Hace 40 años Gabriel García Márquez se quedó a vivir en México: las intrigas políticas detrás de su adiós a Colombia
Terminaba marzo de 1981 cuando el escritor, que vivía en Bogotá, supo que el ejército quería detenerlo. Voló a México protegido por la embajada mexicana, en un episodio que creó gran escándalo: lo acusaron desde querer promocionar un libro hasta de participar de una campaña internacional y respondió en abril con un texto furioso
Ese episodio que marcó la salida definitiva de García Márquez de su país: moriría, 33 años más tarde, en su casa de la calle Fuego, en los Jardines del Pedregal, al sur de la CDMX.
El escritor, que ganaría el premio Nobel al año siguiente, había recibido un mensaje del ejército, autorizado por el Estatuto de Seguridad que había promulgado el presidente de Colombia, Julio César Turbay: querían interrogarlo sobre sus vínculos con la guerrilla del M-19. Las torturas, las desapariciones y otras violaciones a los derechos humanos eran cotidianas; nada bueno auguraba la entrevista. El Estatuto de Seguridad permitía la detención e incomunicación por hasta 10 días de sospechosos de alterar el orden público; también limitaba la libertad de expresión y de movimiento, suspendía el habeas corpus y extendía el poder del código penal militar sobre la población civil.
—Entonces sí hay un cargo contra mí —dijo García Márquez.
En el aeropuerto, los periodistas le habían preguntado si era cierto que, como habían afirmado varios funcionarios de Turbay mientras le llegaba la cita para el interrogatorio militar, participaba de una campaña para desprestigiar al gobierno colombiano, organizada por la izquierda y Cuba, con la que Colombia acababa de romper relaciones.
“Distintos funcionarios, en todos los tonos y en todas las formas, han coincidido en dos cargos concretos”, escribiría GGM el 7 de abril en El País de Madrid, desde la capital mexicana, en la carta que anunció, bastante indignado, que se instalaría en México. “El primero es que me fui de Colombia para darle una mayor resonancia publicitaria a mi próximo libro. El segundo es que lo hice en apoyo de una campaña internacional para desprestigiar al país”.
El caso fue una de las mayores crisis en las relaciones entre intelectuales y poder en el siglo XX, un género de desencuentros políticos en América Latina desde la independencia de las colonias. Asesinatos, muertes dudosas, exilios y proscripciones, como también encumbramientos en la diplomacia y hasta las presidencias, han marcado esos vínculos. Pero García Márquez era una estrella internacional, la figura principal del boom.
Como no pendía una orden de detención en su contra, sino sólo un pedido de interrogatorio, México no podía asilarlo, le dijo la embajadora Santos. Pero dado que no había garantías de un juicio transparente, ya que la justicia militar no estaba en esas sutilezas a la hora de procesar civiles, Santos lo acompañó hasta el avión, como medida de protección.
—No hago declaraciones políticas, pero el mismo hecho de mi salida de Colombia es síntoma de la situación del país —agregó antes de subir la escalerilla—. La situación nacional es simplemente muy confusa y prefiero esperar que se aclare, para que no cometan un error conmigo.
Una llamada anónima y un consejo de los amigos
La situación, en realidad, era más ominosa que confusa. A las dos de la tarde del 25 de marzo, mientras Mercedes hacía unas compras, sonó el teléfono en la casa de los García Márquez en Bogotá. El escritor trabajaba en un artículo para El Espectador sobre la ruptura de relaciones con Cuba.
—Tenga cuidado. Están convencidos de que usted está enredado con el lío de las armas del M-19 —dijo una voz desconocida, y cortó.
Una hora y media más tarde hubo otra llamada; una voz diferente dijo:
—Mira, amigo, no te puedo decir mi nombre porque tu teléfono está intervenido. Pero tienes que estar alerta: hay una orden de detención contra ti por vinculación con el M-19.
Casi de inmediato cuatro amigos de GGM llegaron a la casa. Todos habían escuchado, en versiones diferentes, la misma noticia: los militares lo iban a interrogar y podían retenerlo y mantenerlo incomunicado durante 10 días, en los que nadie sabría qué le harían.
—Pero estoy seguro de que no tienen nada contra mí. No tengo nada que ocultar —pensó en voz alta.
—Gabo, podrían haber fabricado pruebas. No puedes esperar a que lleguen aquí en la madrugada y te lleven.
“Corriendo el riesgo, además, de que no fuera propiamente la justicia militar, sino uniformados de militares”, recordó GGM luego, durante el vuelo a México, a la periodista Margarita Vidal, que publicó la extensa entrevista en la revista colombiana Cromos.
El conflicto con Cuba y su amigo Fidel
El tema de fondo era que el gobierno de Turbay, convencido de que Cuba había entrenado a los guerrilleros del M-19 que había desembarcado poco antes en el sur de Colombia, había asociado el hecho, y un cargamento de armas para el mismo grupo, a una visita reciente de García Márquez a La Habana. Al llegar a Bogotá, el escritor había pedido una entrevista con el canciller Carlos Lemos Simonds para intermediar en la crisis diplomática.
