Los amores de Piazzolla: sus hijos, las mujeres con las que compartió la vida y el genio que nunca paraba de componer
Se casó dos veces, fue padre de Diana y Daniel, y compartió cinco años con Amelita Baltar, la cantante que aún emociona cuando interpreta “Balada para un loco”, estrenada hace 51 años. La relación con su hija, que no le perdonó que cenara con Videla, y el comentario que le hizo el hijo y que los alejó durante una década. La historia de Astor, íntimo y siempre escribiendo música y testimonios exclusivos
Podría decirse que su vida entera estuvo consagrada a la música y a interpretar Buenos Aires por medio de ella; y que la falta de reconocimiento en Argentina, tierra que amó, además de los fracasos en las giras por América Latina y los problemas económicos lo deprimían y mucho. A lo largo de su vida —asumen quienes lo conocieron—, quedaba poco espacio en su cabeza para otra cosa que no fuera la música, su música.
En 1940, conoció a Dedé Wolff y dos años más tarde contrajeron matrimonio, que duró hasta 1966 cuando Astor dejó la casa que compartía con ella y los hijos en común, Diana y Daniel. Poco después, en 1968 Piazzolla comenzó a musicalizar los poemas del escritor Horacio Ferrer (1933-2014), con quien compuso la operita María de Buenos Aires, que se estrenaría al año siguiente, con la cantante Amelita Baltar, con quien protagonizaron y grabaron poco después Balada para un loco y Chiquilín de bachín. Con ella estuvo en pareja durante cinco años.
Luego de un tiempo sin relaciones conocidas, en 1976, conoció a Laura Escalada, una locutora y cantante lírica con quien se casó en segundas nupcias y que lo acompañó hasta el final de su vida, el 4 de julio de 1992. Cuando abrió las puertas de su casa para Infobae Cultura —tras años de no recibir a un medio—, Escalada confió: “Admiro el coraje que tuvo Astor para vivir y para morir”.
La relación con sus hijos, con las mujeres de su vida y el eterno recuerdo de sus padres resumen los amores de Piazzolla.
La vida sentimental del hombre que revolucionó la música porteña
Al igual que cada persona que pasa por la vida de otra, cada una de las mujeres que compartió la vida con Astor Piazzolla cuenta una parte de él o la versión que conoció en determinado momento. Ellas y sus hijos coincidieron en que el centro de su existencia era la música y el recuerdo de sus padres, especialmente el de Vicente.
Fue justamente por él el primer golpe a su corazón. El 13 de octubre de 1959, Vicente Piazzolla murió mientras Astor cumplía con una presentación en Puerto Rico. Al enterarse, viajó a Nueva York, donde convivía con la pintora Dedé Wolff y los hijos en común, Diana y Daniel.
Para Ástor la figura paterna era imprescindible, su columna vertebral, su motor. Su padre fue el primero que confió en él aún cuando ni el propio genio sabía que era capaz de componer una melodía, menos tocar el bandoneón. Haberlo perdido lo dejó interiormente solo.
Cuando llegó a su casa, tras esa pérdida, le pidió a la familia estar solo y se encerró en el living. Hizo lo que sabía: tomó su instrumento y dejó que todo ese dolor saliera de él. “Nos metimos en la cocina. Primero hubo un silencio absoluto. Al rato, oímos que tocaba el bandoneón. Era una melodía muy triste, terriblemente triste. Estaba componiendo Adiós Nonino”, contó el músico Daniel Piazzolla a su hermana Diana, escritora y biógrafa de su padre, que en 1986 publicó el libro Astor (Corregidor) donde detalló ese crudo momento.
Del otro lado de la puerta, Dedé sufría el desgarro del hombre al que había conocido en 1940 en casa del violinista Hugo Baralis, cuando al compositor aún le costaba acostumbrarse a la noche porteña y extrañaba Mar del Plata y Nueva York, ciudades de su infancia y adolescencia. Se casaron dos años más tarde y tuvieron a sus hijos.
Dedé era talentosa: dibujaba muy bien, cantaba muy bien y tenía buen oído para la música, tanto así que Astor solía pedirle que escuchara sus nuevas composiciones para chequear no haber escuchado antes algo similar y así poder continuar. Ello es develado en el documental Piazzolla, los años del tiburón (Daniel Rosenfeld, 2018) donde reproducen parte de una grabación registrada en el living de la familia Piazzolla con Astor al piano, Dedé cantando y sentado en una silla, Jorge Luis Borges, que escuchaba por primera vez sus poemas musicalizados y que finalmente fueron grabados por Edmundo Rivero.
