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Hace rato que Boca juega mal

Esta vez no hubo milagros y el equipo de Russo perdió el invicto. Se lo vio desordenado, confundido y superado. ¿Qué opinará Román, tan crítico de River, de este juego anárquico y sin rumbo?

Antonio Serpa

TyC

Los milagros no son cosa de todos los días. Ni de todos los años. Algunos pasan sus vidas enteras esperando ese toque celestial que no llega. Boca se había acostumbrado a los milagros. Aquel 7-1 impensado a Vélez -buen equipo, puntero del grupo entonces y ahora- la noche en la que todo salió bien: dos goles de Maroni (!), Jara tirando paredes como si fuera enganche... Después, el planteo inteligente de Russo para minimizar a River en el que no hubo ayuda de arriba para definir pero sí en aquella última pelota que pudo significar la derrota. Contra Talleres, en cambio, la pelota dio en el palo y entró. Contra Talleres, Fabra volvió a ser el Fabra despreocupado de toda la vida y cuando el Cali Izquierdoz se lo recriminó, demostró que lo suyo es el ataque (una barbaridad el manotazo). Contra Talleres, Capaldo demostró que no es lateral, Maroni que no es conductor, Almendra que no se puede volver 500 días después como si nada, Campuzano que no tiene la voz de mando como para ser el 5 de Boca y Tevez que no puede jugar en modo Dios: armar juego y terminar de 9.


Aun así, Boca estuvo otra vez cerca del milagro. Incapaz de hacer un gol por mérito propio, encontró en un corner de Zárate una cabeza de Talleres para empatar el partido. Y después, en medio del desorden, hasta podría haberlo ganado si Rapallini cobraba el penal sobre Fabra. Pero lo perdió. Porque los milagros ocurren de tanto en tanto y porque no se puede ganar seguido jugando tan mal. "Hace rato que Boca juega mal", podría decir Román con la misma soltura con la que criticó el fin de semana pasado a River. En la intimidad lo sabe y lo dice, pero no para los micrófonos. Tal vez estaría bueno que lo gritara delante de todos, a ver si logra el efecto motivacional que consiguió en la otra vereda.

Después de mucho empatar, Boca perdió finalmente el invicto en la Bombonera -y en el torneo-. Es un necesario cachetazo de realidad para cambiar lo que haya que cambiar y para buscar un rumbo claro y definitivo. Hasta ahora, no se sabe a qué juega Boca. Si es defensivo u ofensivo. Si se mete atrás para salir de contra o por inseguridad. Si tiene un estilo propio o lo adapta al rival de turno. Puede pasar en un mismo partido, como esta vez, de jugar sin 9 a juntar tres delanteros (Villa-Soldano-Zárate) más Tevez de armador. ¿Anduvo mejor con esa formación que con la del primer tiempo? No. Fue a tratar de ganarlo de prepo, desesperado, desordenado, desbocado. Y casi siempre apostando a la segunda jugada -pelotazo del fondo- a falta de sociedades. Terminó derrotado contra un equipo que tiene ideas, que sabe ejecutarlas, que no perdió la calma ni ante la injusticia del empate.

Hay imágenes que marcan el desconcierto y la anarquía mucho mejor que mil palabras: Wanchope sentado afuera, a un costado, vestido casi con un pijama de lujo para irse a dormir, mientras la esperanza de gol de Boca era un muchacho que supuestamente es 9, que lleva tres goles en 39 partidos, que en junio también se irá y que tiene la rara habilidad de estar ubicado siempre adonde no va la pelota (no hace falta aclarar que es Soldano). La derrota invita a un sinceramiento. Boca tiene que reconstruirse casi de cero. Y si hoy está lejos de pasar la primera fase de este torneo de entrecasa, cuidado con la Libertadores. Todos esperan un buen mercado en junio. Pero hay que llegar a junio...


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