River rescató un punto en el tiempo agregado
River se plantó como siempre y erró como casi nunca: sus errores en las dos áreas lo complicaron ante un rival diezmado que hizo lo que pudo. El gol de Díaz sobre la hora trajo alivio.
Olé¿Es un buen resultado el que se llevó River del Arena da Baixada? Depende del cristal con el que se lo mire: el empate con goles de visitante nunca está mal en estas paradas de Copa, la especialidad de la casa, y más si estabas perdiendo y llevás la cosa a tablas al minuto 90, pero la sensación que quedó fue que en el global River mereció mucho más. Que tuvo una falta de definición preocupante: sin ella el partido se le hubiera hecho muy cómodo, incluso en la cancha de papi en la que jugó este martes.
Acaso la grama híbrida en la que debió hacer pie el equipo haya influido en la zona del campo en la que más fineza se necesita, pero por momentos pareció que faltó confianza. El partido de Suárez fue una figura -la parte por el todo- que aplicó al equipo: todo muy bien hasta el último toque. El último naipe del castillo siempre es el más difícil de poner, pero en cualquier caso lo importante es evitar que todo se derrumbe. Y River no lo hizo: tuvo perseverancia para chocar con sus propias limitaciones en la zona de fuego. Y ni siquiera se vino abajo con un gol out of context del diezmado Paranaense gracias a un Walter que aportó peso -en todos los sentidos posibles- en el ataque del conjunto de Autuori en el segundo tiempo, que arrastró su marca y así desbloqueó la zaga de Pinola y un Paulo Díaz que dejó un hueco para que el también ingresado Bissoli la clavara con el tiempo de Palermo en el 2000 contra un palo de un Armani que debió dar un paso adelante para achicar el arco.
Gallardo dijo que empezaba la hora de la verdad. Y la verdad es que su equipo casi nunca te deja a gamba en estas instancias, que sostiene una idea, también su ambición. Pero la verdad también es que en la Copa Libertadores los errores se pagan en libras esterlinas, en las dos áreas: haber jugado 45 minutos iniciales en campo rival sin punch no sirve de mucho si la primera jugada en la que te llegan es gol. Lo bueno, en todo caso, es que hay una base de la que agarrarse, que el ingreso de Sosa a la mitad de la cancha le dio dominio territorial. El pibe tuvo un muy buen partido en términos individuales, pero desde lo colectivo le quitó algo de sorpresa al ataque (no es su culpa, claro, sino sus características): faltó un volante que llegara de frente al arco por sorpresa, que rompiera un poco más por adentro. Ése no fue Sosa: de hecho, debía ser Nacho Fernández, algo más suelto y adelantado por la movida táctica de MG. Aún más participativo que en los últimos partidos, NF no se acerca al nivel por el que había unanimidad en ponerle el cartel del mejor del fútbol argentino. De La Cruz, que se sacrificó mucho y bien en la recuperación rápida tras pérdida tampoco mostró la misma lucidez para desbordar o encontrar huecos cuando tuvo la pelota en los pies. Borré se recuperó del coronavirus, pero en la cancha siguió aislado: Rafa no entró nunca en sintonía, casi nunca resolvió rápido de espaldas al arco ni marcó pases con las diagonales que lo llevaron a ser el goleador de este ciclo.
En esos nombres podría explicarse la patología de un equipo sin eficacia. Así y todo, una buena noticia fue el ingreso de Carrascal: más allá de su cabezazo al travesaño (digamos todo: River tampoco ligó) el colombiano se tuvo la confianza que le faltó al resto para encarar y romper a una defensa que tenía en Thiago Heleno una muralla: el gigante sostuvo a un equipo menguante que hizo lo que pudo después de perder a varios de sus mejores valores antes y durante el juego, con la expulsión de Reinaldo. El gol de (San) Paulo Díaz en el final se acercó un poco más a una verdad que River conoce bien.