Es poco el registro de Dedé hablando sobre su ex esposo, de quien se separó en 1966 cuando él simplemente armó una maleta y se fue. Para ese momento, musicalmente, ya había formado el Nuevo Octeto (1963) y creado Introducción a Héroes y tumbas, con letra de Ernesto Sábato, y ya había recibido destacados premios por sus composiciones. También había conformado una orquesta formada ad hoc con Edmundo Rivero y grabado el disco El tango con aquellas letras de Borges musicalizadas, incluido Hombre de la esquina rosada.
En una entrevista televisiva (cuyo año y medio no se menciona), Dedé lo describió como ”un gran estudioso” a quien “ponía nervioso que la gente que tuviera condiciones no estudiara” y lo defendió de quienes lo señalaban como malhumorado: “Lo acusaban de que aplastar lo anterior y no era así. Hacía lo que sentía, parecía agresivo, pero lo que hacía era defenderse porque lo agredieron tanto, tanto, tanto que finalmente se le ocurrió la idea maravillosa de decir que su música era la música de Buenos Aires y respirar un poco”.
Tras la separación de Dedé, y de sus hijos, Piazzolla compone junto con el poeta Horacio Ferrer la operita María de Buenos Aires en 1968, que se estrenaría al año siguiente, con la cantante Amelita Baltar, la mujer que lo deslumbró con su talento y con la que compartió cinco años arriba y fuera de los escenarios.
“Ese señor me colocó en un lugar muy lindo en la música y pude hacer mi vida musical con mucha dedicación, mucho nivel y mucha altura”, le agradece a Piazzolla Amelita Baltar en diálogo con Infobae y, sonriendo agrega: “Algún ratito pasé al lado de ese señor como para que me importen sus 100 años; fueron años muy lindos y artísticamente momentos maravillosos por todo lo que escribió y lo que anduvimos por Europa”.
Se conocieron cuando ella, con 20 años, era una joven promesa del folclore que algo había escuchado de Piazzolla, pero como no pertenecía al género que cantaba, todavía, sabía muy poco de él. “Yo estaba en el Café Concert cantando y había otros músicos a los que él había ido a ver; cuando terminé me dijeron que Piazzolla estaba afuera y quería conocerme. Yo lo conocía solo de nombre porque él todavía no había grabado ningún disco y nada más sabía que era un hombre que estaba haciendo algo maravilloso”, recuerda Baltar y cuenta que esa noche “estábamos en febrero, yo estaba toda bronceada y con un vestido divino, y me encontré con un señor gordito y con un poco de entraditas —se ríe— Y elogió mi manera de cantar y yo, como una chica demasiado bien, le dije: ‘¡Mucho gusto, señor!’, porque tenía 20 años más que yo”.
A las pocas horas, la persona que los presentó llevó a Amelita a la casa de Astor porque quería tomarle una prueba de voz, ya la tenía incluida en sus nuevos proyectos. “Me hizo tararear algo que no sabía que era y después supe que era María de Buenos Aires. Y se sorprendió por cómo lo hice, la facilidad que tuve, porque parecía que conocía la pieza de toda la vida”.
No pasaron dos días y la llamó para invitarla a comer, con motivo de su cumpleaños, y le dio unos papeles. “Eran la letra de la obra y me los dio en el festejo de su cumpleaños diciéndome que yo era María de Buenos Aires... Yo no había dicho ni que no, ni que sí... Nunca voy a entender cómo le dije que sí porque yo estaba haciendo folclore y esa música con el folclore se lleva de los pelos, pero empezamos a trabajar con Ferrer y el cantante Héctor de Rosas”.
A la relación relación laboral se sumó la romántica. Compartieron muchas horas de giras, trabajo y composiciones. Juntos fueron la pareja que revolucionó la música porteña, y en el mundo, cuando estrenaron, en 1969, Balada para un loco con letra del poeta Horacio Ferrer.
La vida juntos era divertida. Amelita ríe y sonríe cuando cuenta anécdotas de la vida cotidiana: “Trabajábamos mucho y cuando estamos en Buenos Aires, como a él le gustaba cocinar, llenaba tarros enormes de berenjenas para dejar para el invierno e invitaba amigos a comer y cocinaba espaguetis con salsa. ¡No sabés lo que era eso! El lunes, cuando llegaba la señora que limpiaba preguntaba: ‘¿Mataron a alguien?’ Porque Astor abría apurado las latas de salsa de tomate y quedaban todos los azulejos salpicados y el tomate chorreaba por todos lados!”.
