“Kodokushi”, la epidemia silenciosa que atormenta a Japón: una ola de muertes en absoluta soledad
Miles de personas que viven aisladas de sus entornos sociales mueren solas y pueden pasar semanas, meses o años sin que nadie se entere. Un fenómeno que preocupa cada vez más a autoridades y ciudadanos
Durante tres años, el cuerpo del hombre permaneció ahí, tirado en el piso del departamento ubicado en un complejo de viviendas públicas en Chiba, a 40 kilómetros de Tokio. Tan aislado estaba que nadie se dio cuenta de su muerte, hasta que en el 2000 se agotó el dinero de su cuenta bancaria, de la que se debitaba todos los meses el pago del alquiler y de los servicios. Cuando fueron a buscarlo, de su cuerpo apenas quedaban los huesos.
El caso puso en el centro del debate público al kodokushi, que en japonés quiere decir “muerte solitaria”. Las víctimas son personas que viven solas y desconectadas, que mueren en sus casas ante la indiferencia de su entorno, que puede tardar semanas, meses o incluso años en enterarse. Es un fenómeno del que hay registros al menos desde la década de 1970, pero que en los últimos 20 años se convirtió en una epidemia silenciosa.
No hay estadísticas oficiales que permitan cuantificar el kodokushi. Pero una investigación publicada en 2011 por el instituto NLI estimó que cada año mueren de esta manera entre 8.000 y 26.000 personas en Japón. El año pasado, una encuesta de la Oficina del Gabinete japonés reveló que al 50,7% de los mayores de 60 años que viven solos les angustia la posibilidad de terminar así.
“La población japonesa sigue envejeciendo y muy a menudo los adultos mayores viven solos, ya que sus cónyuges han muerto y sus hijos viven en otro lugar. Algunos siguen manteniendo contactos sociales, pero otros no, y pueden morir sin que los demás se den cuenta durante semanas. En una sociedad con una baja tasa de natalidad y una población envejecida, este problema parece inevitable, aunque creo que los medios de comunicación japoneses le han dado demasiada significación, ya que muchas personas sienten realmente terror a morir solas”, dijo a Infobae Gordon Mathews, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad China de Hong Kong.
Si bien el incremento de la soledad y el debilitamiento de los vínculos familiares y sociales son procesos globales, hay distintas razones por las que se viven con mayor intensidad en la sociedad japonesa. Una de ellas es que tiene la población más envejecida del mundo. La expectativa de vida al nacer es de 84,1 años, una marca superada solo por Hong Kong, donde es 84,6.
Este factor está directamente relacionado con la incidencia creciente de la demencia, que afecta a cerca de 5 millones de japoneses. Esta es la principal razón por la que en los últimos meses cobró notoriedad una versión más impactante del kodokushi: cuando quien muere vive con otra persona, pero su cuerpo pasa igual varios días sin ser descubierto, porque su conviviente no se entera o no está en condiciones de reportarlo. Según el periódico Mainichi Shimbun, se produjeron al menos 538 casos en Tokio y Osaka entre 2017 y 2019.
“Este fenómeno se hizo notable durante las últimas dos o tres décadas en Japón. La causa principal es el envejecimiento de nuestra sociedad y la disminución de la tasa de natalidad. Las víctimas son típicamente hombres mayores que viven solos en áreas urbanas, como Tokio. Faltan capitales sociales, como la fiabilidad, la reciprocidad y las redes entre los miembros de las comunidades locales. Estamos obligados a reconstruir un sistema social que se ajuste a esta población envejecida”, sostuvo Yasuyuki Fukukawa, profesor de la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Waseda, en diálogo con Infobae.
Del hikikomori al kodokushi
La comparación de la pirámide de población de Japón actual con la de 1950 impresiona un poco. El 47% de los japoneses tienen actualmente más de 50 años, un segmento que en 1950 representaba apenas el 15 por ciento. Casi el 22% tiene ahora más de 70 años, cuando antes no llegaban a ser el tres por ciento.
La contracara del envejecimiento es la natalidad decreciente. Siete décadas atrás, el 35% de los habitantes del país eran niños de menos de 15 años, que hoy apenas superan el 12 por ciento. Los menores de cuatro, que eran la franja dominante, representando el 13%, ahora suman el 3,8% y son superados por todas las categorías etarias que se ubican entre los cinco y los 85 años.
