El fútbol necesita más Griguoles

Poca gente que pasa por la vida y deja en los demás la convicción de que es un maestro. Palmada en el pecho y aplauso, que el legado dejó su marca.

Olé

No era ni siquiera un partido, eran chicos de 4 ó 5 años jugando con una pelota en un cumpleaños. Uno de ellos, más habilidoso que el resto, no se la pasaba nadie. Y como era mejor, casi que jugaba solo. Timoteo, gorrita obligada, lo llamó mientras su nieta María lo miraba, y le dijo: “¡Bieeen! Pero ahora jugá con tus amigos”. Tan sencillo, tan docente, tan llano, tan real. Hay poca gente que pasa por la vida y deja en los demás la convicción de que es un maestro.


Esa transversalidad, que no conoce de ningún tipo de grieta, provoca que el respeto, el dolor y el recuerdo por Griguol sean sinceros y no frases de ocasión o que el deber ser obliguen.

El fútbol argentino necesita más Griguoles que nunca. Porque la formación integral de la persona, en este caso más puntualmente del jugador de fútbol, pide a gritos que se lo contenga mejor, que se le den las herramientas suficientes para que la vida de la persona no se acabe con la carrera de futbolista.

Las anécdotas se repiten: no gastarse los primeros mangos en un auto de moda en lugar de invertir en el techo propio suena a consejo hasta obvio. Pero estarle encima de verdad a esa situación, es otra cosa. O quién puede decir que es novedoso que se controle a los más jóvenes para ver cómo les iba en el secundario. Suena lógico, pero no todos lo hacen como lo hacía Timoteo. Porque si el boletín venía mal, no jugaban de verdad.

Seguramente será reconfortante para sus seres queridos saber que no fue la muerte la que lo convirtió -como a muchos- en un buen tipo. El homenaje al Maestro se lo hicieron en vida en cada club donde pasó su excelencia.

Cuando la discusión de bilardismo contra menottismo estaba a full, todos querían sumarlo para su lado. Cuando se hablaba de su defensa tan sólida, era un discípulo de Bilardo. Cuando se hablaba de sus decisiones para atacar, era de Menotti. Desde ese Ferro inolvidable a ese Gimnasia conmovedor. No era de nadie. Griguol tuvo su propio sello, su propia escuela. Que no cambió cuando le tocó estar en River aunque eso, quizá, le achicó su tiempo de permanencia en el club. Palmada en el pecho y aplauso, que el legado dejó su marca.


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