La criatura de hoy: Putin
Una descripción de un personaje político que fue agente de inteligencia, militar y hoy está al frente de Rusia
Aquí, en la periférica, codiciada y decadente Argentina, nos da una imagen familiar. Tal vez porque desde Moscú se produjo la vacuna casi imaginaria entre nosotros Sputnik V, donde se espera y se confía en su crecimiento, pero el proceso es largo y no llega en cantidad para lo que se necesitaría: gente grande, esenciales, quienes llevan enfermedades previas y crónicas, trasplantados, pacientes oncológicos, médicos, enfermeros, camilleros...
La rabiosa lucha de facciones acerca de la vacuna conseguida en Rusia, santa y milenaria Rusia, hace del país una de sus miserias: ¿Quién puede preservar la inocencia si la oligarquía de turno ha puesto el hombro sobre cualquier protocolo, supongo que se debe decirse así? Nadie. Ocurre aquí y ocurre en muchos lugares del planeta.
Vladimir - recibió el nombre de Lenin, como correspondía- y no se sabe de episodios de bullying sobre los tiempos escolares ni los universitarios, aclaremos que es abogado, debido a que el apellido Putin lleva consigo la raíz de la palabra pene: algunos bravos del fútbol no lo desperdiciaron en metamorfosis persistente y barrial.
Tal que la madre, no la Santa aunque también, la señora lo parió hace 68 años cuando la martirizada Leningrado asediaba, sitiaba aquella prodigiosa - recobrada San Petersburgo - el ejército alemán derrumbaba la URSS. Asiento predilecta de la monarquía zarista, infierno en la Tierra, crujir de dientes y lucha como fuera para no entrar al fin del mundo que iba a desatarse.
La guerra agonizaba y el eje nazi estaba perdido: Vlad - si me permiten - sobrevivió. Y lo hicieron los padres hasta más allá de los noventa. Siempre cerca de su escritorio, porque tiene uno para sus esfuerzos y cálculos, en el centro con un retrato de la madre. Durante los indescriptibles hechos del sitio de Leningrado, cuenta, la señora le dijo: “Luchar hasta el fin, sí. Pero sin odio. Ellos son también trabajadores jóvenes militarizados y llevados al frente”. Buenas palabras, difíciles de instilar.
“Quien no siente nostalgia de la Unión Soviética no tiene corazón. Quien intente restaurarla no tiene cabeza”.
El amigo Putin, conocedor de los lados del mostrador- si es que hay solo dos hoy en día - fue reclutado por agentes secretos para integrarse al KGB, comité de la seguridad del Estado. Ya se inclinaba hacia los artes marciales- prefiere y exhibe el judo, experto en tironearle la ropa al otro y tirarlo- , y se hizo oficial de inteligencia cuando en la época mandaban – y cómo- los jerarcas con sus sombreros, sus abrigos, sus besazos en la boca y cierta capa blanca en los hombros, mitad nieve mitad caspa.
Oficio con un grado militar desconocido, espiaba en otros países y en el interior de la URSS: ¿Han visto esas fotos donde aparecían unos tipos y luego quedaban sin aparecer? Eran los presuntos traidores que las olas sucesivas de paranoia soltaban Stalin. Chau.
Es decir, Vlad nunca tuvo democracia. Rusia nunca la tuvo. Es otra historia, sin Revolución Francesa, sin Iluminismo, sin psicoanálisis y esas pavadas. Sin embargo, ni hablar, conoce esos factores de la historia. Solo que sabe cómo manejar un timón histórico, tanto que lo llevarán con sus días para siempre: nuevas leyes le permitirán ser vitalicio y sin que nada ni nadie pueda demandar a nadie nunca.
Intocable, pero nunca sin enemigos, faltaba más. El más reciente, Alexei Navalny, periodista de redes y blog, abogado también, víctima de veneno y protegido por Angela Merkel, regresó para ser encarcelado sin más. Sigan zumbándole los del grupo- ¿colectivo es ahora?- Pussy Riot, diez artistas punk línea grrr, como suena, muy LGTB que usan ropas extraordinarias, juegan al feminismo lésbico y se comieron dos años de cárcel. En cuanto a Navalny, ni sueñen con un tipo con la boina calada al estilo del Che: es ultraconservador y nacionalista y su ataque al buen Vlad es por corrupción y crímenes. Que hay varios en la lista de envenenados y otros juegos.
Helado como un cubito (de hielo) y laberíntico como un cubo (de Rubik), Vladimir se hace tiempo para todo. Casado y divorciado de la guapa Liudmila, con dos hijas potentes, una endocrinóloga pediátrica y una empresaria y deportista, más algunos nietos, su pareja y amante- la ley rusa prohíbe difundirlo- la gimnasta olímpica Alina Kabaeva.
El es así. Para sus cumpleaños suele tocar al piano y cantar la famosa Blueberry Hill, de Fats Domino. No supera al original ni a la versión de Elvis, pero lo hace . Y lo hace bien. Qué tremendo Vlad. Qué criatura.