Amelita, que es parte indiscutida de los homenajes por el centenario de Piazzolla, cuenta que cuando el genio no trabajaba “se ponía como loco. Caminaba de una lado a otro, iba de acá para allá todo el tiempo. A él le gustaba que le dijeran que había que preparar un concierto, un disco y eso era lo llenaba de alegría. Al otro día se levantaba temprano, tomaba un café parado en la cocina y se quedaba hasta la tarde escribiendo temas nuevos o haciendo arreglos. Esa era su vida: sentarse al piano y escribir, y escribir, y escribir para después tocarlo”.
La relación entre ellos —o el amor, como contó públicamente— se terminó cuando Astor le pidió que interrumpiera un embarazo que la ilusionaba. “Yo era muy pendeja todavía, fui tan idiota que no agarré mi valija ni me fui a casa de mi mamá con mi hijo Mariano, que tenía siete años en aquel momento. Era muy inmadura y tonta. Esa tontera mía mató un amor que a lo mejor en algún momento tenía que morirse”, contó la cantante.
Después del aborto siguieron juntos un tiempo, pero se separaron definitivamente. “Después de separarme pensé que quizás la gente se olvidaría de mí, pero nada que ver. Recorrí cinco o seis países más que los que habíamos recorrido juntos. Aún hoy sucede”.
En el otoño de 1976, Astor fue invitado a un programa que se emitía en el viejo Canal 7 y allí conoció a Laura Escalada, locutora y cantante lírica que estaba detrás de escena mientras Piazzolla era entrevistado. El músico la vio y se impactó, y aprovechaba cada tanda publicitaria para acercarse a hablarle. “Lo curioso era que conocía mucho lo que yo hacía”, recordó su sorpresa la mujer en una nota con Infobae.
Después de ese programa, la invitó al show que daba esa noche, contó y confesó que, tímida ante la propuesta, puso como condición ir acompañada de sus compañeros. Ninguno se perdió la velada y llenaron la primera fila del teatro. Luego fueron todos a cenar.
“Ya eran como las 4 de la mañana y él me untaba unas tostadas y me las daba. Un compañero me dijo ‘¡Tenés una atención especial!’… Yo lo tomaba como una cosa de caballero, porque él era muy fino, muy delicado. Me parecía que estaba bien lo que hacía”.
Esa noche, Laura y Astor se quedaron hablando hasta el amanecer y, antes de que ella huyera al ver la hora porque debía entrar a trabajar a las 7 de la mañana, intercambiaron de números de teléfonos. Él la llamó casi a diario durante un mes para concretar un encuentro a solas.
“En ese año hubo un brote de botulismo y un día me llamó y dijo: ‘¡Tenés que venir porque me dieron el departamento y como tenía hambre abrí una lata de Brie y me la comí…’ Yo como una tonta le digo:’¿Hizo puff?’, y él me dice: ‘¡Sí, sí! ¡Estoy envenenado! ¡Tenés que venir!’… Le dije que tenía que llamar a un médico y no a mí. A la noche vuelve a llamar para preguntarme si quería ir a cenar porque tenía la noche libre y ‘causalmente’ —enfatiza— yo no tenía que levantarme temprano al otro día. Charlamos toda la noche y después de eso no nos separamos más”, recordó Escalada, quien en 1976 se convirtió en la segunda esposa de Piazzolla.
Se mudaron a París, donde él ya se había establecido y era respetado. “En casa era un hombre tranquilo, encantador, muy amoroso, muy dulce; con diferentes edades: a veces tenía 6 años, a veces tenía 18 y a veces su edad cronológica. Era divertido, tengo un montón de fotos caseras en las que él se está riendo y cuando se reía lo hacía con todo el cuerpo, a carcajada batiente. Nunca conocieron, o no pudieron conocerlo, porque cada vez que veníamos a Buenos Aires era para discutir y no conocieron a ese Astor maravilloso”, dijo la mujer que estuvo a su lado hasta que la vida del compositor se apagó.