El kodokushi es el resultado de la combinación de que la edad promedio de la población haya aumentado al mismo tiempo que se debilitaron los lazos familiares. El indicador más fuerte de este proceso es que cada vez más gente vive sola. En 2015, el 35% de los hogares tenían un solo ocupante. A principios de siglo eran el 27 por ciento, lo que revela un importante crecimiento en los últimos años.
La antropóloga Anne Allison, profesora de la Universidad de Duke, se especializa en cultura japonesa y es una de las personas que más estudió este fenómeno. “Este es un problema creciente debido al debilitamiento de los vínculos familiares —dijo a Infobae—. Creo que es algo más profundo en Japón porque, después de la guerra en los años 40, lo que había sido una organización familiar extendida en el campo cambió sociológicamente con las grandes migraciones urbanas y la reducción a la familia nuclear. La gente mantenía otros lazos sociales: los hombres con sus empresas y las mujeres con otras madres en el vecindario. Pero la unidad social básica era la familia nuclear. Con el estallido de la burbuja económica a principios de los 90 y el viraje a un mercado de trabajo más irregular, los antiguos lazos de familia, matrimonio y empleo también cambiaron. Las víctimas de muerte solitaria tienden a ser hombres de 50 y 60 años, desempleados y alejados de su familia. Pero, a medida que disminuyen las parejas y la población envejece, más y más gente vive y muere sola, así que el kodokushi se ha convertido en una posibilidad para casi todo el mundo”.
Vivir solo no significa vivir aislado, está claro. Pero para muchos japoneses es cada vez más así. Por un lado, pierden el vínculo con su propia familia. No es infrecuente que hermanos y hermanas, e incluso que padres e hijos dejen de hablarse con el paso del tiempo. Por otro lado, hay un número importante de personas a quienes les cuesta hacer amigos y tener una vida social por fuera del trabajo. De modo que cuando se jubilan quedan literalmente solas.
El aislamiento social extremo se conoce en Japón como hikikomori, que se traduce como “hacia adentro”. El término se acuñó originalmente pensando en jóvenes que deciden abandonar toda interacción social y pueden pasar meses encerrados en sus dormitorios. Pero también se ve en gente más grande, que no sale de su casa por nada. Cuando se da en adultos mayores, puede terminar en kodokushi.
“Las causas de las muertes solitarias son diversas, pero una especialmente importante es el hikikomori, una forma de retraimiento social patológico que se prolonga durante más de seis meses. Más de un millón de personas lo padecen en Japón, pero también hay casos en otros países, lo que hace que sea un problema de salud mental global. Creo que la prevención del hikikomori está directamente vinculada a la solución del kodokushi. El aislamiento social puede inducir a la soledad, lo que fácilmente lleva a sentimientos depresivos y de ansiedad, y aumenta el riesgo de suicidio. Supongo que las muertes solitarias son una forma de suicidio pasivo por hikikomori. Además, la sociedad japonesa tiene un fuerte sentido de la vergüenza, que arrastra fácilmente a las personas a la soledad para evitar situaciones embarazosas”, explicó Takahiro A. Kato, profesor del Departamento de Neuropsiquiatría de la Universidad de Kyushu, consultado por Infobae.
Estas tendencias, que están presentes en la mayor parte del mundo desarrollado y que son resultado de profundas transformaciones económicas y sociales a nivel global, se potencian en Japón por cómo se conjugan con determinadas facetas culturales. El Budismo Zen acuñó el término gaman para referirse a la cualidad de “resistir lo intolerable con paciencia y dignidad”, algo que se convirtió en un rasgo de carácter de muchos japoneses.
Wolfram Manzenreiter, profesor del Departamento de Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Viena, remarca las consecuencias que tiene este fenómeno sobre la autopercepción de los japoneses. “La imagen que la sociedad japonesa tiene de sí misma como comunidad se ve amenazada por el creciente número de casos de personas aisladas de los demás miembros de su familia o de un vecindario que les brinde apoyo. Otro aspecto muy apreciado por los japoneses es no ser una carga para los demás y evitar una relación desequilibrada entre dar y recibir. Desde la perspectiva de las personas que viven solas, ser una molestia, incluso después de la muerte, no es una idea reconfortante. Las encuestas de opinión muestran que es una fuente considerable de ansiedad entre los mayores”, dijo a Infobae.
