Qué puede cambiar y qué no en los Estados Unidos con Joe Biden como presidente
El candidato del Partido Demócrata ganó una elección mucho más pareja de lo que se esperaba. Por su personalidad y sus antecedentes, encarna una forma de ver y entender la política radicalmente distinta a la de Trump, pero no le resultará fácil impulsar muchas de las reformas que pretende el ala izquierda de sus votantes
Los estilos, las personalidades, las formas de comportarse en la escena política no podrían ser más contrastantes entre el presidente que se va y el que llega a la Casa Blanca. Esa diferencia, que ya se nota y que se acentuará a medida que comience una transición que se espera tortuosa, es sin dudas lo que marcará el ritmo de los primeros días del gobierno de Biden.
Por supuesto, también se espera que haya cambios importantes en materia de políticas públicas. Las prioridades que Biden y el Partido Demócrata plantearon en la campaña son muy diferentes a las que tuvo Trump en sus cuatro años como presidente, al igual que el enfoque de cada uno ante los grandes temas. Pero es cierto que la capacidad del flamante gobierno de poner en práctica muchas de las transformaciones que prometió no dependen solo de su voluntad. Un Congreso que amenaza con seguir trabado en muchos aspectos y la Corte Suprema más conservadora en mucho tiempo pueden ser un obstáculo infranqueable para esos objetivos.
Y también hay muchas cosas que no van a cambiar, porque ni siquiera dependen del poder político. Las elecciones no solo sirvieron para cambiar al inquilino de la Casa Blanca, también para evidenciar que el país sigue profundamente dividido. Lo apretado del resultado, incluso con una afluencia récord de votantes, revela que así como una mitad de la población parecía decidida a sacar a Trump como fuera, la otra mostró sentirse muy representada por el líder republicano. Esa división, que promete quedarse muchos años más, impregnará todas las decisiones de gobierno en el período presidencial que se abrirá el próximo 20 de enero.
Otra forma de ejercer el poder
“Una batalla por el alma de la nación”, fue el eslogan de campaña que llevó a Biden a la presidencia. El mensaje era claro: “el alma de la nación” estaba en juego porque Trump lo puso en peligro, por su forma de ejercer el poder. Lo que ofrecería Biden es, entonces, más allá de las políticas que implemente, un gobierno que respete los que considera son los valores fundamentales de los Estados Unidos y de las democracias liberales.
“Hay algunas cosas que Biden puede cambiar solo por el hecho de ser una persona diferente de Trump. La civilidad es una. Trump se burla y demoniza a sus oponentes políticos. Socava activamente la confianza en la prensa e incluso en la administración pública del gobierno que preside. Promueve la desinformación y las teorías conspirativas como táctica política central. Desprecia abiertamente la ciencia y las normas convencionales para determinar lo que es verdadero y lo que es falso. Biden rechaza todas esas prácticas. Con su elección, la presidencia ya no será la fuente principal de estas toxinas en nuestro discurso político nacional”, explicó John Carey, profesor de gobierno del Darmouth College, consultado por Infobae.
Se puede estar de acuerdo o no con esa interpretación de la realidad, pero no hay dudas de que en las formas –que en democracia son tan importantes como el contenido de las decisiones que se toman– estará el mayor contraste entre Biden y Trump. El más visible y repentino. En lo único en lo que están de acuerdo ellos mismos y sus respectivos seguidores es en que son opuestos en ese sentido.
“Biden tratará de revertir lo mucho que fue cambiado por o como resultado de Trump. Procurará, y hasta cierto punto logrará, unificar en lugar de dividir a los estadounidenses; restablecer el civismo en el discurso público, respetar la ciencia en lugar de descartarla cuando entre en conflicto con sus preferencias políticas, en particular en lo que respecta a los peligros que plantean el covid-19 y el cambio climático; y restablecer la confianza en el gobierno y en los procedimientos jurídicos tradicionales, en lugar de criticar al ‘estado profundo’”, dijo a Infobae Mark J. Kesselman, profesor emérito de gobierno de la Universidad de Columbia.
Economía, salud, ambiente y migración
Las formas serán diferentes, pero el contenido también, sin dudas. El moderado Biden tuvo serias dificultades a principios de año, cuando intentaba hacer pie en las disputadas primarias demócratas, para no mostrarse demasiado conservador en un partido que en los últimos años giró a la izquierda, de la mano de dirigentes como Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Alexandria Ocasio-Cortez.
