Iker Casillas, respira
Se cree que nunca fuimos monógamos. Sólo el tres por ciento de los mamíferos se consideran monógamos y en términos biológicos la estadística cuenta, y mucho. Parece nuestra excepcionalidad achacable a la tradición judeocristiana que en realidad lleva solo unos pocos cientos de años ordenando las cosas del querer. Se supone que, para sujetarnos un poquito y mantener organizada la convivencia, convino emparejar de una y para siempre en aras a una mejor cría de los hijos, simplificar la gestión de la propiedad privada y optimizar el reparto de los recursos esenciales. Quizá gran parte de estos principios empiecen a quedarse realmente obsoletos. Quizá sea un primer paso para volver a ser monos la accesibilidad sexual, el coito aleatorio, la multiplicidad de género, o en general todos los matices de la teoría queer que rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales y fijas en lo que respecta al sexo, otorgando mucha más libertad, temporalidad y opciones a las relaciones humanas. Y como inevitable resultado de ello, un completo cambio al método de emparejarnos, convivir y reproducirnos. Pero, aunque pudiera ser involución, que sea bienvenida en cualquier caso. Al menos hasta que volvamos a vivir en los árboles esto va a estar mucho más divertido que antaño..
El amor inspira. Y espira. Nos hace respirar a todos. Que se lo digan a Iker. Que se lo digan a Sara. Digan lo que digan los antropólogos, hagan lo que hagan los bonobos, mirar a tu amor a los ojos pellizca lo más profundo de tus entrañas, te hace temblar la voz, te pone un nudo en la garganta. Hay veces que dura una noche, hay veces que dura una vida. Es una misteriosa ruleta que puede volverse rusa cuando el puñetero pellizco no acaba de sentirlo el otro. Ni idea de qué sienten los bichos cuando salen rechazados de los lances del cortejo. Puede que el dolor se acrecente solo cuando eres humano. Por eso me da mucha pena la separación de un congénere, sobre todo cuando has visto y has sentido, en este caso en directo, el pellizco del amor y su materialización en beso.
No pretendo justificar con teorías evolutivas inconexas y cogidas con alfileres la separación de Iker o el distanciamiento de Sara -desconozco los matices del origen del divorcio-. Pero da pena que hasta los matrimonios que crees indestructibles mueran y que una vez más no haya sido porque la muerte les separe. Tampoco alivia la pena el recuento demográfico, la contundente estadística, la alta probabilidad que tenían de no amarse para siempre, simplemente como el resto de nosotros.
Al menos, y de momento, no aparece el ruido añadido del porqué del desencuentro. Algo por lo que todos debemos estar agradecidos. Ojalá dure el silencio de dos personas prudentes que tampoco hicieron mucho por salir en las portadas y que merecerían respeto por la decisión tomada. Más allá de entenderla, más acá de justificarla, ojalá la marabunta contenga su habitual alborozo de revolcarse en lo sucio en horas de máxima audiencia. Ojalá que no aparezcan ni los audios ni los videos, ni mensajes, ni modelos, ni las listillas de turno que tratan de hacerse un hueco. Ojalá la sensatez, el decoro y el respeto se impongan en la noticia de una pareja que fue la envidia de media España y que en la mitad de su vida deciden, seguramente, ser la envidia de la otra media. Porque apuntando con números, tres de cada cuatro casados dicen sufrir matrimonio. Muchos quisieran permitirse la inmediata cura del divorcio para empezar otra vida. Sobre todo si de la nueva te quedan mínimo cincuenta años.
El amor inspira. Que se lo digan a Iker. Y expira. Que se lo digan a Sara.