“El sobrinito de Rocabado”

ADOLFO MIER RIVAS       

Cruzó el corredor casi silenciosamente y se perdió en nuestra futura sala de redacción, mientras tomábamos sol. Me refirió al grupo que “se quemaba las pestañas”, ideando un perfil que nos haga una radio distinta.

Les hablo de radio Centro. Y lo que cuento ocurrió en enero de 1964.



Es “el sobrino de Rocabado”, según dijeron. Esa era la referencia que teníamos del joven recién llegado, cuando la radio estaba en proceso de gestación.

El que sí sabía quién era “el sobrinito” era Hector “Pincho” Mejía que reclutó a su primer reportero. Era un muchacho muy joven que hacía sus primeras letras en el El Mundo –que estaba en la Plaza Barba de Padilla–, un matutino que se editaba con tipografía a pulso y se imprimía a plomo.

Era José Nogales Nogales, el sobrinito de Rocabado, que luego selló su nombre como una firma de prestigio, honestidad y consecuencia en las palestras del periodismo.

Su nombre, dicho a través del micrófono sonaba firme, como era él, pero al muy poco tiempo, en la redacción solo le decíamos “Chechi” que no significa que es, pero era muy familiar y lo pronunciábamos con mucho afecto. Así, la redacción inicial de la Centro que dirigía el Pilincho Oropeza, estaba integrada por el Pincho Mejía, el Mili Eterovic, el Patato Méndez, el Oso Mier y el Chechi Nogales.

De José Nogales Nogales, seguramente muchos colegas van a remarcar su semblanza y su obra, porque de su carrera, yo estuve solo 20 años trabajando con él, hasta que la musa del teatro me llevo a otros campos y otras tierras.

Lo que quiero recordar es que, al poco tiempo de eso reapareció Los Tiempos, al que ingresé como reportero y luego de un lapso ya tuve la responsabilidad de ser jefe de redacción de un periódico moderno y de difusión nacional. Para reforzar mis filas me llevé a Chechi y con él seguí en la brega de escribir la historia diaria de nuestro pueblo.

Dejamos ambos Los Tiempos para ser parte de Clarín, un tabloide creado por Lalo y Feny Canelas, que trató de dejar la línea seria de nuestro vecino de enfrente y, con una amplia libertad y confianza, estuvimos a nuestras anchas en nuestra irreverencia, pero con la objetividad profesional, que requería el proyecto periodístico, rodeándonos de un grupo de excelentes reporteros/redactores

Trabajamos como directores del matutino, siempre frente a frente, en todo sentido. A veces no coincidíamos, manteníamos nuestras doctrinas políticas para la hora del café, pero pese a las diferencias nos unía el ser wilstermannistas y, sobretodo, el respeto mutuo. Fue un código sin escribir, que nunca lo traicionamos, ni siquiera cuando nos atrincherábamos en nuestras posiciones.

Cuando ya pasaron los años volví a Cochabamba con mi show Y, vez que actuábamos, él siempre estaba en la sala. Nunca falló para apoyarme, me lo dijo y siempre sentí su presencia. La volví a sentir, la pasada semana, cuando después de muchos años le envié sin saber nada de su salud, un mensaje “Hola Chechi: ¿Cómo estás?”.

La última vez que nos vimos, fue hace un par de años. Estaba yo sentado en las gradas que dan a la calle 25 de Mayo, en el Cesar Plaza Hotel, y pasaba Chechi. Me saludó y, para hacer lo mismo quise parame y no conseguí hacerlo. Él me dio su brazo para ayudarme y ambos terminamos en el suelo.

Nos reímos un buen rato. Nos dimos cuenta de que había pasado mucho tiempo. Ahí, vieran: dos viejos periodistas tirados en la calle, muertos de risa.

Así lo recuerdo ahora. Pero estoy muy triste. 

El autor fue colega del periodista José Nogales Nogales, fallecido el viernes último

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