Implante de cerebro, cableado y siete goles
¿Fue cierto? No sólo el bulto que hacen los números suena inverosímil sino, sobre todo, el juego que los posibilitó. No hay memoria de hechos recientes que se asemejen a un triunfo en el que la holgura y la justicia confluyan de manera tan incuestionable como en la goleada 7-1 de Boca sobre Vélez en Liniers.
Todo comenzó (como comienza todo lo que comienza) con un cambio mental, digamos un implante de cerebro. Allí donde antes se sucedieron largas semanas de incertidumbre en la que el equipo pareció un desarmadero, ahora vimos determinación para apropiarse de la pelota y desprenderse de ella con velocidad y un gasto altísimo de movimientos.
De lo nuevo, además de la instalación de Maroni en el cuarteto del medio (relevo por la salida de Toto Salvio), se vieron interesantes combinaciones sorpresivas. Por ejemplo, que al retroceder Gonzalo M. en la recuperación, Cardona adelantara su posición para presionar junto a Tevez. Es decir que hubo un mapa para tener la pelota, y otro para conquistarla.
Que Cardona se quitara el sayo de plomo que en algún otro momento de la era de Miguel Ángle Russo lo comprometía demasiado en el retroceso, quitándole piernas para el juego y dejándolo en el asiento de atrás del equipo, le dio como nunca antes la posibilidad de mandar al momento de la conducción. Casi todas las relaciones entre líneas pasaron por el colombiano, que se dedicó a integrar lo que hasta hace pocos días, en la victoria ante Claypole por Copa Argentina, eran planetas perdidos.
Pero no es justo endiosar a un solo jugador, en este caso Edwin, aunque se lo merezca. Todos ante Vélez jugaron cableados a una misma usina que, posiblemente, cambie drásticamente la identidad. Ahora, al parecer, juegan los “compositores”, aquellos con sentido de orquesta cuando salen a la cancha. Hay que tener la pelota, moverse, jugar, romper líneas... No es tan difícil. Los goles, aunque no siempre se acumularán de a siete como ocurrió anoche en Liniers, vendrán solos.