Una vieja cultura de tolerancia ante la adversidad, que concibe como una virtud resistir con estoicismo, sin quejarse, lleva a algunas personas a no pedir ayuda a otros ante los problemas. Eso contribuye al retraimiento de quienes prefieren no contar a sus conocidos que están angustiados o sufriendo, porque lo considerarían una muestra de debilidad y una forma de importunarlos.
“Lamentablemente, la muerte solitaria ha ido en aumento en Japón. Aunque no hay una sola causa para ello, se ha señalado el empleo precario, en contraposición al trabajo tradicional japonés de por vida, como causa del creciente número de personas solteras que nunca se casan ni tienen familia. La soledad suele considerarse una cuestión individual, pero en realidad es social, tanto en sus causas como en sus consecuencias. Los estudios epidemiológicos muestran que está asociada con enfermedades cardíacas, cáncer, depresión, diabetes y el suicidio. En términos de mortalidad, la soledad es equivalente a fumar 15 cigarrillos al día, y se está convirtiendo en una pandemia mundial, especialmente en las sociedades industrializadas”, dijo a Infobae Chikako Ozawa-de Silva, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Emory.
Una epidemia difícil de contener
El kodokushi se volvió algo tan frecuente en Japón que hasta se desarrolló una incipiente industria alrededor. Hace diez años, la revista Time entrevistó a Taichi Yoshida, dueño de una empresa de mudanzas que en determinado momento se dio cuenta de que la mayoría de sus clientes eran familiares de personas que habían muerto solas, que lo contrataban para que vaciaran sus casas.
Eso lo llevó a cambiar el objeto de su empresa y a refundarla como una firma especializada en la limpieza de domicilios desocupados por el deceso de su dueño. Según el relato de Yoshida a Time, lo más desagradable era tener que limpiar las manchas que quedaban en pisos, alfombras y camas, en los casos en los que el cadáver había sido encontrado en estado de descomposición.
Pero el sector privado no sólo registró el fenómeno y empezó a tratar de obtener un beneficio económico. También hay compañías que se sumaron a las recientes estrategias de distintos gobiernos para mitigar el problema.
Kohei Suzuki, profesor del Instituto de Administración Pública de la Universidad de Leiden, destaca lo mucho que avanzaron las autoridades en algunos lugares. “No creo que el gobierno y la sociedad japonesa estén indefensos ante este problema —dijo a Infobae—. Históricamente, Japón ha disfrutado de una vibrante sociedad civil de base. Hay varios tipos de grupos ciudadanos, incluyendo asociaciones de vecinos, grupos de jóvenes y ancianos, y otras formas de voluntariado comunitario. Hay varios municipios que están apelando a iniciativas conjuntas público-privadas para combatir el aislamiento. Por ejemplo, la ciudad de Okazaki. También está el caso de Adachi, uno de los 23 distritos especiales de Tokio, que puso en marcha un proyecto de tolerancia cero al aislamiento. Hay una colaboración activa entre los gobiernos locales y los ciudadanos en muchos otros lugares de Japón”.
El municipio de Okazaki convocó a negocios barriales y pequeñas empresas de servicios para que faciliten la entrega de productos a los adultos mayores que no pueden salir de sus casas. Más allá de la ayuda concreta, es una forma de reforzar la presencia, con recorridas por los domicilios que pueden servir para detectar si hay personas enfermas que no irían por su cuenta al médico.
También hay esfuerzos comunitarios. Por ejemplo, hay organizaciones barriales que, con la ayuda de voluntarios, invitan a las personas más aisladas a salir de sus casas y a juntarse con otros que están en la misma situación, para realizar actividades.
“Es mucho lo que pueden hacer y ya están haciendo los gobiernos locales y las organizaciones de gestión regional, como los consejos vecinales, para comprobar cada semana si están bien los mayores de la comunidad, en particular si viven solos. En algunas zonas, el servicio postal también se encarga de pasar durante sus rutinas. En otros lugares se recurre a las telecomunicaciones modernas, como aplicaciones de celular y videollamadas para mantener una línea de comunicación constante con las personas que viven en zonas remotas del distrito o que están aisladas por cualquier motivo”, contó Manzenreiter.
Son intentos de regenerar, al menos parcialmente, los lazos sociales que se rompieron. Quizás sea algo imposible de conseguir, pero vale la pena tratar.