“La culpa es como una serpiente”: un secreto familiar de incestos y abusos sexuales estremece a Francia

La sociedad del país galo se enfrenta a una dolorosa reflexión sobre violaciones y a un ajuste de cuentas con las élites que lo han solapado

Durante décadas, Kouchner se sintió atrapada. “La culpa es como una serpiente”, escribe en La familia grande, un libro cuya historia de incesto y abusos es también el retrato descarnado de una prominente familia francesa. Era un “veneno”, una “hidra” de muchas cabezas, que invadía “todo el espacio de mi mente y mi corazón”. Hasta que sintió que no tenía más remedio que dejar constancia de lo indecible.

No fue fácil. Olivier Duhamel, su padrastro y el hombre al que acusa de haber abusado sexualmente de su hermano gemelo cuando eran adolescentes, estaba en la cúspide de la vida intelectual y cultural parisina antes de renunciar a todos sus cargos en vísperas de la publicación del libro de Kouchner.

Su madre, Évelyne Pisier, una destacada escritora que fue amante de Fidel Castro y que falleció en 2017, se había vuelto vehementemente en contra Kouchner por la acusación. La “familia grande” del título del libro era, por extensión, una cierta élite cultural francesa de izquierdas que había optado por proteger a uno de los suyos.

En resumen, Kouchner estaba tomando un gran riesgo.

“Bueno, Camille, tienes miedo a las repercusiones, pero si no hablas, ¿cómo puedes ser íntegra?”, dijo Kouchner, de 45 años, en una entrevista. “Si no hablas, dejas un mundo al revés. Tienes que arriesgarte porque tienes una pequeña oportunidad de decir a los que sufren que su sufrimiento no es en vano”.

Al tomar esa “pequeña oportunidad” ella ha causado lo que los franceses llaman affaire, una suerte de explosión político-cultural . La etiqueta #MeTooInceste (#YoTambiénIncesto) ha despegado a medida que decenas de miles de víctimas francesas rompen el tabú. El libro, publicado este mes, ha vendido más de 200.000 ejemplares. Varios amigos de Duhamel, entre ellos Élisabeth Guigou, ex ministra de Justicia, han renunciado a cargos importantes.

Olivier Duhamel estaba en la cúspide de la vida intelectual y cultural parisina antes de renunciar a todos sus cargos en la víspera de la publicación del libro de Kouchner (AFP)
Olivier Duhamel estaba en la cúspide de la vida intelectual y cultural parisina antes de renunciar a todos sus cargos en la víspera de la publicación del libro de Kouchner (AFP)

El presidente Emmanuel Macron ha acudido a Twitter a aplaudir la liberación, por “la valentía de una hermana que ya no podía callar”. Condenó “un silencio construido por criminales y sucesivos actos de cobardía”.

“Es realmente abrumador”, dijo Kouchner, abogada y profesora universitaria, con una voz tranquila, casi autocrítica, que tiende a enmascarar su decidida franqueza. Su mirada es franca y directa. “Estoy muy contenta con el movimiento #MeTooInceste, no tanto porque la gente hable —muchos ya lo habían hecho— sino porque se les escucha”.

Sin embargo, continuó, su principal objetivo no es político sino literario, un intento de describir la agonía de su propia evolución. Como descendiente por parte de su madre de un fascista francés antisemita, y por parte de su padre de antepasados masacrados en Auschwitz, tuvo que forjar su propia identidad desde muy joven. Cuando tuvo su propio hijo, se dio cuenta de que no podía callar sobre Duhamel por miedo a que volviera a atacar.

También tuvo que enfrentarse a la extraña complicidad de su madre. Cuando le preguntaron por qué había escrito el libro, Kouchner respondió: “Porque mi madre está muerta”.

Su madre tenía muchas facetas: la intelectual juguetona a la que Kouchner adoraba; la mujer que se entregó a la bebida tras los suicidios de sus padres; la madre sufridora cuya hermana, la actriz Marie-France Pisier, también murió en un aparente suicidio.

También fue la madre feminista que no dijo que no en Cuba cuando Castro —en un clásico despliegue machista— mandó un carro para recogerla; la madre que dejó al padre de Kouchner, Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras y más tarde ministro de Asuntos Exteriores francés, porque “eligió salvar a otros niños, no a los suyos”.

De muchas formas, la madre de Kouchner es la figura central del libro, amada y luego distanciada. Évelyne Pisier se puso del lado de Duhamel, al menos con el silencio, cuando tuvo que enfrentarse en 2008 a la acusación de que, dos décadas antes, su segundo marido había abusado sexualmente del hijo de ella cuando tenía 14 años.