Quería hablar con Lemos, explicó a Vidal, “con el objeto de que tuviera una información que en Colombia solo tengo yo, de cómo es Fidel Castro personalmente, qué piensa de las relaciones con Colombia y con América Latina y, en fin, de las ideas que tiene sobre muchos temas”. Era información reservada, subrayó, pero que serviría para contrarrestar “todos los rumores y de toda la información manipulada” de los días anteriores. “Yo quería servir de mediador”.
—Se habla mucho de su amistad con Fidel —le planteó la periodista—. Y por ella la vinculación que tratan de establecer entre usted y el M-19 por el desembarco en el sur del grupo entrenado en Cuba es obvia. ¿Qué tan grande es su amistad con Fidel?
—Yo soy el único extranjero que cada vez que voy a Cuba, y voy más o menos cada tres meses, veo a Fidel. Conversamos horas enteras. Y ¿sabes de qué hablamos casi siempre? De literatura. Él es un excelente lector, cosa que nadie puede imaginarse, con esa imagen de chafarote y de salvaje que le han dado. Pero es un lector muy fino —se escapó GGM.
Celebró la “excelente formación literaria” de Castro y contó que cada vez que iba a La Habana le llevaba una selección de títulos, mitad clásicos y mitad best-sellers. Reforzó lo que había querido decir, o no decir: “Pocas veces hablamos de política porque precisamente él usa la amistad conmigo para descansar de toda la mierda de política en que anda metido todo el día”.
—Bueno, pero alguna vez tocarán temas políticas —insistió Vidal—. Las relaciones con Colombia y el Caribe, por ejemplo, ¿Qué piensa él de la situación colombiana y sus grupos revolucionarios?
—Una de las pocas veces que hablamos de Colombia (todavía Alfonso López Michelsen era presidente), yo le pregunté, así, de frente: “¿Cuba entrena guerrilleros colombianos?”. Y él me dijo: “Hemos reanudado las relaciones con Colombia sobre la base de que ambos países respetamos las reglas del juego. Yo le prometí al presidente López que las respetaba y las respeto hasta el final”. Y me dijo una frase que no olvido: “En política nunca se puede mentir, entre otras cosas, porque tarde o temprano se sabe”. Claro que de esto ya hace un tiempo. Ya López Michelsen no es presidente. No sé si Fidel consideró que se habían roto las reglas de juego.
“Cantinflesco y ridículo”
GGM apenas había llegado a México cuando un artículo en El Tiempo, firmado con el seudónimo Ayatollah (que luego se rastreó hasta Rafael Santos Calderón, de la familia propietaria del periódico colombiano) lo atacó. Comenzaba:
La forma como se produjo el cantinflesco y ridículo “asilo” del famoso escritor Gabriel García Márquez fácilmente hubiera podido presentarse ampliamente en las páginas sociales con un titular como este: “Conocido escritor viaja gratis a México”. Eso sí, debe admitirse que el montaje del señor García Márquez y su grupillo de amigos quedó muy bien y que si el objetivo era que la prensa y la radio registraran el hecho con espectacular bombo, definitivamente lo lograron.
Luego de calificar a GGM de “respetadísimo escritor” y “una de las más importantes figuras literarias que en su historia ha producido el país”, le pegaba con generosidad idéntica: explotaba su nombre, era un enemigo de Colombia, como “detractor internacionalizado” se había burlado de su patria, tenía la hipocresía de predicar la revolución y “concurrir a elegantísimas reuniones sociales en los más exclusivos círculos”. Y, sobre todo, aprovechaba el conflicto político para ganar dinero:
Un grupillo de amigos de García Márquez, socios de la editora que publicará su última obra, Crónica de una muerte anunciada, se van a decirle al escritor que es mejor hacer planes pues al parecer el ejército quiere llevárselo a conocer las caballerizas de Usaquén. En el país se va a lanzar un millón de ejemplares de su obra.
Por fin, lo acusaba oblicuamente: “El que nada debe, nada teme”.
El 7 de abril, con el artículo “Punto final a un incidente ingrato”, desde El País, GGM le contestó. Fue un hecho excepcional, aclaró en las primeras líneas: nunca había respondido a un texto sobre él, ni a favor ni en contra. En un estudio, Sebastián Pineda Buitrago confirmó que eso era cierto, al recordar que no polemizó con Octavio Paz —quien pronto sería Premio Cervantes y en 1990, Nobel— cuando el mexicano lo criticó por su apoyo al militar Juan Velasco Alvarado en el Perú, en 1975.
“Nunca, desde que tengo memoria, he dado las gracias por un elogio escrito ni me he contrariado por una injuria de prensa”, escribió García Márquez. “Me veo obligado a permitirme ahora una sola excepción”. Y a continuación, abrió fuego.
“Ilustres oligarcas de pacotilla”
Primero respondió en general sobre la salida del país como recurso publicitario y como parte de una campaña de desprestigio contra Colombia: “Ambas acusaciones son tan frívolas, además de contradictorias, que uno se pregunta escandalizado si de veras habrá alguien con dos dedos de frente en el timón de nuestros destinos”.
