Cristiano reina en el infierno

 El gol postrero de Raphael Guerreiro y los dos del delantero de la Juve salvaron a un equipo avasallado casi hasta el final por 68.000 hinchas y una Hungría entregada.

Aritz Gabilondo
As
Lejos de ser la Hungría de los magiares mágicos, a años luz de los Puskas, Czibor o Kocsis, la impetuosa selección húngara complicó el estreno de Portugal en un estadio con aires de prepandemia, lleno hasta el máximo de su aforo y sin mascarillas por ningún lado. Con un Gulacsi imperial, los portugueses no pudieron decantar el combate hasta el último suspiro. Se ha acostumbrado a convivir con la agonía el equipo de Fernando Santos, sirva el caso de la anterior Eurocopa como ejemplo.

Hungría jugó con sus armas y con las que le dieron los 68.000 aficionados que apretaron desde la grada. En estos tiempos de fútbol a puerta cerrada, contar con un apoyo así se convierte en un factor diferencial. Los jugadores llevan un año sin sentir el rugido de la grada, ese que empuja al que lo tiene a favor y empequeñece al que lo sufre.

Lo notó en los tímpanos Portugal de entrada, no hay duda, y le costó mucho ser la Portugal que atropella, más que juega. Fernando Santos, que intuía un partido de pierna dura, juntó a William Carvalho y Danilo Pereira en mediocampo, hormigón armado para liberar a sus flautistas. Bruno Fernandes flotó por donde quiso y Bernardo Silva y Diogo Jota fueron los acompañantes de un Cristiano molesto, gesticulante de principio a fin ante los abucheos que le propinó la grada. No recordábamos ya al Crstiano enfadado con el mundo.

Esa ofuscación la pagó con Diego Jota cuando no le cedió un balón que era más tiro que pase. Apareció Gulacsi entonces y también en cualquier otro acercamiento portugués. A Cristiano le sacó otra, después una más a Diogo Jota, y para su fortuna vio como el propio Cristiano mandaba a las nubes la única acción en la que el portero del RB Leipzig quedó vencido. No tiene tanta prensa como otros, pero hay portero en Gulacsi y lo demostró con una exhibición a la altura de muy pocos en Europa.

Hungría jugaba con el corazón y con un guardameta inconmensurable, aunque agradeció el descanso justo cuando más agua le llegaba al cuello. Szalai fue una especie de Luca Toni en la punta del ataque, siempre ofreciéndose en largo hasta extenuarlo de tanto balón directo. De aquel joven potente que pasó por el Castilla a este señor experimentado que sigue como nueve húngaro ha pasado una carrera futbolística entera y una década para el resto. Aún así, un cabezazo suyo fue el único calentón para un Rui Patricio atento, expectante.

Problemas

Los problemas de Portugal eran varios, pero se resumían principalmente en Gulacsi y en una alarmante falta de creación de juego. El portero volvió a negar otro tanto a Cristiano con una mano abajo que le coronó como héroe, al tiempo que su equipo y la grada se crecían al sentirse imbatibles. El otro gran dilema de los portugueses era que su mediocampo se mostraba incapaz de mandar, lo que fue dejando desnutrido al ataque. Sólo Bruno Fernandes amenazó con un misil a la cepa del palo que solventó de nuevo Gulacsi, intratable.

Budapest rugió, el estadio latió en cada contra, como en una que Schón convirtió en gol para éxtasis general que luego derivaría en decepción tras ser anulado el gol por fuera de juego. Fue el presagio de que lo peor podía pasar. Como más duele para el equipo anfitrión, en un rebote del lateral izquierdo que pasaba por ahí, Raphael Guerreiro anotó el gol que salvó al campeón de quemarse. Son esos golpes de fortuna los que diferencian a los equipos grandes del resto.

Ya con Hungría en la lona, Cristiano apareció en los instantes finales para firmar un doblete. El primero lo hizo con un penalti que esta vez no pudo detener Gulacsi. El segundo, ya en el descuento, recortando al propio portero dentro del área. Su celebración no pasó desapercibida y fue un mensaje al público que tan mala tarde le hizo pasar. A él y al resto. El infierno de Budapest casi le cuesta un disgusto a Portugal, pese a terminar goleando.





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