Hacia el final del libro, en un pasaje sobrecogedor, la autora cita a su madre diciendo: “Si hubieras hablado, podría haberme ido. Tu silencio es tu responsabilidad. Si hubieras hablado, nada de esto habría ocurrido. No hubo violencia. Tu hermano nunca fue forzado. Mi marido no hizo nada. Es tu hermano quien me engañó”.

(AFP)
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Así se transfiere la culpa, asumiendo múltiples rostros. Así el crimen enterrado hace metástasis. Así es como un secreto largamente guardado cobra su inexorable medida de sufrimiento.

Kouchner, cuyo hermano le hizo jurar que no diría nada cuando le contó por primera vez lo que había sucedido, escribe que llegó a la conclusión en la edad adulta de que “mi culpa es de consentimiento. Soy culpable de no haber detenido a mi padrastro, de no haber entendido que el incesto está prohibido”. (Según la legislación francesa, el abuso sexual de un padrastro sobre un niño se considera incesto).

Su sentimiento de culpa se agravó con la acusación de su madre de que su silencio era el verdadero delito. Por encima de todo acechaba un terror particular: en una familia de múltiples suicidios, nunca se podía descartar que su madre estuviera dispuesta a quitarse la vida. Al final murió de cáncer.

“Mi madre invirtió las responsabilidades, invirtió los papeles”, dijo Kouchner. “Se convirtió en la víctima de mi decisión de no hablar. Y cuando hablé, me acusó de querer arruinar su vida. Le dije: ‘entonces, ¿debo hablar o no? Sea lo que sea que haga está mal’”.

¿Y Duhamel? “Mi madre lo confrontó, y creo que al final construyeron una historia para intentar absolverse, para ocultar la violencia de todo el asunto”.

Ahora parece que no se puede contener el affaire. Duhamel, de 70 años, ha contratado a un destacado abogado para que lo defienda. No ha dicho nada desde su renuncia este mes como jefe del organismo que supervisa la renombrada universidad Sciences Po.

Ha quedado claro que Duhamel se benefició del silencio de muchos en su círculo de amigos de París, un patrón recurrente en los casos que involucran a hombres poderosos. Jean Veil, destacado abogado de París, y Frédéric Mion, director de Sciences Po, han reconocido que conocían las acusaciones de abuso sexuale, pero no tomaron ninguna medida contra Duhamel.

Este mes, en París, en una pared se leía “Duhamel y los demás, ustedes nunca tendrán paz”. AP
Este mes, en París, en una pared se leía “Duhamel y los demás, ustedes nunca tendrán paz”. AP

El hermano de Kouchner, llamado “Victor” en el libro, ha presentado por primera vez una demanda contra Duhamel. El fiscal francés abrió una investigación por violación de un menor y agresión sexual. Una comisión oficial que investiga el incesto ha sido reforzada con el nombramiento de dos nuevos copresidentes.

“Que guarde silencio es lo decente”, dijo Kouchner sobre Duhamel. “Porque en realidad, él me hizo callar durante muchos años. No directamente. Pero aun así, nos destrozó. Hasta que en un momento dado dije: ‘¿Por qué me quedo callada? ¿Qué es este secreto que no es un secreto, este secreto que preserva un verdugo?’”.

¿No es “verdugo” una palabra fuerte? “Ah, nos hizo mucho daño”, dijo Kouchner. Señaló que es poco probable que Duhamel se enfrente a un castigo debido al término legal de prescripción de Francia, una de las razones por las que quería un testimonio “indeleble” que sus hijos y nietos pudieran leer.

Sus descendientes tienen mucho que reflexionar. La evocación que hace Kouchner de los días de verano en la propiedad familiar de la Costa Azul es poderosa en su evocación de un falso idilio: tenis, comidas, Scrabble, vino, risas, así como baños desnudos en la piscina, tocamientos por debajo de la mesa y burlas a las restricciones sexuales burguesas.

“Está prohibido prohibir” era el lema de estas reuniones familiares, escribe. Su abuela le explicó cómo tener un orgasmo sobre una bicicleta o un caballo.

Todo el tiempo, una serpiente acechaba, en esta familia y más allá de ella. Kouchner cita un dicho muy querido por su padre Bernard: “Entre el fuerte y el débil, es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Observa: “Yo descubriría el pleno significado de eso”.

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