Luego separó los cargos. Siempre había vivido la publicidad como un asedio y había hecho todo lo que pudo para no convertirse en espectáculo público, lo que le permitió tener una vida privada, dijo el autor que, como periodista también, ejerció un hábil manejo de su imagen. Y por otra parte —se jactó— difícilmente le hiciera falta, a esas alturas de su fama, montar un número de la envergadura de una emigración:
No, ilustres oligarcas de pacotilla: nadie se construye una vida así, con las puras uñas, y con tanto rigor minuto a minuto, para salir de pronto con el chorro de babas de asilarse y exiliarse sólo para vender un millón de libros, que además ya estaban vendidos.
Sobre el cargo de participar de una campaña anti colombiana, escribió que, aunque más inconsistente aún, le resultaba interesante por un detalle: “Tiene el mérito de ser una creación personal del presidente de la república, aturdido por la imagen cada vez más deplorable de su gobierno en el exterior”.
Entonces se concentró en Ayatollah, a quien acusó de deshonrar “el oficio más noble del mundo”, exhibir “una absoluta falta de compasión por el pellejo ajeno” y razonar “como alguien que no tiene ni la menor idea de cuán arduo y comprometedor es el trabajo de hacerse hombre”. Su nota tenía un “propósito criminal” pero era, a la vez, relevante: “En ella aparece por primera vez, en una tribuna respetable de la prensa oficial, la pretensión de establecer una relación precisa, incluso cronológica, entre mi reciente viaje a La Habana y el desembarco guerrillero en el sur de Colombia”.
Por eso mismo iban a imputarlo los militares, subrayó. Equivalía, entonces, a una acusación formal.
“Ahora se sabe por qué me buscaban, por qué tuve que irme y por qué tendré que seguir viviendo fuera de Colombia, quién sabe hasta cuándo, contra mi voluntad”, concluyó.
CDMX, escala final
García Márquez ya había vivido en México —allí habían crecido sus dos hijos, recordó en la rueda de prensa improvisada en Eldorado— y también la política había hecho que se instalara allí por primera vez.
A finales de 1960, mientras trabajaba en Prensa Latina, la agencia de noticias que había creado la flamante revolución cubana, con Jorge Masetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, viajó a Nueva York para abrir una corresponsalía. Pero apenas en enero de 1961 la presión de los exiliados cubanos le hicieron difíciles el trabajo, primero, y por fin la vida. Luego los Estados Unidos le negarían la visa, pero para entonces ya estaba instalado en México, donde trabajó para las agencias de publicidad Walter Thompson y McCann Erickson y varias revistas (Sucesos para Todos, La Familia) mientras escribía.
Contó Pineda Buitrago que reeditó El coronel no tiene quien le escriba, publicó La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande y escribió de punta a cabo Cien años de soledad, de la que publicó dos capítulos, en agosto de 1966 y en marzo de 1967, en la revista Mundo Nuevo, que dirigía Emir Rodríguez Monegal en París.
Al regresar a CDMX lo esperaban los amigos de la caudalosa comunidad literaria y artística y también los discretos miembros de la inteligencia interna, la Dirección Federal de Seguridad (DFS). “Estaba fichado y sujeto a una vigilancia atenta desde los años 70, cuando ya tenía su residencia como inmigrante en la nación, primero por el gobierno de Luis Echeverría y después por el de José López Portillo”, recordó El Universal al revelar, muchos años después, los documentos secretos.
Esos papeles, que quedaron en manos del Archivo General de la Nación (otros, en el Centro de Investigación y Seguridad Nacional, no se hicieron públicos), muestran que García Márquez era de interés para las autoridades mexicanas por sus tareas como intermediario entre militantes de la izquierda latinoamericana y el equipo del candidato socialista, y luego presidente francés, François Mitterrand; en particular su relación con Régis Debray y varios encuentros con líderes políticos de Colombia, Chile y El Salvador.
“El primer documento que la inteligencia mexicana recogió como antecedentes del escritor está fechado en noviembre de 1967, cuando participó como delegado colombiano en el II Congreso Latinoamericano de Escritores, organizado en el DF, Guanajuato y Guadalajara”, reseñó El Imparcial. “El último es el reporte de su salida por avión hacia Cuba en agosto de 1985″. Escuchas telefónicas, informantes encubiertos y paparazzi en los alrededores de la casa de GGM fueron las principales fuentes.
Y, desde luego, la salida definitiva de Colombia, erróneamente reportada como asilo: “Procedente de Bogotá, Col., en el vuelo 480 de Aeroméxico, arribó a esta ciudad el señor Gabriel García Márquez en calidad de asilado político. En una breve entrevista al bajar del avión dijo que él había pedido en la Embajada de México en Bogotá protección para él y su familia pues él sabía de una orden de aprehensión expedida por el Ministerio Militar de ese país, pues se le conectaba con cargamento de armas”, informó la DFS al gobierno.
CDMX fue la escala final del escritor, aunque luego pasaría temporadas en la casa que compró en Cartagena luego de recibir el Nobel. Allí fueron enviadas, finalmente, sus cenizas, en 2016.