El desplome de Wilstermann es imparable
No existe tregua en el vertiginoso desplome de Wilstermann, que continúa
en el fondo de la clasificación tras otra actuación infame. Multiplicó –y agudizó-
los errores que le caracterizan en el momento más inoportuno de la temporada, justo
después de que le extirparan el infeccioso comando técnico, como para eximirle
de culpa. Fracasó en medio de la censura de la hinchada, que se ha distanciado
del equipo por primera vez durante el mandato de Grover Vargas. Hubo un tiempo
en el que pareció que el equipo estaba por encima de los resultados, de los malos
resultados, como si el poder de fascinación de sus estrellas le evitara las
miserias que aquejan a los demás. No es cierto. Como cualquier club con
historia grande, Wilstermann vive entre las urgencias del éxito, cualquier otra
cosa se digiere muy mal, sea cual sea el modelo que predomine. Es la grandeza del
club y su calvario en tardes como ésta, una que arrancó con alivio, con un
tanto de Serginho –excelente contragolpe, gestado por Lizio y Osorio, que
concluyó con un potente disparo del brasileño- en el séptimo minuto y que
terminó con las alarmas a pleno, por la degradación futbolística, por la
derrumbe anímico y por la pobre respuesta desde el banco (quitó a sus principales
valores y se quedó sin armas para la remontada), gentileza del nuevo
adiestrador, víctima –quizá- de su desconocimiento.
Antes y después del gol, resultó preocupante la postura de Wilstermann.
Encogido sobre su campo, cedió la iniciativa. Nunca intentó discutir la propiedad
de la pelota, apretando alto o posicionándose cerca de la medular. Se instaló,
sin sonrojarse, en su parcela, intentando tapar sus miserias. No lo logró. Ante
el toque constante de Palmaflor, expuso su desnudez. Le costó una enormidad
cortar la cadenciosa circulación del rival, develando su conmovedora escualidez
en la marca. Ni Vargas, mucho menos Morales, tienen oficio para cortar el juego
rival (mucho peor para recuperarlo). Tampoco ayuda una estructura laxa, con
líneas separadas, que no comprime el espacio y desfavorece la presión.
A un Palmaflor
disciplinado, gustoso del juego corto y al ras, le abrió la puerta de par en
par con una presión descompensada, a veces alocada (Vargas y Morales siempre
corrían detrás de la pelota), que desunió al bloque y resquebrajó todo el
sistema.
A poco del descanso, la embestida de Palmaflor encontró rédito. Blando desbordó al estéril Ortiz y consiguió ceder hacia atrás, donde Castellón calzó el tiro sin oposición alguna. Vargas y Morales ofrecían una ridícula coreografía de ballet, danzando de puntillas. El disparo del atacante se estrelló en el travesaño. El rebote le llegó a Noir, que acertó a rematar por encima de un golero reptando, 1-1.
El paso por los vestuarios sirvió para que Wilstermann saliera con otro
espíritu y buscara con algo más de interés la portería provinciana. Pero Cagna sólo
tocó la tecla más sensible, la del sub20, sustituido por Adriel Fernández, otro
lateral postizo. Le seguía faltando fútbol y seguía metido atrás, más
preocupado por cuidar su arco que atacar al de enfrente.
Los rojos
tiritaban en su cancha, incapaces de superar el acoso de Palmaflor,
reiterativos en la pérdida del balón, presa fácil de delanteros con potencia
como Blanco. Echeverría no atinó a controlar un pase largo de más allá de mitad
campo y la pelota quedó a merced de Ubah, quien cedió al medio para el ingreso
vacío de Castellón. A campo abierto, el ex Aurora corrió hacia un desvalido Banegas
para marcar el 2-1. Nada nuevo si se repasa el carrusel de errores
wilstermanistas en el campeonato. Al argentino le pasó lo mismo que a Coimbra
en Santa Cruz, a Luis Rodríguez contra Independiente, a Sandy ante The
Strongest, a Coimbra de nuevo en Sucre, a toda la defensa en la recta final de
endiablado partido con Independiente... No hay encuentro sin una grosería de
esta maltrecha versión de Wilstermann.
El hundimiento afectó a todas las líneas y no respetó a nadie. Banegas se equivocó en el tercer gol de Palmaflor (no fue menor la responsabilidad de Fernández por su floja respuesta ante Blanco, ni la de los volantes, que no le dificultaron el tránsito a Saldías), el tanto que precipitó definitivamente a la derrota, a los abucheos, a la sensación de que las grandes aspiraciones del curso se le escapan a chorros.
Saldías se sintió invitado por la defensa roja. Le permitió el gol varios
remates en el primer cuarto de hora de la reanudación. Nadie le vigilaba. A su
alrededor, los poderosos delanteros de Palmaflor ganaban todos los pelotazos.
De la ansiedad había evidencias más que suficientes en el juego, de una pobreza
que sólo en ocasiones lograba salvar Villarroel con sus arrancadas y traslados
inútiles. Todo lo demás fue un fútbol agarrotado, sin ninguna de las señas que
acreditan a las estrellas de Wilstermann. El público no perdonó. Hasta Cagna se
llevó su parte de reproches.
El panorama es desolador, porque con los veteranos o con los jóvenes la
imagen que ofrece Wilstermann es desastrosa. Y no se adivina posibilidad seria
de mejora, casi no existe margen. Llegarán victorias y quizá buenos partidos,
pero será algo eventual, sin una base consistente detrás que permita pensar en
grandes proyectos deportivos a corto plazo.