El desplome de Wilstermann es imparable

José Vladimir Nogales
JNN Digital
Wilstermann no tiene remedio, crucificado por sus errores, falto de juego, tan indescifrable que acabó su partido contra Palmaflor sin sus referentes ofensivos en el campo (Rodríguez, Osorio y Seginho),  sustituidos por Rodrigo Vargas, Villarroel y el inefable Álvarez, Chávez lesionado (debe operarse y volverá pasada la Copa América). El equipo tiene difícil arreglo por más vueltas que le dé Cagna (el insospechado sustituto del controvertido Mauricio Soria). Los rojos no despegan en la clasificación después de sumar su quinta derrota (cuarta al hilo) ante el descarado plantel de Thiago Leitao. Nunca habían vencido los provincianos ante los rojos (3-1). Ocurre que no hay tarea imposible para cualquier adversario que se enfrente hoy a Wilstermann, tampoco para el arrojado y serio cuadro de Vinto.

No existe tregua en el vertiginoso desplome de Wilstermann, que continúa en el fondo de la clasificación tras otra actuación infame. Multiplicó –y agudizó- los errores que le caracterizan en el momento más inoportuno de la temporada, justo después de que le extirparan el infeccioso comando técnico, como para eximirle de culpa. Fracasó en medio de la censura de la hinchada, que se ha distanciado del equipo por primera vez durante el mandato de Grover Vargas. Hubo un tiempo en el que pareció que el equipo estaba por encima de los resultados, de los malos resultados, como si el poder de fascinación de sus estrellas le evitara las miserias que aquejan a los demás. No es cierto. Como cualquier club con historia grande, Wilstermann vive entre las urgencias del éxito, cualquier otra cosa se digiere muy mal, sea cual sea el modelo que predomine. Es la grandeza del club y su calvario en tardes como ésta, una que arrancó con alivio, con un tanto de Serginho –excelente contragolpe, gestado por Lizio y Osorio, que concluyó con un potente disparo del brasileño- en el séptimo minuto y que terminó con las alarmas a pleno, por la degradación futbolística, por la derrumbe anímico y por la pobre respuesta desde el banco (quitó a sus principales valores y se quedó sin armas para la remontada), gentileza del nuevo adiestrador, víctima –quizá- de su desconocimiento.

Antes y después del gol, resultó preocupante la postura de Wilstermann. Encogido sobre su campo, cedió la iniciativa. Nunca intentó discutir la propiedad de la pelota, apretando alto o posicionándose cerca de la medular. Se instaló, sin sonrojarse, en su parcela, intentando tapar sus miserias. No lo logró. Ante el toque constante de Palmaflor, expuso su desnudez. Le costó una enormidad cortar la cadenciosa circulación del rival, develando su conmovedora escualidez en la marca. Ni Vargas, mucho menos Morales, tienen oficio para cortar el juego rival (mucho peor para recuperarlo). Tampoco ayuda una estructura laxa, con líneas separadas, que no comprime el espacio y desfavorece la presión.

A un Palmaflor disciplinado, gustoso del juego corto y al ras, le abrió la puerta de par en par con una presión descompensada, a veces alocada (Vargas y Morales siempre corrían detrás de la pelota), que desunió al bloque y resquebrajó todo el sistema.

A poco del descanso, la embestida de Palmaflor encontró rédito. Blando desbordó al estéril Ortiz y consiguió ceder hacia atrás, donde Castellón calzó el tiro sin oposición alguna. Vargas y Morales ofrecían una ridícula coreografía de ballet, danzando de puntillas. El disparo del atacante se estrelló en el travesaño. El rebote le llegó a Noir, que acertó a rematar por encima de un golero reptando, 1-1. 

El paso por los vestuarios sirvió para que Wilstermann saliera con otro espíritu y buscara con algo más de interés la portería provinciana. Pero Cagna sólo tocó la tecla más sensible, la del sub20, sustituido por Adriel Fernández, otro lateral postizo. Le seguía faltando fútbol y seguía metido atrás, más preocupado por cuidar su arco que atacar al de enfrente.

Los rojos tiritaban en su cancha, incapaces de superar el acoso de Palmaflor, reiterativos en la pérdida del balón, presa fácil de delanteros con potencia como Blanco. Echeverría no atinó a controlar un pase largo de más allá de mitad campo y la pelota quedó a merced de Ubah, quien cedió al medio para el ingreso vacío de Castellón. A campo abierto, el ex Aurora corrió hacia un desvalido Banegas para marcar el 2-1. Nada nuevo si se repasa el carrusel de errores wilstermanistas en el campeonato. Al argentino le pasó lo mismo que a Coimbra en Santa Cruz, a Luis Rodríguez contra Independiente, a Sandy ante The Strongest, a Coimbra de nuevo en Sucre, a toda la defensa en la recta final de endiablado partido con Independiente... No hay encuentro sin una grosería de esta maltrecha versión de Wilstermann.


El hundimiento afectó a todas las líneas y no respetó a nadie. Banegas se equivocó en el tercer gol de Palmaflor (no fue menor la responsabilidad de Fernández por su floja respuesta ante Blanco, ni la de los volantes, que no le dificultaron el tránsito a Saldías), el tanto que precipitó definitivamente a la derrota, a los abucheos, a la sensación de que las grandes aspiraciones del curso se le escapan a chorros.

Saldías se sintió invitado por la defensa roja. Le permitió el gol varios remates en el primer cuarto de hora de la reanudación. Nadie le vigilaba. A su alrededor, los poderosos delanteros de Palmaflor ganaban todos los pelotazos. De la ansiedad había evidencias más que suficientes en el juego, de una pobreza que sólo en ocasiones lograba salvar Villarroel con sus arrancadas y traslados inútiles. Todo lo demás fue un fútbol agarrotado, sin ninguna de las señas que acreditan a las estrellas de Wilstermann. El público no perdonó. Hasta Cagna se llevó su parte de reproches.

El panorama es desolador, porque con los veteranos o con los jóvenes la imagen que ofrece Wilstermann es desastrosa. Y no se adivina posibilidad seria de mejora, casi no existe margen. Llegarán victorias y quizá buenos partidos, pero será algo eventual, sin una base consistente detrás que permita pensar en grandes proyectos deportivos a corto plazo.

 

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