El Granada ahoga al Barça en la orilla
El equipo blaugrana pierde la ocasión de ponerse líder cayendo ante el Granada, que remonta en la segunda parte.
El Barça tenía en su mano el liderato, depender de si mismo para ganar el campeonato y cuando tenía la mejor mano en la mesa, tiró las cartas, se fue a fumar y cuando volvió le habían levantado hasta la medalla de la madre. Le toca al equipo culé volver a remar, levantarse de la lona en un campeonato que parece un combate entre púgiles medio sonados que alternan ratos inquietantes en la lona con ataques de rabia. Al Barça le tocó ayer besar la lona en un ejercicio de impotencia. Igual se levanta o se cae del cuadrilátero cazando moscas.
Nadie ha entendido que para ganar LaLiga hay que ser alocado y depredador. Hay equipos que sólo saben perseguir y que cuando están adelantando a los rivales, como le pasó al Barcelona en el momento que Messi marcó el 1-0, se preocupan más de mirar al retrovisor que a la carretera. Y el Granada aprovechó este ensimismamiento culé para hacer honor a su gigantesca temporada.
Dijo Koeman que no pensaba tocar lo que funcionaba y que no le iba a mediatizar que cuatro titulares indiscutibles estuvieran a una tarjeta de perderse el próximo partido. Los puso en liza y en ese sentido la apuesta fue un éxito. No fueron amonestados, pero igual era mejor una tarjeta y ganar.
De entrada, el plan salió medio bien, porque está Messi, claro. Su gol en el minuto 24 tras una asistencia de Griezmann pareció que abría la puerta a la gloria. El resultado de un ejercicio de paciencia.
El argumento de Messi era la principal y única amenaza de un equipo que parece haber llegado a la conclusión de que el éxito pasa más por la solidez que por la ambición. Y eso no deja de ser una traición al estilo de una cultura que cuando ha ganado ha sido siendo ambiciosa y agresiva.
Ante el Granada, el Barça apostó por la prudencia, nunca intimidó, se limitó a controlar un partido ante un rival incontrolable y rebelde que en dos latigazos en la segunda parte rompió todos los sueños culés y le demostró al Barça que la orilla está más lejos de lo que se creía. De momento, se ha vuelto a ahogar cuando tocaba la pared. Y la culpa es suya, por dejar de nadar.