El Madrid muere matando
El equipo de Zidane remontó en los últimos minutos, cuando el Atlético ya ganaba en Valladolid. Marcaron Pino, Benzema y Modric. Ramos no jugó.
El partido a partido va para todos. También para Emery, que tiró la casa por la ventana con el once para no perder una bala, aunque incierta, por guardarse otra, no menos incierta. El once del Di Stéfano se parecerá extraordinariamente al que presentará en Gdansk ante el United, otro tiburón europeo, en el partido de todos los tiempos para el Submarino. Así puso a salvo la limpieza de la competición y también la de su conciencia, por si todo falla el miércoles.
En el Madrid, Zidane no se atrevió con Ramos, en un partido mitad crucial, mitad sentimental. Pero puso el por si acaso por encima de cualquier otra cosa, con la herida de Stamford Bridge abierta. Aquella fue una alineación indebida. De esta sólo puede discutirse la exclusión de Nacho, un titular disfrazado de suplente modélico, y la insistencia en Asensio, sobre el que quizá haya que abortar misión.
Un Madrid desmayado
El partido amarilleó de salida. Quedó la falsa impresión de que el Madrid entonaba el hasta aquí hemos llegado, que ya no quedaba fe en el depósito. Fuerzas hace tiempo que se agotaron. Y también que enfrente había un equipo estupendo. Parejo prueba que se puede jugar muy bien sin pasar de tercera; Gerard Moreno, que tiene más peligro que fama; Albiol, que el fútbol no tiene edad; Yeremi Pino, que lo que se está cociendo merece la pena. La situación, por extrema, pedía un gol exprés del Madrid para atacar al sistema nervioso del Atlético, para aterrorizar al favorito, pero el equipo blanco pareció salir sin la emoción del que huele el título.
Y en esas, dos goles inesperados, uno del Valladolid y otro de Yeremi Pino, que pinchó una pelota a media altura en el área servida por Gerard Moreno y la mandó la red con un toque sutil. Castigo merecido a un Madrid sin fuego en el cuerpo.
Pasado el cuarto de partido Asensio metió un cabezazo alto en el primer palo, lo más parecido a una ocasión blanca. Y una pelota perdida golpeó la mano de Parejo, uno de esos lances obviados por el código penal hace cinco años y que ahora son penalti o no según sople el levante. Un casi nada para un equipo planísimo, descreído y apurado en cada salida del Villarreal, un equipo de altísima elaboración, con justificados aires de grandeza.
Benzema, contagiado
Cerca del descanso, Modric pudo dar con la tecla con un disparo desviado, pero nada en el Madrid recordaba la solemnidad del momento. Ni Asensio ni Vinicius encontraban fortuna al espacio. Valverde no ofrecía el ímpetu exigido en un equipo al límite. El grupo presionaba poco y mal y se partía ante las pérdidas. Incluso Benzema andaba empalidecido, sin precisión ni remate. Un desmayo general en el peor momento y en el único escenario inadmisible: fallar en el rebote.
Tampoco el Villarreal es el enemigo ideal para jugar a la tremenda, porque guarda bien la pelota, detiene el tiempo, apaga bien los incendios.
Visto que aquello iba a resolverse en una baldosa, Zidane metió a Isco, porque ese es su terreno, pero a estas alturas tampoco lo pisa con garbo. También llegó Rodrygo, el de más gol de lo que quedaba en el armario. Pero antes había marcado Benzema un gol que el VAR invalidó. Fue, como tantos, cuestión de centímetros, pero ahí no cabe interpretación. El gol de Correa en Zorrilla fue el doble revés a los blancos.
Una carga con fruto
Sólo entonces el Madrid adquirió conciencia de la situación, con una primera presión más efectiva, con más aire en las bandas, con recuperaciones más rápidas. El cambio de panorama también afectó al Villarreal, que ya no alcanzaba a mirar más allá de medio campo. El mensaje de Emery fue también en esa dirección. Quitó a Bacca para meter un lateral, Rubén Peña, coincidiendo con el segundo gol del Atlético en Zorrilla. La segunda puerta empezaba a cerrársele también al Madrid.
Lo último que se supo del equipo de Zidane en esta Liga fue una carga desesperada, con tres cambios más y una defensa de tres. A Benzema se le fueron dos ocasiones clarísimas, pero para entonces las noticias desesperanzadoras habían llegado también al Villarreal. Y el Madrid acabó por cumplir con su obligación. En los postres Benzema y Modric, las banderas de la temporada, le dieron la vuelta al partido en el último ataque de vergüenza torera. Lo único que no ha faltado en el curso. Ahora la pelota pasa al palco, quizá sin Zidane, quizá sin Ramos, que contempló desde el banquillo el que pudo ser su último partido en el Madrid. Cambia el ciclo y dolerá.