Para Kesselman, la propia dinámica partidaria lo forzará a gobernar con prioridades diferentes a las de Trump en áreas centrales de la administración. “Biden tratará de impulsar políticas públicas en las esferas de la salud, el trabajo organizado, la educación, el bienestar y los impuestos, que proporcionen beneficios a los grupos marginales o subordinados, incluyendo a los trabajadores, los pobres, las mujeres, los inmigrantes y los afroamericanos”.
Es cierto que la plataforma final del Partido Demócrata es un intento de equilibrio entre las ambiciones reformistas del ala izquierda y las reservas del establishment partidario. Pero aún sus aspectos menos ambiciosos suponen cambios importantes respecto del statu quo.
Benjamin J. Cohen, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de California, Santa Bárbara, anticipa reformas en muchas áreas sensibles. “En salud, podemos esperar la introducción de una opción de seguro público en el Obamacare (el programa sanitario de Obama que Trump trató de eliminar, sin éxito). En política fiscal, cambios para que haya una estructura tributaria más progresiva, con más impuestos para los ricos, con ingresos superiores a los 400.000 dólares al año, y posiblemente un ingreso mínimo para los pobres. También es posible un aumento del salario mínimo federal, probablemente a 15 dólares por hora. Y en medio ambiente, se van a fomentar formas más limpias de energía a través de impuestos y de regulaciones”, enumeró Cohen a Infobae.
La salud va a ser un eje central, al menos en los primeros meses del mandato de Biden. La pandemia instaló el tema como nunca antes, así que es muy probable que el presidente electo trate de revitalizar el Obamacare con una opción pública, además de aumentar el apoyo a quienes sufrieron las consecuencias sanitarias y económicas del covid-19.
También se esperan cambios en otras dos áreas: las regulaciones internas de la Presidencia, que se mostraron muy débiles en los cuatro años de Trump, y cambios en las leyes migratorias, algo imperioso para todo presidente demócrata que pretenda conservar el voto latino.
“Espero reformas en el Poder Ejecutivo que refuercen las restricciones a la capacidad del presidente para actuar unilateralmente. Trump ha demostrado que un ‘hombre fuerte’ puede tratar de evadir el proceso legislativo para lograr sus objetivos. También espero cambios en materia migratoria. Los demócratas lo necesitan por motivos de gestión pública, porque el sistema está roto, y por motivos políticos, ya que los votantes latinos son una parte importante de su coalición, razón por la cual los republicanos se oponen a los cambios. Por otro lado, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, parece estar comprometida con una reforma electoral. Gastamos muy poco en nuestra infraestructura electoral, y eso se nota. Y hablando de infraestructura, creo que habrá un gran proyecto de obra pública dirigido a mejorarla en todo el país, lo cual creará puestos de trabajo y estimulará la economía”, dijo a Infobae Sean Q Kelly, profesor de ciencia política de la Universidad Estatal de California, Channel Islands.
La intensidad de los cambios, un interrogante
El Ejecutivo puede marcar un rumbo, pero la palabra final la tienen los otros dos poderes del Estado. Biden lo sabe muy bien. Como vicepresidente de Barack Obama, experimentó enormes dificultades para hacer transformaciones importantes al tener a la Cámara de Representantes en contra en seis de los ocho años de gobierno, junto con el Senado en los últimos dos. Los demócratas conservaron ahora la cámara baja, pero difícilmente logren recuperar la alta, y aunque lo consiguieran, sería por un número muy ajustado, en un cuerpo que requiere de mayorías especiales para muchas de sus decisiones.
“Hay cosas que Biden solo puede cambiar si, además de ganar la presidencia, los demócratas capturan el control total del Congreso –dijo Carey–. Pero aunque sumen tres escaños y lleguen a la mayoría, nuestro Senado ha operado por mucho tiempo por una regla de supermayoría, de 60 votos (sobre un total de 100 senadores), para el grueso de la legislación. Así que los demócratas se enfrentarán a una seria pregunta sobre si abolir la norma que habilita el filibuster (la estrategia de obstrucción que usa la oposición para impedir que avance un debate, que solo se puede romper con 60 votos) y establecer la mayoría simple como procedimiento operativo estándar en el Senado. Es probable que esta pregunta consuma a Washington DC durante los próximos meses. La forma en que se resuelva determinará si la presidencia de Biden puede aprobar alguna legislación significativa”.
A los límites que puede marcarle el Congreso se suman los de la Corte Suprema. Por un cambio en las reglas del Senado que empezó a gestarse durante el gobierno de Obama para jueces de tribunales inferiores, y que los republicanos llevaron al máximo tribunal cuando se hicieron del control del cuerpo, no se necesita de mayoría especial para el nombramiento de magistrados supremos. Es lo que le permitió a Trump designar a tres en solo cuatro años: Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett.