Siempre enamorada, lo describió como “un hombre de un espíritu muy joven que se levantaba contento y feliz de vivir. Astor era un príncipe, era un hombre refinado para todo. Me sorprendió porque era amante de los perros como yo. Siempre tuvimos perros. Tenía mucho amor para dar y yo tuve la suerte de recibirlo. Afuera era un hombre muy serio, pero en casa todo lo contrario”.
Para ella, la vida al lado de Piazzolla era la “vida normal de una pareja” en la que él pasaba varias horas trabajando frente al piano en lugar de ir a una oficina. ”Paraba al mediodía para comer algo y después seguía hasta las 5 de la tarde, a esa hora cerraba el piano. Después veía televisión, partidos de tenis, noticieros y vivíamos una vida normal de pareja, hablábamos mucho”.
Recordando qué dañó al hombre que amó, asegura que fue la crítica y la dureza con la que le recriminaban haberse atrevido a sentir el tango de otra manera. “Él mismo decía que ‘Se puede cambiar todo en la vida, menos la madre y el tango en la Argentina’”.
La angustia de que su música no fuera aceptada lo persiguió hasta el final de sus días. “La parte humana en la Argentina no la conocían o la conocían mal. ¡Cuando él venía, lo llamaban asesino del tango!”, lamentó Laura.
El recuerdo de Diana y Daniel, hija e hijo de Astor
“Discutíamos mucho, pero bien. Era jodido, porque en plena discusión se ponía a pensar en su música”, había contado la escritora Diana Piazzolla (1943-2009) sobre su padre en una entrevista que brindó en 2005. Y con ello resumió cómo funcionaba la cabeza del compositor pero también su corazón porque, contó, no le perdonó su mirada política y autocalificarse partidario de “la derecha” luego de que ella debiera exiliarse en 1974 en México tras sufrir el allanamiento de la casa que compartía con su segundo marido, detenido durante última dictadura por militar sindicalmente.
Diana había nacido en Buenos Aires en 1943 y tras ese exilio vivió en México hasta 1984. Allí publicó cuentos y en 1986, Astor, la biografía sobre la vida y obra de su padre (a pedido de él) editada en Francia. Fueron extensas horas de entrevistas, además de ser charlas entre padre e hija, que quedaron grabadas en 17 casetes. Siempre con método riguroso, como al compositor le gustaba.
Por esos días de encuentros pensados para dar luz al libro, la relación entre ellos cicatrizó un poco las heridas de la joven militante del peronismo luego de la cena con el general Videla de la que su padre fue parte. Piazzolla se excusó diciendo que lo había obligado, como a otros artistas, a asistir, pero Diana no le creyó del todo. Pese a eso decidió hacer borrón y cuenta nueva.
Daniel, nacido en 1944, estuvo alejado de su padre por 10 años, solo por opinar que estaba retrocediendo musicalmente. Pese a ello, tuvo la oportunidad de un reencuentro en junio de 1992 y pudieron celebrar juntos el último Día del Padre de Piazzolla, quince días antes de su muerte. (Astor había sufrido un primer infarto en 1973 y en agosto de 1990 sufrió una trombosis cerebral en París al caerse en el baño de un apart hotel parisino. Fue internado sin lograr recuperarse y fue trasladado a Buenos Aires el 12 de agosto).
Por esos días, Astor estaba mal de salud y no podía caminar, junto a su hermana lo visitaron y le regalaron un piyama. “¿Qué le podés dar a un tipo que está todo el día en la cama? Nos pusimos en la cabecera y le dijimos: ‘Le trajimos un regalo al mejor papá del mundo’. Él nos miró. Nos volvió a mirar. Hizo con la mano el gesto del no y se puso a llorar. Ese día fue terrible... Diana y yo quedamos aniquilados”, recordó en 2017 a la revista Clase Daniel Piazzolla.
Tras la distancia, ambos tuvieron su revancha y Daniel pudo disfrutar de su padre. “Lo abrazaba y lo besaba, mientras que él tenía medio cuerpo paralizado y no sabía bien quién era yo. A veces, me metía en su cama, él me miraba y sonreía. No sé si sabía que era su hijo... Pero me saqué las ganas por todos esos años que no estuvimos juntos”.
En esa entrevista también recordó los años de infancia y adolescencia, cuando Dedé les pedía a sus hijos casi que caminaran en puntas de pie porque Astor estaba componiendo. “Chicos, nos tocó esto. Es un genio. Tratemos de hacer el menor ruido posible”, recordó el hombre que actualmente se ocupa de que la obra de su padre no se olvide.