna, de Wells; leí a Kipling, entonces; leí a Stevenson, entonces; leí Las mil y una noches, entonces. Todos libros capitales para mí. Y además leía libros muy malos, pero un niño no compara un libro con otro, un niño, un chico acepta lo que lee, y lo acepta con gratitud. De modo que yo no pensaba por ejemplo que el Quijote fuera mejor que Juan Moreira: yo leía los dos libros y me complacía en ellos. No pensaba que fueran mejores o peores, no tenía juicio crítico. Posiblemente gozaba de los libros. Quizá yo era más sabio entonces.

Yo no soy un erudito ni mucho menos. Soy un lector disperso.

"Alguna vez escribí: 'Que otros se jacten de lo que han escrito / A mí me enorgullece lo que he leído'. Una confesión de lector, de lector agradecido".
"Alguna vez escribí: 'Que otros se jacten de lo que han escrito / A mí me enorgullece lo que he leído'. Una confesión de lector, de lector agradecido".

Yo he leído y releído a Conrad, he leído y releído a Dickens, he leído y releído el Quijote, y luego Tolstoi y Dostoievski y creo que eso es todo: he sido derrotado por todos los demás novelistas. Yo tengo una gran dificultad para leer novelas. Cada novela tiene como 100 habitantes, y hay que distinguir, saber quiénes son, un gran esfuerzo. En cambio, el cuento no, el cuento casi no exige esfuerzo.

Madre

Cuando madre cumplió 95 le hicieron una fiestita, y ella dijo “Caramba, se me fue la mano”. Estaba tan avergonzada. Y llegó hasta los 99, con terror de llegar a los 100.

Ella estuvo un mes presa durante el principio de la dictadura. Y lo soportó como había soportado todo en la vida, casi con felicidad. Además ella pensó que estaba cumpliendo con la patria, que estando presa estaba haciendo algo por la patria.

Cada noche, cuando vuelvo a casa, me asombro sinceramente de que ya no esté en su dormitorio. A veces me distraigo, por ejemplo, cuando me despierto, y digo “Voy a contarle este sueño a madre”, y luego recuerdo que hace cinco años que ha muerto. Pero el primer deseo mío, así, entre el sueño y la vigilia, es contarle lo que he soñado a mi madre.

El padre

Él me dijo que escribiera mucho, que sólo escribiera cuando sintiera la necesidad de hacerlo y que no me apresurara a publicar. De modo que el primer libro que yo publiqué fue realmente el cuarto o quinto que yo había escrito. Pensé “Esto puede publicarse”; mi padre me dio 300 pesos; yo fui a la imprenta Balcarce, en la calle del mismo nombre en la Plaza de Mayo, y ese libro lo imprimieron en seis días y me cobraron, por 300 ejemplares en papel pluma, 300 pesos.

"Yo no soy un erudito ni mucho menos. Soy un lector disperso".
"Yo no soy un erudito ni mucho menos. Soy un lector disperso".

Un modesto anarquista

Ojalá nos merezcamos no tener ningún gobierno alguna vez, en ningún país del mundo. Ese sería el ideal. Un mínimo gobierno, un gobierno municipal, como diría Spencer. Ese sería el ideal para mí.

Yo no sé realmente en qué situación política estoy. Ciertamente no soy nacionalista, no he sido peronista, no soy comunista. Soy un individuo, un modesto anarquista.

Yo querría casi que no hubiera Estado, que hubiera individuos. Después de todo el estado, los países, son abstracciones, y un individuo no es una abstracción (aunque quizá lo sea, también). Creo realmente que existen individuos. En cambio si hablamos de continentes, si hablamos de naciones, aun si hablamos de ciudades, ya todo es abstracto y sea posiblemente falso.

En el año 1914, cuando mi familia se trasladó de Buenos Aires a Europa, no había pasaportes. Se viajaba por todo el planeta como quien pasa de una habitación a otra, y era muy grato.

Sigo siendo un viejo discípulo de Spencer, un viejo anarquista individualista, en esta época en que todos quieren leyes, códigos, prohibiciones.

Dios

¿Usted es creyente? Yo he tratado de serlo y he fracasado.

Ser viejo

"Sigo siendo un viejo discípulo de Spencer, un viejo anarquista individualista, en esta época en que todos quieren leyes, códigos, prohibiciones". (AFP)
"Sigo siendo un viejo discípulo de Spencer, un viejo anarquista individualista, en esta época en que todos quieren leyes, códigos, prohibiciones". (AFP)

Un joven no sabe quién es. Un joven piensa que puede elegir entre muchos destinos, que puede ser Carlos XII de Suecia o puede ser un poeta, o lo que fuere; en cambio, a mi edad uno ya más o menos conoce sus límites. Uno sabe, sobre todo, lo que no debe intentar. Cuando era joven no sabía quién era. Por ejemplo, uno de mis proyectos literarios fue el de escribir una historia del pesimismo. Yo ahora me sé incapaz de hacer una labor de esa extensión y tan ambiciosa.

La muerte

Yo soñé esta mañana que me moría, que sentía una gran sensación de alivio. Me desperté de ese sueño, en el que me moría, sintiéndome francamente feliz.

Harto

Yo preferiría perseverar en el ser de otros. Es decir, yo acepto la inmortalidad personal siempre que me aseguren el olvido de esta vida. Yo no quiero seguir pensando en Borges. Estoy harto de él.

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