“La administración Trump nombró a tres jueces en la Corte Suprema y a varios en tribunales federales. El sistema legal se ha movido significativamente a la derecha, y ese legado durará una generación. Estos cuatro años han revelado un cisma en la sociedad estadounidense, un racismo persistente y un declive en las normas que sostienen la democracia. Estas fallas sociales tardarán mucho tiempo en recuperarse”, sostuvo Jenna Bednar, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Michigan, en diálogo con Infobae.
La nueva mayoría conservadora, consolidada con seis de los nueve magistrados, es capaz de frenar cualquier reforma que considere excesiva e incluso de revertir posiciones anteriores del tribunal ante temas críticos, como el aborto. Biden deberá ser muy cuidadoso en sus iniciativas si no quiere chocar contra una corte que puede ser bastante más que un contrapeso. O ceder a los reclamos del ala dura de partido, que le piden que amplíe el número de miembros, para nombrar a juristas más alineados con su ideología.
“Vale la pena recordar que la Corte Suprema, y el sistema de tribunales federales, juegan un papel importante aquí –dijo Kelly–. La Corte tiene ahora una mayoría conservadora de seis a tres. Es la más conservadora en casi un siglo. Es probable que veamos desafíos a una serie de iniciativas legislativas pasadas y futuras, que podrían socavar las transformaciones. Esto explica la propuesta de agrandar la Corte, para asegurarse de que sea más amigable. En los años 30, cuando Franklin D. Roosevelt intentó poner en marcha programas económicos progresistas, la Corte anuló ley tras ley. Pero su intento de agrandar el tribunal asustó de tal manera a sus miembros que estos se echaron atrás. No creo que eso suceda esta vez. Los representantes de esta Corte son verdaderos creyentes en el dogma conservador, con la excepción de John Roberts, el presidente. Pero, incluso sin contarlo, es un tribunal conservador por cinco a cuatro”.
Lo que no va a cambiar: un país dividido
Biden hizo campaña prometiendo unir al país y terminar con la polarización que marcó a la política estadounidense en los últimos cuatro años. Difícilmente lo logre. Si algo demostró la paridad extrema de los resultados es que la división política que hay en la sociedad estadounidense es muy honda. Biden podrá hacer esfuerzos por no profundizarla como su predecesor. Pero sería ingenuo si creyera que puede erradicarla.
“Hay cosas que Biden no puede cambiar, al menos no rápidamente, bajo ninguna circunstancia. En primer lugar, el nivel de desconfianza y animosidad mutua en nuestro país. Estamos divididos en bandos partidistas de una forma más profunda que en cualquier otro punto de la memoria. El trabajo de sanar esas divisiones será lento. Puede al menos comenzar con la elección de Biden. Si Trump hubiera seguido siendo presidente, habría continuando con la exacerbación de esas divisiones. Esa era su estrategia para mantener el poder”, dijo Carey.
Creer que los votantes de Trump son personas manipuladas y confundidas es una subestimación paternalista inaceptable. Muchos pudieron elegirlo porque creían, quizás con razón, que podía beneficiarlos. Muchos otros, porque comparten la visión del mundo que expresa el presidente saliente. Esa mirada es en muchos aspectos inconcebible para parte importante de la población que votó por Biden. La no aceptación va en ambas direcciones. El trabajo político necesario para acercar esas posiciones y que al menos estén dispuestas a tolerarse unas a otras a pesar de las diferencias, es titánico.
“Los votantes de Trump no van a desaparecer –dijo Kelly–. Trump levantó una piedra y salieron por todas partes. Están envalentonados y creen, realmente, que tienen derecho a políticas dirigidas a preservar el privilegio de los blancos. No me sorprendería que continúen los episodios de intimidación y los actos de violencia, porque muchos de ellos no respetan las normas democráticas, según los datos recogidos por el profesor Larry Bartels. El 57% de los republicanos está de acuerdo o muy de acuerdo en que ‘los líderes fuertes a veces tienen que torcer las reglas para hacer las cosas’. El 50,7% está de acuerdo o muy de acuerdo en que ‘el modo de vida americano está cambiando tan rápido que puede que haya que usar la fuerza para salvarlo’. En resumen, la erosión de los valores democráticos en un segmento particular de los estadounidenses seguirá con nosotros por algún tiempo”.